Educación

El Árbol del Sexo

Ayer presentábamos los resultados de un estudio publicado en la revista «Psicothema» cuya conclusión fundamental era que las actividades «en familia» reducen las prácticas sexuales de riesgo, y el sexo en general en los jóvenes. A parte de remitirnos a las conclusiones más evidentes – «Vida familiar como preservativo» -, no es ésta una cuestión que esté fuera de las preocupaciones de muchos padres. Quizás por eso la malicia del estudio sea mayor. Pretendemos en este artí­culo comprender porque aquí­ los árboles no dejan ver el bosque – en el que dicen que habitan brujas y demonios –

Si nos limitamos a la etiquetación de ensamiento conservador frente a libertad sexual, solo atenderemos a lo más evidente y superficial, y se nos escapará aquello que incluso desde posiciones progresistas se obvia. En nombre de la “civilizada” Educación Sexual, se ampara en forma de “prácticas responsables” la criminalización del placer o la propaganda de la irresponsabilidad, aislando la sexualidad del resto de la vida y la educación, como si existiera un universo autónomo lleno de misterios y tabúes.Se habla también de una buena educación alimenticia, una adecuada educación vial, educación para la ciudadanía o educación medioambiental. Tantos son los árboles que es imposible ver el bosque.El desarrollo del individuo se mueve, si partimos de una perspectiva freudiana, en torno al placer y el principio de realidad; como un “instinto” de conservación en el que la auto-represión actúa en parámetros necesarios para el desarrollo de la libertad propia. Qué sería del individuo sometido a los caprichos de la satisfacción del placer, por muy sugerente que esto sea.Estos límites que más bien abren fronteras, se entrelazan con la propia naturaleza del núcleo ideológico de una sociedad concreta, y los contenidos y formas particulares en las que los progenitores “reprimen”; llamémoslas libremente “prohibiciones caprichosas”, porque no tienen otro objetivo que la satisfacción del placer de quien educa, en mayor o menor coherencia con las estructuras morales de esa sociedad.Por lo tanto ha de saberse diferenciar qué es aquello que proporciona conciencia y capacidad de decisión – libertad, en definitiva, surgida de la represión del placer – de lo que conductas sexuales determinadas o, incluso, prácticas y métodos de prevención. Podríamos hablar pues de que una cosa es enseñar métodos anticonceptivos, y otra educar en valores morales. Algo que no tiene que ver ni con la cantidad, ni con la calidad de las relaciones sexuales, sino con la capacidad de decidir de forma responsable, es decir, consciente. Para eso no es necesario conocer cuáles son las prácticas sexuales habituales de los hijos – como busca el estudio de “Psicothema” -, ni mucho menos evitarlas con reuniones familiares o advertencias de “consumo responsable”.Quizás nunca se hable explícitamente de sexo con un hijo, y eso no será impedimento para educarlo en la ternura, la sensibilidad, el disfrute, el altruismo, la honradez… y en ser una persona cabal. Y desde luego tampoco lo será que se tenga que trabajar 9 o 10 horas diarias, 6 días a la semana y no se puedan hacer muchas reuniones familiares. ¡Menuda tontería!

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