Gore Vidal

El apóstata

«Debo escribir sobre las cosas amargas que he aprendido de una familia de asesinos en una época corrompida» Juliano de Gore Vidal

Fue educado para ser presidente pero quiso ser escritor. El fallecido Gore Vidal, historiador oficioso de los EEUU, nos ha contado la otra historia de una nación inventada. Hijo de la aristocracia norteamericana, su apellido está ligado al partido demócrata y a los Kennedy. Medio Washington era propiedad de su familia. Acunado a la sombra del poder creció en el Senado donde aprendió a pensar todo en clave política como lazarillo de su abuelo ciego el senador T.P Gore.

Considerado por los de su clase como un traidor, el rebelde Gore Vidal desafío a la gran familia norteamericana. Sus dardos apuntaban a los intocables: a los Dupont, a los Rockefeller… a los grandes apellidos de la gran burguesía norteamericana. “La política norteamericana es básicamente un asunto de familia, como en la mayor parte de las oligarquías” decía.

Testigo del golpe de EEUU contra Guatemala orquestado por la United Fruits, Gore Vidal tomó conciencia de la verdadera naturaleza de los EEUU. “El principal trozo de sabiduría que aprendí de Thomas Jefferson, y este de Montesquieu, es que no se puede mantener una República y un imperio al mismo tiempo. Desde 1846, en guerra con México, somos imperialistas rapaces”. En el 2007 viajó a Cuba, donde denunció las políticas de Washington, y apoyó a Venezuela.

Escritor prolífico y multifacético, es considerado uno de los mejores ensayistas de la posguerra de los EEUU. Pertenece a esa generación de autores imprescindibles como Truman Capote ,Jerome Salínger o Norman Mailer con quién mantuvo sonados enfrentamientos. Su editor Jason Epstein se refería a él como “el Montaigne americano.”

Gore Vidal era un reformista radical, uno de los últimos defensores de la república estadounidense frente al imperialismo norteamericano. Sin militar en la izquierda fue uno de los más extremistas. Candidato al Congreso en dos ocasiones soñaba con la América libertaria de Walt Whitman.«Describió a Lincoln como un demagogo y a Roosevelt como el “Maquiavelo americano”»

Comprometido con la verdad, su única ley. En sus más de 200 ensayos, novelas, guiones…nunca ha traicionado ese principio. Comparado en ocasiones con Mark Twain por sus ideas políticas, Gore Vidal llegó mucho más allá que el autor de Las aventura de Tom Sayer. Acusado de “hereje”, Vidal no ha respetado ninguno de los sacramentos de la idiosincrasia norteamericana. En sus novelas: “1876”; “Lincoln”; “La edad de oro” o “El último imperio” pulveriza la mitología norteamericana. “Para quienes erróneamente ven la historia como un testimonio verídico y la novela como una invención —dijo a propósito de estas obras— a veces puede ser exactamente al revés”. Cada novela es un retrato hiperrealista de los protagonistas de la historia norteamericana. Describió a Lincoln como a un perfecto demagogo y se refirió al idolatrado Roosevelt como el “Maquiavelo americano” a quién acusó de provocar el ataque japonés a Pearl Harbour. Sus acusaciones sobre el conocimiento del gobierno de los atentados terroristas del 11-S pusieron a la administración Bush contra las cuerdas.

Sus enemigos criticaban su sexualidad y su controvertida vida privada. Pero el irreverente Gore Vidal, amó a hombres y mujeres sin esconderse. Su libro “La ciudad y el pilar de sal”, sobre el amor entre Jim Willard y Bob Ford, fue un escándalo tras el que Gore Vidal reconoció públicamente su homosexualidad. Pero no fue una confesión sino un desafío al stablishment porque el sexo en EEUU es política.

Adaptó para el cine la obra de teatro De repente, el último verano, de su amigo Tenesse Willians, en la que Katharine Hepburn interpretaba por primera vez a una villana que quería lobotomizar a su prima, encarnada por Elizabeth Taylor. Aunque su nombre no aparece en los créditos firmó la escena más gay de Ben-Hur para disgusto de Chalton Heston, y fue guionista de la pornográfica Calígula así como de varios episodios del mítico Estudio 1.

Se refugió en Roma del puritanismo y sólo regresó a EEUU cuando su compañero Howard Austen falleció. En los últimos años, Vidal trabajaba en una investigación sobre la guerra de Estados Unidos contra México.

Gore Vidal

“Francamente, yo creía que nuestro esfuerzo expansionista había terminado en 1898. Que era apenas un paréntesis entre 1846 y 1898, cuando destrozamos al Imperio español y tomamos el Caribe y las Filipinas, que era lo que verdaderamente queríamos. Habíamos terminado vencedores en la Segunda Guerra Mundial. Conquistamos a Alemania y a Japón. Ocupamos ambos países -cada uno un mundo, y no simplemente una nación. Éramos los dueños del primer imperio global y se lo debíamos también a otro Roosevelt imperial, Franklin Delano, que sabía muy bien lo que hacía. Quería destruir al colonialismo europeo donde estuviera, y en compensación a sus «esfuerzos», los Estados Unidos recibían el mandato de «cuidar» a los países «liberados», como a él le encantaba decir. Eso nos metió formalmente en el negocio de Imperio. (…)

En Guatemala tuve una gran amistad con Mario Monteforte Toledo, escritor, vicepresidente de la nación y presidente del Parlamento de su país durante el gobierno de Juan José Arévalo. Yo vivía en Antigua y él venía de vez en cuando a verme, a mi casa. Un día me dijo: «no nos queda mucho, ¿sabes?». «¿De qué me hablas?», le respondí. «Tu gobierno ha decidido intervenir en Guatemala». Y yo no daba crédito: «Oh, mira, acabamos de derrocar y tomar a Alemania y a Japón, ¿qué vamos a hacer con Guatemala? No tiene sentido. No vale la pena». Respondió: «Sí vale la pena para la United Fruit Company, que no quiere pagar un mínimo impuesto por nuestros plátanos, que venden en el mundo entero, mientras nosotros no ganamos nada. Ella es la que controla las relaciones entre los dos países». Fue mi primera lección de política hemisférica.

(…)Sabía del imperialismo yanqui, pero creí que esto era una exageración de mi amigo. Mientras tenía lugar esa conversación con Mario, Henry Cabot Lodge Jr. -el hijo de Henry Cabot Lodge que había sido senador por Massachussets y uno de los más entusiastas partidarios de la conquista de Filipinas-, llamaba al Presidente (Dwight David) Eisenhower para soplarle al oído las palabras mágicas: Arévalo y su grupo en Guatemala son «comunistas» y van a ocupar las tierras de la United Fruit. La historia posterior es conocida: forzaron a Arévalo a irse y luego intervinieron, en 1954. El gobierno electo de Jacobo Arbenz, elegido por voto popular, fue derrocado por el embajador norteamericano John Peurifoy, e impusieron al general Carlos Castillo Armas. De ahí en adelante, los Estados Unidos garantizaron a sus guerreros en el gobierno y un baño de sangre a los ciudadanos guatemaltecos.”

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