Resolución de la crisis siria

EEUU pone al desnudo su debilidad

Que un comentarista de la ultraconservadora cadena televisiva norteamericana Fox News diga públicamente en horario de máxima audiencia que «Vladimir Putin es el único que realmente merece el Premio Nobel de la Paz», es todo un sí­ntoma revelador de las debilidades, vacilaciones y falta de liderazgo mostradas por Obama en la crisis siria.

El paso atrás dado por Washington permite sacar múltiples conclusiones sobre la realidad del actual tablero mundial y la nueva correlación de fuerzas que se está abriendo paso a escala planetaria. Si por un lado ha puesto de manifiesto los peligros para el mundo que representa el hegemónico poder militar norteamericano, dispuesto a incendiar uno de los polvorines más inestables del planeta, por el otro ha dejado al desnudo los límites políticos de su poder imperial. Hasta el punto de tener que aferrarse a la auténtica tabla de salvación lanzada por Rusia, principal apoyo internacional del régimen de El Assad, para poder reconducir el ultimátum dado a Siria. Al lanzarlo y anunciar una inminente agresión militar contra Siria, EEUU pensó que sería secundado por sus aliados occidentales. Pero se quedó únicamente con el apoyo de Francia, cuyo presidente, el socialista Hollande, se ha cubierto de gloria al mostrarse sumisamente dispuesto a asumir en solitario el papel de mamporrero de Washington en Oriente Medio. La negativa del parlamento británico a participar en la guerra de agresión contra Siria, fue el primer indicador de que algo no estaba funcionando. Era la primera vez en 60 años que Inglaterra rechazaba marchar tras las aventuras militares del imperio. Y esto, en un país que desde la Segunda Guerra Mundial ha hecho de su “relación especial y privilegiada” con EEUU el centro de su política exterior, era más que significativo. «La resolución de la crisis siria es el anuncio de que el declive norteamericano está a punto de rebasar los límites en que su hegemonía mundial ya no es sostenible» La Casa Blanca y el Pentágono midieron mal el alcance del desafío y de su propia fuerza para lanzarlo. El régimen sirio de Bashr el Assad no es un “régimen paria”, aislado y desahuciado internacionalmente, como lo eran los de Saddam Hussein en Irak o Gadaffi en Libia. Los apoyos internos y externos de los que disfruta se han revelado lo suficientemente poderosos y sólidos como para frenar la agresividad norteamericana. Con su proyectado ataque contra Siria, lo que en realidad buscaban los estrategas del Pentágono era debilitar y horadar las capacidades de Irán, el verdadero sostén del régimen sirio y el gran obstáculo para la hegemonía estadounidense en una región del planeta estratégicamente tan vital como Oriente Medio. Pero eso son palabras mayores. Y ni Rusia, ni China ni el resto de potencias emergentes estaban esta vez dispuestos a permitirlo. Una cosa es dar luz verde en el Consejo de Seguridad de la ONU a los bombardeos de la OTAN contra Libia, y otra muy distinta autorizar un ataque contra Siria que, además del evidente riesgo de incendiar toda la zona, buscaba poner a Irán en el punto de mira como siguiente objetivo. El frente de rechazo mundial a la agresión llegó a movilizar a un abanico de fuerzas tan amplio y diverso, desde el Papa hasta el secretario general de la ONU, que forzó a Obama a retrasar sine die el ataque. Las múltiples contradicciones internas que levantó, desde una opinión pública mayoritariamente contraria hasta un Congreso reticente a darle luz verde, acabaron por dar la puntilla a los planes de Obama. En una hábil jugada diplomática, el presidente ruso Vladimir Putin cogió al vuelo unas declaraciones formales del Secretario de Estado John Kerry para convertirlas en un propuesta política que Obama, en su aislamiento, no podía rechazar so riesgo de perder todavía más credibilidad y liderazgo. El compromiso forzado por Moscú de que el régimen sirio entregaría todo su arsenal de armas químicas de forma inmediata al organismo de la ONU encargado de su supervisión y que suscribiría el tratado de no proliferación de dichas armas, acabó por desactivar el arriesgado órdago de Obama, dándole un salida mínimamente digna a los ojos de su propia opinión pública. Ratificando la Ley de Murphy de que “si algo puede salir mal, saldrá mal”, en el asunto de Siria a Obama todo le ha salido rematadamente mal. El régimen de el Assad se consolida. La presión sobre Irán se debilita. Rusia reaparece de nuevo en la escena internacional como una gran potencia, activa y capaz de influir decisivamente en los principales acontecimientos mundiales, algo que no ocurría desde la implosión de la URSS. Y EEUU muestra a los ojos de todo el planeta los límites de su poder imperial. Sigue siendo la única superpotencia, sigue disponiendo de una fuerza militar incomparable a la de sus rivales, sí. Pero la crisis siria ha puesto de manifiesto la incoherencia, el aislamiento, la debilidad y la pérdida de liderazgo a la hora de movilizar el necesario consenso, tanto interno como externo, que precisa para poner en marcha su maquinaria militar imperial. La insospechada resolución de la crisis siria es el anuncio de que el declive norteamericano está a punto de rebasar los límites en que su hegemonía mundial ya no es sostenible.

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