EEUU centra sus esfuerzos en el cerco a China

EEUU: el objetivo número uno sigue siendo… el cerco a China

Por fuertes y aterradoras que suenen las bombas en Ucrania, la principal partida geopolítica no se libra en el este de Europa, sino en las aguas del Indo-Pacífico. La construcción del frente antichino ha sido, es, y seguirá siendo la tarea central de la política exterior norteamericana.

La invasión rusa de Ucrania y los crímenes de guerra del Kremlin ocupan la atención internacional. Pero por cruentas que sean las explosiones en el Donbás o en Mariúpol, la principal partida geopolítica de la cual depende el destino de la hegemonía norteamericana no se está librando en las costas del Mar Negro, sino en las aguas del Indo-Pacífico. La contención de China, la principal amenaza a la hegemonía estadounidense, sigue siendo la absoluta prioridad para la geoestrategia de EEUU.

Como no puede ser de otra manera, la invasión imperialista rusa de Ucrania atrae sobre sobre sí todas las miradas. Además de sus consecuencias bélicas y humanitarias, con ciudades reducidas a cenizas, con miles de víctimas mortales y más de 10 millones de refugiados, se trata de una guerra con hondas consecuencias en el plano internacional, que ha dinamitado la estabilidad europea y que representa la más seria amenaza a la paz mundial desde el 11S.

Pero el destino del orden mundial se juega principalmente en otro sitio, en el área de Asia-Pacífico. Se trata de la zona más dinámica, con mayor crecimiento económico y demográfico del planeta. Y se trata del área donde lleva décadas emergiendo, de forma pacífica pero imparable, la República Popular China. Una fuerza que es la principal impulsora de un nuevo y naciente orden mundial multipolar que paso a paso está sustituyendo a la unipolaridad de la superpotencia norteamericana. Por su pujanza económica, por los vínculos comerciales y diplomáticos que Pekín establece con prácticamente todas las naciones del mundo, pero sobre todo por su absoluta independencia del Estado chino, la emergencia de China -y no la agresividad del Kremlin, por más que ahora ésta esté de primer plano- constituye la principal amenaza a la hegemonía estadounidense.

Por eso, lejos de aflojar la agresividad que el gobierno de Trump desplegó contra Pekín a lo largo de todo su mandato -reforzamiento del cerco militar en torno a China, guerra comercial, ruptura del principio de «una sola China» e intensificación de las relaciones con Taiwán, etc…- la administración Biden la ha mantenido, incrementado y afinado, tratando al mismo tiempo que sea más multilateral y mancomunada por un amplio frente de aliados y vasallos de EEUU. La construcción del frente antichino ha sido, es, y seguirá siendo la tarea central de la política exterior norteamericana.

Lejos de aflojar la agresividad que el gobierno de Trump desplegó contra Pekín, la administración Biden la ha mantenido, incrementado y afinado, tratando al mismo tiempo que sea más multilateral y mancomunada por un amplio frente de aliados y vasallos de EEUU.

Lo podemos ver en los hechos. Es innegable que desde hace años, la actividad más visible de la OTAN gira en torno a Rusia. Las últimas ampliaciones de la Alianza fueron la cooptación de dos países balcánicos (Montenegro en 2017 y Macedonia del Norte en 2020) y el incremento de la presencia militar en torno a las fronteras rusas ha sido constante. Pero por todo el globo, y en especial en el área del Indo-Pacífico, EEUU no ha dejado de tejer alianzas contra China.

Tenemos el AUKUS, una nueva alianza militar en el Pacífico-Indico formada por EEUU, Reino Unido y Australia. Menos formal, pero potencialmente más decisiva es la alianza QUAD que suma a EEUU, Australia, Japón y la India, aunque Nueva Delhi es algo ambivalente: por un lado el gobierno de Narendra Modi mantiene importantes choques con China y se deja cortejar por Washington, pero por otra parte le interesa el mundo multipolar que proponen los BRICS y está aliada también con China incluso en el ámbito de la seguridad dada su membresía en la Organización para la Cooperación de Shanghai (OCS). Por último, Washington mantiene acuerdos militares bilaterales directos con Corea del Sur, con Japón, Filipinas, Singapur, y sobre todo (esto es lo que más escuece en Pekín) con Taiwán.

El tejido del cerco militar contra China se concentra, obviamente, en las aguas del Pacífico. Pero también incluye cuellos de botella claves para el tráfico de mercancías. El paso del mar Rojo es esencial para la conexión comercial global por vía marítima del este al oeste y viceversa; de Europa y China. También para los buques petroleros o gasísticos. En Yibuti, en el cuerno de África, es donde China mantiene la única base militar fuera de sus fronteras, unas instalaciones que sirven de base a los buques que escoltan a los cargueros chinos en estas aguas llenas de piratas. Pero en el mismo país hay también bases de EEUU, Reino Unido, Italia, y Japón.

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Washington promueve una cumbre con aliados del sudeste asiático el 12 y 13 de mayo

¿Podrá EEUU volver a atraer al sudeste asiático?

Biden ha organizado en Washington una cumbre con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) los próximos 12 y 13 de mayo. Una cita que tiene como objetivo volver a atraer -en el plano económico y comercial, pero también político y militar- a este conjunto de países a la órbita norteamericana, después de que en los últimos años, especialmente tras la legislatura de Trump, la ASEAN haya estrechado su cercanía a China.

«La cumbre especial demostrará el compromiso permanente de Estados Unidos con la ASEAN, reconociendo su papel central en la búsqueda de soluciones sostenibles para los desafíos apremiantes de la región», ha dicho la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki. La portavoz de la Casa Blanca afirmó en el comunicado que una «prioridad principal» del Gobierno estadounidense es mantenerse como «un socio fuerte y confiable» para el sudeste asiático. No es necesario se un lince para entender a qué «desafío apremiante» se refiere Psaki. Se trata de China.

La ASEAN -que incluye a 10 países del sudeste asiático: Brunei, Camboya, Indonesia, Laos, Malasia, Birmania, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam- suma 650 millones de habitantes, un PIB conjunto de más de 2,5 billones de dólares -y crece con la perspectiva de alcanzar los 4,7 billones en 2025- y está en proceso de convertirse en la cuarta potencia económica del mundo.

En los últimos años, la ASEAN ha fortalecido sus lazos económicos y comerciales con China, tanto como ha aflojado los que le vinculaban a Washington. La intensa guerra comercial que la administración Trump desató contra China, y la salida de EEUU de los Tratados de Libre Comercio del Pacífico lesionaron los intereses de estas pujantes economías emergentes, que también han protestado contra el auge de alianzas militares que -como el AUKUS- «ponen en peligro la paz y estabilidad de la región».

Desde su llegada a la Casa Blanca, la administración Biden ha intentado recuperar la influencia en la ASEAN que una vez tuvo.

Sin duda, el paso más importante dado por la ASEAN en su acercamiento a China se produjo a finales de 2019, en los últimos meses de Trump en la Casa Blanca, con la firma del tratado de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP en inglés). Un tratado comercial que es la mayor zona económica del planeta (abarca unos 3.200 millones de personas y tercio del PIB mundial), que incluye además de la ASEAN, a China, Japón, Corea del Sur y Australia, y que dejaba fuera a EEUU.

Desde su llegada a la Casa Blanca, la administración Biden ha intentado recuperar la influencia en la ASEAN que una vez tuvo. Durante la última cumbre entre Estados Unidos y la ASEAN, que se celebró en octubre pasado de forma virtual, Washington anunció una aportación de 102 millones de dólares para la región destinada oficialmente “programas de salud, clima, economía y educación”, aunque todo el mundo sabe que los programas norteamericanos de “ayuda al desarrollo” esconden objetivos mucho menos nobles y confesables.

En la reunión que tendrá lugar en Washington el 12 y 13 de mayo, Biden buscará atraer de nuevo a estos países, en sus esfuerzos por integrarlos en el frente antichino. ¿Lo conseguirá? ¿En qué medida? Veremos.

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