SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Duran y la destrucción de CiU

No es la primera vez que se dice y que lo escribo: el llamado proceso soberanista catalán dispone de una enorme capacidad autodestructiva. La apuesta por la independencia se ha llevado por delante al PSC, que era “el partido que más se parecía a Cataluña” según glosaban las teorías de la sociología política. Sin embargo, siéndolo, la crisis de los socialistas catalanes no es el perjuicio más grave de los que causa el tsunami independentista. Lo más grave con diferencia es la destrucción del catalanismo político que tomaba cuerpo, con distintos grados de radicalidad, en la federación nacionalista integrada por Convergència y Unió. Ese catalanismo, vecino pero lejano a ERC, era de signo nacionalista e integraba con el PSC lo que se denominaba la “centralidad” de Cataluña. CiU ganaba las autonómicas –Pujol gobernó ininterrumpidamente durante 23 años– y el PSC las generales. De esa suerte de bipartidismo estabilizador, no queda nada en el Principado.

Por si quedaba alguna duda, la renuncia de Duran Lleida a la Secretaría General de CiU, no por esperada, resulta menos significativa que la ruptura interna en la federación. Que el portavoz de CiU en el Congreso mantenga esa condición hasta el final de la legislatura y retenga la presidencia de Unió no resta un ápice de explosividad a su salida de la cúpula de la entente entre nacionalistas-liberales (CDC) y socialcristianos (Unió). Cuando llegue el momento de decantarse –la convocatoria de la consulta del 9-N– la federación saltará por los aires y los cristianos moderados de Unió serán un grupo ancilar depredado por el independentismo ya mayoritario –aunque no unánime– en CDC y por la toxicidad ideológica de ERC con la que se han encamado Mas y su partido.

Duran, de haberse clareado en su momento, podría a estas alturas haber jugado un papel. Pero ha preferido ad nauseam nadar y guardar la ropa y lo ha hecho hasta caer en el absurdo. Adherirse a una “consulta legal y pactada” es un imposible jurídico y político. Al amparo del artículo 92 (referéndum no vinculante), no se puede consultar nada que tenga ver con el orden constitucional, y Duran lo sabía desde el principio. Y si quería cambiar el estado de cosas actual tenía expedito un camino claro e impecablemente legal: la reforma constitucional –no para reconocer un derecho que no habita en Constitución occidental alguna como el de autodeterminación, sino para reformular el llamado encaje de Cataluña en España–. Ahora Duran es un botifler en Cataluña y un político irrelevante en Madrid porque no ha hecho lo que pensaba y no pensaba lo que ha hecho. El ejemplo más palmario: cuando contra toda sensatez y coherencia políticas defendió la abstención de CiU en la votación de le Ley Orgánica de Abdicación de Don Juan Carlos («El discurso de Duran, su esquela política» de 12 de julio).

En Cataluña se libran dos procesos: el soberanista y el interno por la hegemonía del nacionalismo independentista. El primero es absolutamente improbable y muy poco verosímil aunque incorpore, para Cataluña y para toda España, un extraordinario arsenal de peligros y tensiones. El segundo resulta seguro: CiU será rebasada por ERC en cualquiera de las confrontaciones electorales que se produzcan de aquí a los comicios catalanes, sean estos antes o después de 2015.

Duran da el paso atrás para no ser el número dos de una federación que, a cuenta del maximalismo independentista –tan fuera de contexto histórico, tan anacrónico–, deje en la cuneta casi una cuarentena de años de liderazgo de las clases centrales de Cataluña para entregárselas gratis et amore a Oriol Junqueras, que se cuida mucho de contaminarse ideológicamente con CDC y Unió en el actual Gobierno de la Generalitat, y acota su apoyo a Mas a la consulta del 9-N pero no la extiende a una acción gubernamental que habitualmente critica porque colisiona con su adanismo izquierdista.

A mayor avance del proceso secesionista (a no olvidar la fuga de Oriol Pujol, imputado por corrupción, y al que se le ha exigido su marcha para no perjudicar el proceso soberanista) mayores contradicciones en CiU y más cercanía temporal a la implosión. Es probable que Unió, en soledad, apenas sí logre, tirando por alto, una decena de escaños en el Parlamento catalán. A restar de los que las encuestas otorgarían a CDC, que no pasarían en ningún caso de 35 o 40. O sea, un desastre frente al auge sostenido de ERC, apuntalado desde dentro de las instituciones (CUP) y desde fuera de ellas por el entramado que la propia CiU ha alimentado (ANC y organizaciones en su órbita).

Está por ver qué dirá la burguesía catalana (¿también la que no ostenta cargos políticos pero sí posiciones de influencia se ha reconvertido al independentismo?) cuando observe –quizás como en el primer tercio del siglo XX– que carece de instrumento para su causa y, sobre todo, para conformar su modelo de país que ha venido siendo posible en la unidad constitucional de España. Este no lo sería así en una Cataluña independiente en la que ERC sustituiría por la rudeza y la hostilidad los atributos que no le han ido mal al país como bien podría relatar un Pujol que es, con CiU, no sólo responsable de lo que hoy sucede en Cataluña –para bien, y para mal–, sino de lo que ha venido ocurriendo en el conjunto de España desde que su federación, ahora en descomposición, apoyó ora al PSOE, ora al PP, en un juego en el que obtuvo réditos que ni el más sectario podría dejar de reconocer.

Lo que le tocaba al catalanismo que fue no era dejar de serlo, sino estar históricamente en el momento necesario de perfeccionar la obra del 78, reformar la Constitución y continuar juntos –y regenerados– en una España más horizontal, integrada y sinceramente democrática. CiU, sin embargo, al optar por su programa de máximos, ha programado también su propia autodestrucción. Sitúen en ese contexto, la retirada de Durán que porfía en explicarla con argumentos colaterales para que en Barcelona no le sigan considerando un traidor a la causa.

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