La extrema derecha gana posiciones en Europa.

Donde hay cadáveres hay carroñeros

Los comicios europeos del domingo han dado como resultado un conjunto de consecuencias, que si bien no son un terremoto devastador, han hecho temblar los cimientos de algunos de los edificios polí­ticos más firmes desde el fin de la IIGM. Al auge de la derecha clásica europea como alternativa de la mayorí­a de las burguesí­as monopolistas del continente y de la paliza electoral de la socialdemocracia, le siguen desde las cloacas del sistema el fortalecimiento de alternativas hasta ahora marginales. Los partidos de extrema derecha -unidos por un común denominador de xenofobia, autoritarismo y euroescepticismo- se consolidan de conjunto como la quinta fuerza polí­tica en el Viejo Continente.

El Partido Nacional Británico ha conseguido dos eurodiutados, y en Holanda, el `Partido para la Libertad´ que dirige Geert Wilders ha pasado de cero a cuatro representantes. En otros países los avances de la extrema derecha han sido menos espectaculares, pero muy significativos. En un país que fuera oasis de la socialdemocracia, los ‘Verdaderos finlandeses’ han pasado de un 0,6% a un 9,8% de los votos. En la Europa del este es mucho más preocupante: unido a los efectos devastadores de la crisis económica y de un eurodesdén que se transforma en eurodesconfianza rápidamente, partidos como ‘Por una mejor Hungría’ -tres eurodiputados- o el Partido de la Gran Rumanía avanzan rápidamente. Podría tratarse, como en otras ocasiones, de una erupción coyuntural, destinada a remitir. Pero el ejemplo de Berlusconi en Italia, donde un gobierno que avanza desde mecanismos legales e institucionales hacia recortes de la democracia y las libertades cada vez más profundos, significa que son alternativas que ya son consideradas –o pueden llegar a serlo- por poderosos sectores del as clases dominantes en Europa. Si además echamos un vistazo a la historia, y en particular a la inmediatamente posterior a la crisis del 29, hallaremos augurios no precisamente tranquilizadores. En los años treinta, -junto a rápida degradación de las condiciones de vida de las masas, el aumento de la conflictividad social y el avance de las fuerzas revolucionarias- algunas de las más poderosas burguesías monopolistas europeas se convencieron de que el fascismo era la mejor opción para garantizar su dominio y dar un salto adelante en su colocación mundial. En muy poco tiempo, opciones como los camisas negras de Benito Mussolini o las pardas de Hitler pasaron de la marginalidad política a convertirse en opciones reales y contundentes para las clases dominantes. Los demagogos pasaron a estadistas en muy poco tiempo. La historia nunca se repite tal cual, y las condiciones que se generan nunca son idénticas. En el momento presente no existe una alternativa revolucionaria de conjunto que haga temblar los cimientos del dominio monopolista. Pero la crisis económica está generando poderosas condiciones que favorecen el fortalecimiento de partidos de extrema derecha. El aumento vertiginoso del paro –y por tanto de la competencia dentro del “ejército de reserva” de la mano de obra- y del malestar social, junto con el recorte frenético de los restos que quedaban del “Estado del Bienestar” crean un caldo de cultivo efectivo para la demagogia de la extrema derecha y de la xenofobia. Las masas más activas y concienciadas de Europa ya se movilizan para prepara un “cordón sanitario” ante el auge de la extrema derecha. Cabe preguntarse si las clases dominantes están haciendo lo mismo o barajando seriamente a los demagogos como un buen as en la manga.

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