SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Dólares, euros y guerra en una economí­a de ficción

Hace tiempo que EE.UU. está fabricando dinero sin ningún respaldo material. Es decir, inventando dinero basura, listo para transformarse en “capital ficticio”. Esos dólares no valen nada, excepto lo que el puño de hierro militar de EE.UU. pueda garantizar. Todos los Estados lo saben. Cualquier país con recursos energéticos sabe también que está dando esos recursos a cambio de papeles o deudas que no tienen valor real.

Para saber hasta cuándo van a consentir esa especie de timo los países con importantes reservas energéticas hay que tener en cuenta que la sustitución del dólar no es en absoluto fácil. Primero porque las dimensiones del capital ficticio son tan enormes hoy en el mundo que no hay referencia energética o de moneda o incluso de combinación de monedas capaz de anclar de nuevo la actual economía ficticia a una dimensión real —no al menos sin grandes cataclismos—. Segundo, porque EE.UU. está dispuesto a llevar la guerra a casa de quien pretenda cambiar el sistema monetario internacional, sus propios privilegios de señoreaje (de poseer la moneda de refugio e intercambio mundial), así como el juego de poderes entre países.

En estos momentos la reserva federal de EE.UU. ha dejado de “inventar” dinero a cambio de que primero Japón le tomara el relevo y de que ahora lo haga la UE. Se trata, además de hacer como si el sistema siguiera funcionando, de intentar paliar la deflación que le aqueja cual enfermedad de vejez. Pero ni inyectando miles de millones de dólares en vena se está logrando frenar ésta ni menos aún revivir al moribundo que ya no responde a las terapias de choque. Lo que sí se incrementan y aceleran son las probabilidades de que suceda un estallido de burbuja que hará palidecer a los vistos hasta ahora.

El tema es muy grave, pues es posible que sólo uno de cada 20 dólares que circulan por el mundo tenga algún anclaje real. Tan grave que asistimos ya a una creciente militarización de las relaciones internacionales y una carrera armamentista (a la que se están viendo obligados incluso los que se libraron de la misma tras la postguerra, y pudieron dirigir sus inversiones hacia el capital productivo: Japón y Alemania), con una nueva generación de tecnología militar que deja obsoletas enseguida las armas, agravando así el deterioro económico.

Por otro lado, hace tiempo que EE.UU. pretende dar el abrazo del oso a la zona euro tras anexionarse a la Europa oriental (exsoviética), para supeditar a la “vieja” Europa en un bloque de resistencia a los “países emergentes”. Uno de los escenarios posibles pasa por la imposición del Acuerdo Trasatlántico sobre Comercio e Inversión, con catastróficas consecuencias para la economía y las sociedades europeas.

Sin embargo, hay otras posibilidades. Entre ellas parece que no queda fuera de las consideraciones norteamericanas, por sorprendente que resulte, establecer una moneda común euroatlántica.

A partir de la política de emisión de euros “inventados” (“flexivización cuantitativa”) en la Unión Europea, es posible que para finales de 2015 o comienzos de 2016 se dé la paridad entre el euro y el dólar. A partir de una situación de paridad entre las dos monedas, es más fácil introducir un eurodólar (sea cual sea el nombre que se le dé). La creación de una nueva moneda internacional de referencia es un mecanismo muchísimo más eficaz que un Tratado de Libre Comercio entre ambos bloques económicos. Una zona euro-dólar formaría una punta de lanza para que Wall Street y la City de Londres mantengan la hegemonía dentro de un nuevo sistema monetario internacional y conserven así el carácter unipolar del mismo.

En este escenario los países de la Unión Europea, incluyendo a Alemania, perderían su soberanía así como la perdieron los países de Europa del sur frente a Alemania a partir de la creación de la eurozona. El dólar no desaparecería, sino que se mantendría sólo dentro de EEUU, mientras que el euro funcionaría en la eurozona.

Para lograr la integración de las dos monedas, sin embargo, es preciso que Europa no vuelva la cara hacia el Este para integrarse directamente con el proyecto monetario de los BRICS. En este contexto el interés de los defensores del unipolarismo monetario-militar es mantener con vida la guerra en Ucrania. Por eso harán todo lo posible por sabotear los acuerdos de paz que se alcancen al respecto. Sin embargo, la diferencia de intereses entre los grandes capitalistas de un lado y otro del Atlántico está desgarrando a los socios. Por eso los contradictorios y desesperados esfuerzos de Merkel y Hollande, mientras que Poroshenko, como hombre aupado por la Cía en Ucrania, boicotea permanentemente con sus declaraciones y la inestimable ayuda de los cuerpos fascistas ucranianos, cualquier acuerdo.

Para salvar a la élite financiera de Wall Street y la City de Londres, es preciso también que la Unión Europea no se desintegre. En este contexto es claro que la presión de Wall Street y la City de Londres será evitar bancarrotas en Grecia, España, Portugal, etc., para que puedan lucrar a la Banca que se ha asegurado en esos centros financieros contra tales bancarrotas. Todo a costa del sufrimiento y extenuación de las respectivas poblaciones así como de la brutalización de sus mercados laborales. Su política será obligar a los Bancos afectados —alemanes, franceses, etc.— a que los saneamientos financieros se efectúen a través de rescates privados, sobre todo mediante la conversión de deuda en acciones.

Por último, cabe decir que el futuro de Europa se juega a corto plazo. Cada cita electoral es un retortijón en las tripas de las clases dominantes europeas, que temen que las poblaciones “castiguen” tanto destrozo económico y social para engordar a las corporaciones financiero-bancarias. Por eso se activan por doquier “movimientos regeneracionistas” del sistema, unos por la derecha (coqueteando con los fascismos), otros por la izquierda (con opciones electoralistas que prometen cambiarlo todo desde arriba), fomentando de nuevo la ilusión de que el sistema es reformable.

Los resultados del arduo juego de Syriza con los tiburones europeos serán decisivos para comprobar hasta qué punto es capaz de reformarse ese sistema. Puede ser la última oportunidad de la verdadera izquierda socialdemócrata para hacer creíble el reformismo.

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