Crisis polí­tica en Irán tras las elecciones

Doble pulso de largo alcance

Los resultados de las elecciones presidenciales iraní­es se han convertido, de forma imprevista, en un doble pulso cruzado de largo alcance. Las multitudinarias protestas en Teherán han puesto de manifiesto dos hechos relevantes para su futuro. En primer lugar, la fortaleza de la oposición de reformistas y conservadores moderados del régimen y su capacidad de influencia sobre importantes sectores de la población. En segundo lugar, la radicalización de una parte relevante de la sociedad, lo que a su vez constituye un inesperado factor de vulnerabilidad polí­tica del régimen iraní­. Y todo ello justo en el año en que se conmemora el 30 aniversario del triunfo de la revolución islámica.

Lo que comenzó siendo aarentemente una simple protesta por un recuento electoral cuestionado por la oposición del régimen, ha desbordado las previsiones de sus organizadores para convertirse en una rotunda expresión del malestar polí­tico y social de una parte importante de la población de las grandes ciudades con el actual liderazgo del régimen iraní­, su gestión económica y su dirección polí­tica. La amplitud, persistencia y radicalidad de las protestas populares de Teherán están sacando a la luz del dí­a un cúmulo de contradicciones de diferente naturaleza e intensidad que hasta ahora habí­an permanecido ocultas.La primera de ellas, la agudización y la hondura de las divisiones que recorren la clase dominante iraní­ y a sus elites dirigentes. A diferencia de la revolución islámica de 1979 -y no digamos ya de las revoluciones «de color» de los paí­ses del antiguo glacis soviético como Ucrania o Georgia, orquestas, financiadas y dirigidas directamente por la CIA-, el objetivo de las revueltas de estos dí­as en Teherán no es la toma del poder del Estado, cambiándolo de manos y de naturaleza; sino la lucha por crear una correlación de fuerzas entre los distintos sectores y lí­neas del mismo régimen que los resultados electorales, por distintas razones, no han sido capaces de fijar. Lo que está en juego estos dí­as no es ni el régimen islámico iraní­, ni siquiera la figura del presidente Ahmadinejad. Sino si la victoria de éste es tan absoluta e incontestable como se ha presentado; o si por el contrario la alianza de reformistas y conservadores moderados posee la suficiente fuerza polí­tica y social para imponer -aun habiendo sido derrotados electoralmente- no un cambio de rumbo, pero sí­ tanto una mayor flexibilidad en el frente exterior como un mayor dinamismo económico en el interno. Este es el verdadero telón de fondo de lo que ocurre en las calles de Teherán.Pero, al mismo tiempo, si esto es posible es porque entre toda una amplia gama de sectores sociales -entre los que destacan las mujeres y la juventud urbana, así­ como lo que se llama en general las clases medias de las grandes ciudades- existe un profundo malestar social y polí­tico. Los cinco años de presidencia de Ahmadinejad han traí­do, en lo interno, una creciente parálisis de la economí­a iraní­. Hasta el punto de que a pesar de ser el segundo mayor exportador de petróleo de la OPEP y los altos precios de los últimos años, la inflación en el paí­s se ha disparado un 30%, mientras el paro está en el 15% de media nacional, pero entre la juventud de las ciudades supera fácilmente el 50%. Combinado con esto, la lí­nea de respuesta dura e inflexible al hostigamiento del hegemonismo norteamericano -que llegó durante el mandato de Bush a colocar a Teherán en el «eje del mal»- ha provocado que el aislamiento internacional del régimen impidiera a Irán participar en los beneficios de la globalización de los que sí­ han podido disfrutar otros paí­ses emergentes del Tercer Mundo. Lo que a su vez explica la colisión de intereses con la lí­nea dura del régimen de unas clases medias limitadas seriamente o impedidas de progresar.A esta doble contradicción interna se suman las maniobras de injerencia y desestabilización interna propiciadas por las potencias extranjeras en cuanto han visto la más mí­nima posibilidad de una grieta en el hermético régimen iraní­ y la potencial fractura social que las multitudinarias movilizaciones populares podí­an generar. Pese a no disponer de los necesarios mecanismos de intervención, injerencia y subversión interna de los que sí­ dispusieron en otros paí­ses para promover la sustitución de un régimen no controlado por otro adicto, las potencias imperialistas -necesariamente capitaneadas por la inteligencia norteamericana, la otra cara de la prudencia diplomática adoptada por Obama- se han lanzado a hurgar en la herida con todos los medios a su alcance. Pues, en definitiva, propiciar la mayor desestabilización del paí­s y azuzar las contradicciones internas a fin de provocar su debilitamiento, es crear las condiciones para pensar en un futuro cambio de régimen, el objetivo que no han sabido cómo resolver en los últimos 30 años.

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