25º aniversario de los Goya

Distinto y nuestro

Cada año, desde hace ya un cuarto de siglo, los Goya se convierten en la gran cita anual del cine español. Un cine que es distinto, moviéndose en territorios opuestos a los transitados por las grandes producciones norteamericanas. Y es nuestro, ofreciendo otro punto de vista ante la realidad.

El 12 de noviembre de 1985, un almuerzo en un restaurante de Madrid con destacados directores y roductores da lugar al nacimiento de los Goya, los premios anuales del cine español.El objetivo era dar un espaldarazo al cine nacional, que entonces pugnaba por abrir nuevos horizontes. ¿Qué balance podemos realizar un cuarto de siglo después? ¿Que recursos dispone el cine español para desarrollarse? ¿A qué dificultades se enfrenta? Un cine a contracorrienteCuando, tras ganar la Concha de Oro en el festival de Donosti, algunos medios destacaron con sorpresa la temática de "Los lunes al sol" -la odisea de un grupo de parados- su director, Fernando Leon de Aranaoa, respondió con naturalidad, mostrando uno de los nervios claves del cine español: "Son temas que están ahí y de los que hablas todos los días. Si lees las encuestas de los periódicos, sabes que es uno de los temas que más preocupan a toda la población. No entiendo que a algunos les sorprenda que se haga una película sobre el paro, cuando estamos hablando de un problema que afecta a tanta gente. Lo sorprendente sería lo contrario. No hacerla".Si las grandes compañías norteamericanas presentan una tras otra películas irreales, alojadas en mundos que nadie conocemos ni sentimos, destinadas a embellecer la realidad, a engañar… otros han adoptado un compromiso con la realidad, con la verdad.A lo largo de estos 25 años, hemos visto a un grupo de cineastas empeñados en acercarse, desde diferentes puntos de vista, a la realidad de millones de hombres y mujeres excluidos del protagonismo en la historia, y que consiguientemente son también marginados, como mucho, al papel de extras en una gran superproducción.En el cine español existe una corriente general que incita a descorrer el velo, a buscar el arte en un acercamiento a la vida de personas de carne y hueso, cercanas a nosotros en sus condiciones materiales, problemas y deseos.Podemos recordar a películas como “Celda 211”, "Barrio", "Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto", o "Solas". Pero también las pasiones irrefrenables y revolucionarias del cine de Almodóvar.Constituyen la savia de la que se nutre el cine hispano. Hablan de lo que nos interesa y preocupa porque el autor es de nuestro propio mundo.Lo que no se puede ver, lo que no se debe mostrar, es lo que verdaderamente interesa. Sea la vida de los jóvenes en los barrios populares de la periferia de las grandes ciudades o la condena a una agonía lenta de un jubilado arrojado como material desechable en Argentina. La cámara del cine español habla en otro lenguaje que las sofisticadas mecánicas de Hollywood. Y se rige por un código moral enfrentado.Cuando el capitalismo ha instaurado como único molde ético que todo es una mercancía, que hasta los rincones más íntimos, deben someterse a criterios de rentabilidad, Aranda se encarga de recordarnos que las pasiones exigen romper con ese estrecho molde, Almodóvar nos presentó en “Hable con ella” a Benigno, capaz de entregarlo todo por alguien de quien la ciencia ha dicho que no podrá obtener nunca nada a cambio…Cuando el cine parece arrastrado por la corriente que, desde Hollywood, convierte las pantallas de medio mundo en inoculadores de la visión del imperio, aparecen, y es de reseñar que en un elevado porcentaje provienen del mundo hispano, numerosas cuchillas que como Buñuel en "Un perro andaluz" pretenden rasgar los ojos que no nos dejan ver.Un breve repaso a las películas que recibimos de Hispanoamérica, o también a la lista de obras premiadas en los Goya, nos demuestra que algo impulsa al cine hispano hacia una vertiente rabiosamente militante.Hay una voluntad explícita de transgresión. Saben, como declara Ripstein, que sólo alcanzarán su libertad como artistas enfrentándose a los pilares que se consideran sagrados.El cine hispano nos muestra, en definitiva, el código de valores de la gente con quien se identifica, del pueblo.Unos principios que, por debajo de la ponzoña que ha instaurado el capitalismo reduciéndolo todo al interés contante del dinero, respiran solidaridad, lealtad, desinterés, de la forma más natural posible.Los protagonistas son golpeados, excluidos, pero nunca doblegados. Y esa es quizá la facultad más revolucionaria. El orgullo propio del mundo hispano se materializa en una voluntad de lucha, de levantar la cabeza aún debajo de los cascotes.Nadie puede rendirse porque hay un mundo por ganar. Como hace decir Díaz Yanes a Victoria Abril "los pobres son príncipes que buscan recuperar su reino". Gentes que como Luppi en una perdida granja Argentina, buscan "un lugar en el mundo".No son personajes que padezcan la historia, sino que se rescata deliberadamente un torrente de energía que para algunos permanece olvidado, pero que tan solo hay que tener ojos limpios para poder contemplar. Un cine que germina de la tierra¿Sobre qué pilares se asienta esta mirada que, bajo diversas y múltiples formas, reaparece una y otra vez en el cine hispano?La tozuda lógica de los hechos, el peso aplastante de la realidad, conduce a los cineastas hispanos a adoptar el punto de vista que expresó Italo Calvino: “el no compromiso no existe, de hecho no comprometerse es apoyar a lo establecido. Yo he elegido comprometerme con lo que creo justo”.Y, tal y como expresa Aristarain, la necesidad se ha convertido en libertad. La ausencia de una gran industria del cine obliga a tener que inventar maravillas para financiar una película, pero al mismo tiempo ha evitado la monopolización, el absoluto control sobre todo el proceso de creación que sí ejercen las grandes compañías estadounidenses. Concediendo un espacio donde los creadores pueden expresarse con una mayor libertad, sin tener que estar estrictamente sometidos a la dictadura financiera.Pero no hay que olvidar que el compromiso actual también hunde sus raíces en la tradición cultural del mundo hispano.Aquella que, por inexplicables motivos, ha dirigido la mirada de los artistas hispanos hacia un acercamiento a la vida y las personas. Cuando la literatura medieval se elevaba hacia fantasías celestiales, el Mio Cid dirigía su mirada hacia la tierra.Cuando todas las grandes historias transcurrían en la corte, o como mucho en los ambientes mundanos de la burguesía, Cervantes y la novela picaresca se adentran en la realidad popular.Existe una tendencia natural en el arte hispano, no ya a contar lo que le ocurre al pueblo, sino a convertir a personajes del pueblo en protagonistas de las grandes obras universales.Y a hacerlo con la misma insobornable búsqueda de la verdad que condujo a Velázquez a pintar la inmisericorde mirada de un ambicioso señor terrenal cuando retrató al Papa Inocencio X.La fusión y el mestizaje, racial, cultural, religioso, que ha conformado lo que hoy es el mundo hispano conlleva también un código de valores, una forma de entender el mundo que se enfrenta radicalmente al pensamiento único, a que exista una única cultura impuesta por EEUU.La tradición se vuelve a actualizar, como viene sucediendo desde hace siglos, en la mirada moderna, rabiosamente anclada en los problemas actuales más candentes que circula por las secuencias de las mejores obras de los directores hispanos.Desde aquí adquiere una vital importancia la necesidad de constituir, como demandan muchos cineastas, una plataforma común que pueda competir con el cine norteamericano, ofreciendo al mundo una mirada a contracorriente. ¿Crisis del cine español?Si hay una constante que nos ha perseguido durante los 25 años de vida de los Goya, ésta ha sido la de la eterna crisis del cine español.Los datos de taquilla del último año nos vuelven a colocar el problema sobre la mesa. Ni la taquilla general ni las cintas patrias han conseguido cumplir las expectativas en cuanto a recaudación, confirmando que 2010 ha sido desastroso con un 11% de espectadores menos.En 2009 las películas de producción nacional recaudaron 107 millones, en 2010 no llega a los 70 millones, perdiendo 37,3 millones de euros por el camino. Sólo un 10,8% de la taquilla ha sido para ellos, cuando el año pasado fue un 16% que ya de por sí es para echarse las manos a la cabeza.La conclusión parece casi obvia: el cine español no tiene ni la calidad ni el interés suficiente para competir con el cine norteamericano, por lo que, año tras año, el monstruo de Hollywood irá dando bocado tras bocado a su escuálida cuota de pantalla hasta su práctica extinción final.¿Es esto así? ¿El cine español está en su ocaso? ¿Las películas españolas no tienen interés ni calidad? Las cifras y las opiniones de algunos tertulianos así parecen demostrarlo. Sin embargo, muchos otros elementos de la realidad parecen indicar exactamente lo contrario.Si repasamos, por ejemplo, los premios otorgados en los últimos años por Academias de Cine, europeas o americanas, o por los más prestigiosos festivales internacionales de cine, o los premios de la crítica especializada, tanto en Europa como en América, resulta que el cine español es uno de los más galardonados y ocupa un lugar enormemente destacado, probablemente por encima de cinematografías cercanas que invierten mucho más que España en la protección y promoción de su cine. La abundancia y frecuencia de estos premios no puede sino ser testimonio de una indiscutible calidad que, por otra parte, es hoy mundialmente reconocida.Que aquí, en España, haya gente que no vea esto, o que no quiera verlo y reconocerlo, es otro asunto.Pero es que además la calidad cinematográfica de nuestro cine está garantizada por un extraordinario elenco de directores de cine de primera línea -y de varias generaciones- que, aunque no tengan la dimensión internacional (planetaria, para ser más exactos) que en este momento han alcanzado los Almodóvar y Amenábar, sí cuentan a sus espaldas con una obra destacada.Hablar de ocaso, de crisis, de falta de calidad y otras sandeces en relación al cine español -uno de los más vivos del mundo y uno de los pocos capaces de poner en las pantallas cada año 4 ó 5 títulos verdaderamente importantes- es, pues, de una miopía que, por repetirse año tras año, más parece ya exasperante ceguera.Pero sería también miope no ver que el cine español no acaba de traspasar ciertas barreras en su mercado nacional -y, por supuesto, también internacional que sería lógico y necesario que traspasara. En España se hacen 125 películas al año, pero ni siquiera la mitad llegan a estrenarse en una sala de cine, de esas ni la mitad tienen la inversión publicitaria mínima que les permitiera llegar a ser conocidas por el público, y de todas apenas 15 ó 20 se estrenan en las grandes salas del país. Esta incomprensible “criba” previa explica en buena medida la “debilidad” del cine español, su paupérrimo 14% de cuota de pantalla.Cambiar esta situación -o siquiera modificarla en parte exige inaplazablemente la adopción de dos medidas. Por un lado, mejorar la inversión publicitaria para la promoción del cine español. Por otro, cambiar el sistema de exhibición, cada vez más controlado por las propias multinacionales americanas, para que las películas españolas se estrenen, sean conocidas y puedan ser vistas en las principales salas del país.

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