EEUU

Dimite James Mattis, Secretario de Defensa de Trump

Mattis se opone al repliegue de tropas que Trump ha ordenado ya en Siria, pero también al que se proyecta en Afganistán, y discrepa de las formas degradantes con las que el presidente trata a los aliados.

La lista de dimisiones, renuncias o defenestraciones -ya van 34- en el gobierno de Trump ha ganado un miembro más, y no un apellido cualquiera. Antes de ser nombrado secretario de Defensa, James Mattis ya era un condecorado general de cuatro estrellas del Cuerpo de Marines, un cuadro estructural del Alto Estado Mayor del Pentágono. Su apodo de batalla -«Mad Dog», «Perro Loco»- no hace justicia a un militar cerebral, intelectual y estudioso, que siempre prefirió el mote de «Monje Guerrero». Durante años fue el comandante del Comando Central del Pentágono (USCENTCOM), que vela por los intereses militares de EEUU en todo el área que va desde el Cuerno de África hasta Asia Central, pasando por la explosiva región de Oriente Medio. Mattis, un halcón en toda regla, tuvo un papel protagonista en la administración de G.W. Bush, tanto en la invasión de Irak como en la de Afganistán.

El detonante de la renuncia de Trump está especificado con pelos y señales en la carta que colgó él mismo en la web del Departamento de Defensa. En la misiva -una crítica demoledora a aspectos centrales de la política de Trump- Mattis se opone al repliegue inmediato de tropas que Trump ha ordenado en Siria, una retirada que dejará “un vacío que puede ser aprovechado por el régimen de Al Asad o sus apoyos [Rusia e Irán]». Mattis también lleva semanas oponiéndose firmemente a los planes de Trump de recortar a la mitad la presencia militar en Afganistán, de 14.000 a 7.000 soldados. 

No todo son diferencias. El Monje Guerrero se muestra completamente alineado con Trump a la hora de defender la necesidad de que EEUU dé un salto en la abrumadora superioridad militar norteamericana, utilizándolo como “carta de fuerza” que imponga los intereses norteamericanos y garantice su hegemonía. También se muestra totalmente alineado en “ser resueltos y no ambiguos en nuestro enfoque hacia aquellos países cuyos intereses estratégicos están cada vez más en tensión con los nuestros”, dice refiriéndose a China, aunque también a Rusia. 

Pero la línea Trump ha impuesto una drástica recategorización de los países bajo su órbita, en base al peso real de cada uno y a las necesidades de la hegemonía norteamericana. Y es ahí, o más bien en las formas agresivas e «irrespetuosas» en las que Trump lleva adelante esta degradación de aliados y vasallos, donde Mattis -recogiendo la posición de una gran parte del establishment norteamericano, tanto de demócratas como de republicanos- muestra su diferencia más fundamental con la política internacional de Trump. 

El presidente norteamericano incide en que es necesario el repliegue en Siria para que «los aliados otros países paguen su parte en las obligaciones de Defensa» y en las guerras de Oriente Medio. “¿Quiere EEUU ser el agente de policía de Oriente Próximo, sin recibir nada salvo gastar billones de dólares? ¿Queremos estar allí siempre? Es hora de que otros luchen por fin…”, insiste Trump, exigiendo que otros países -la OTAN, Israel, Arabia Saudí- cumplan ese papel por Washington. 

Por el contrario, Mattis sostiene en su carta que «nuestra fortaleza como nación está indisolublemente unida a la fortaleza de nuestro sistema único y completo de alianzas y asociaciones. En tanto que EEUU permanece como la nación indispensable en el mundo libre, no podemos proteger nuestros intereses o servir ese papel de manera efectiva sin mantener alianzas fuertes y mostrar respeto a esos aliados». 

Una cosa es exigir -incluso con tono marcial, algo que el propio Mattis ha hecho- a los aliados que incrementen sus tributos de guerra, con presupuestos y tropas en el terreno, en las necesidades globales de la superpotencia. Y otra cosa es degradarlos permanentemente y no tratarlos con respeto, dice el general.

No todos los halcones están con Trump

La dimisión de Mattis ha estado acompañada de la de otros altos cargos del Pentágono, como el prematuro relevo del jefe del Estado Mayor Conjunto, J.F. Dunford, o la del enviado especial de Washington para la coalición contra el ISIS, Brett McGurk. Y ha sido precedida en los meses anteriores de sonoras defenestraciones de cargos destacados en la Casa Blanca. Una evidencia más de que la disputa entre dos líneas en la cabeza del Imperio acerca de cómo gestionar los asuntos de unos EEUU en declive se ha agudizado hasta límites nunca vistos. 

Al tradicional enfrentamiento con los demócratas se une la animadversión de una buena parte de la plana mayor republicana hacia aspectos centrales de la línea Trump. Esta pugna se ha manifestado en la ristra de 34 dimisiones, renuncias o destituciones dentro del propio equipo gubernamental, frente a las 4 ó 5 que tuvieron que afrontar Obama o Bush. En septiembre, un artículo de opinión del New York Times revelaba la existencia de  una “resistencia” secreta dentro de la administración, dedidada a corregir los excesos de Trump, o a impedir que lleven a cabo decisiones erróneas para EEUU. 

No solo es ante el repliegue de Siria o Afganistán. Mattis se opone las formas agresivas y degradatorias en cómo Trump trata a sus aliados.

La postura de halcón de Mattis -especialmente dura hacia Irán- hizo que la administración Obama lo jubilara a los 68 años. Trump, convencido de que “Perro Loco” se trataba casi de una reencarnación del general Patton, lo reclutó para su primer equipo presidencial -junto a otros militares de alta graduación como John Kelly como jefe de Gabinete y H. R. McMaster como consejero de Seguridad Nacional- y le dio el cargo de jefe del Pentágono.

Sin embargo, las desavenencias entre Mattis y Trump no tardaron en manifestarse. Mattis ha contribuído notablemente a disuadir a Trump de decisiones como socavar la OTAN, retirar fuerzas de Corea del Sur en un momento de enfado con Seúl, llevar una operación en gran escala en Siria o invadir Venezuela. No pasó mucho tiempo antes de que Trump lo llamara «Perro moderado» e incluso lo acusara ante la prensa de ser “una especie de demócrata”.

Trump después de Mattis

La renuncia de Mattis, en cierto sentido como la de Rex Tillerson, deja a Trump con menos ataduras dentro de la Casa Blanca para poder llevar adelante las líneas maestras de su política internacional. «Uno a uno, los experimentados asesores que significaban un baluarte contra los impulsos más imprudentes de Trump han sido destituidos o han renunciado. La era de la contención de Trump ha terminado», dice el Washington Post.

Las desavenencias entre Mattis y Trump han estado manifestándose casi desde el primer momento.

Sin embargo, la oposición -interna y externa- a Trump no se agota con Mattis. Destacados líderes republicanos -incluso cercanos a Trump- como Marcos Rubio o Lindsey Graham han pedido al presidente que reconsidere sobre el «grave error» de los repliegues en Siria o Afganistán, discrepancias a las que se ha sumado hasta el influyente asesor de Seguridad Nacional, el neocon John Bolton. Aún no se sabe cuán amplia (y quiénes integran) la «resistencia» dentro del gobierno de la que hablaba el NY Times. 

Y fuera de la Casa Blanca, la tormenta política contra el presidente se intensifica. El choque frontal entre la Casa Blanca y la mayoría demócrata en el Congreso ha provocado un cierre parcial de la administración que -en palabras de Trump- «seguirá hasta que aprueben el dinero para el Muro».

La marcha de Mattis estaba prevista para finales de febrero, pero Trump -airado tras la carta del general- ha decidido hacerla inmediata y anunciar su sustitución interina por el número dos del Pentágono, Patrick Shanahan. Aún es pronto para saber cuál será su postura, pero el NY Times -portavoz de los sectores demócratas del establishment- lanza una llamada de auxilio: “Sería prudente que el Senado se postulara para un candidato a secretario de defensa que se pareciera más al Sr. Mattis que al Sr. Trump”

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