El pasado 16 de agosto se manifestaron unas 3.000 personas en Madrid, la mayoría sin mascarillas y sin guardar la distancia de seguridad. Coreaban: “queremos ver el virus”, una consigna acertadísima para definir el movimiento y su carácter anticientífico, pues los virus son los “microorganismos” de menor tamaño y sería necesario agrupar 8.000 de ellos para ocupar el grosor de un pelo. Es decir, “ver” el virus es tan imposible como encontrar un argumento sólido y coherente entre su propaganda.
Aunque la mayoría son disparates que se desmontan por sí solos, hemos querido responder a los principales argumentos que defienden los negacionistas de la pandemia. Decir sandeces no cuesta esfuerzo y las sandeces no merecen, en principio, ninguna atención. Sin embargo, cuando se insulta el trabajo de miles de profesionales y, sobre todo, cuando se juega con la salud de la gente, especialmente de los más débiles, conviene denunciar y desmontar cada uno de sus disparates, para de paso podernos armar de nociones científicas sobre la enfermedad
El cuento del coronacuento
Los negacionistas dicen que quieren ver el virus y hablan de “coronacuento”, porque dudan de su existencia o bien la aceptan pero aseguran que no es peligroso ni la situación es grave. Su discurso les ha hecho merecedores de títulos como “terraplanistas de la COVID-19” o “covidiotas”.
También defienden que el virus se ha fabricado con motivos geopolíticos y que no es natural. Actualmente no hay indicios de ningún posible origen artificial del SARS-CoV-2, y aunque no se ha encontrado un origen concreto del virus, hay numerosos estudios e investigadores que indican que tiene su origen en la vida silvestre, probablemente en los murciélagos. En un proceso natural perfectamente descrito por los biólogos -la zoonosis- que ocurre cuando por una mutación espontánea un virus adquiere la facultad de infectar nuevas especies.
El fantasma del 5G
La tecnología 5G se ha ganado la antipatía de los negacionistas en distintas formas. El premio al absurdo se la lleva la que defiende que las ondas electromagnéticas de esta tecnología móvil sirven a la propagación del virus. La Organización Mundial de la Salud ha tenido que aclarar, por si había alguna duda, que ninguna red de telefonía puede propagar el virus, que se transmite en pequeñas gotitas que emitimos al hablar, toser o estornudar.
Otros defienden que el enemigo no es el virus, sino que es esta tecnología la que (según dicen) verdaderamente provoca las muertes. Sin embargo, no existen evidencias científicas de que la tecnología 5G -que utiliza ondas electromagnéticas situadas entre las de radio y las microondas, es decir, no ionizantes, y no muy diferentes al ancho de banda del 4G que usan todos los móviles- pueda provocar ningún efecto adverso en la salud de las personas. Y un argumento todavía más contundente es que muchos de los países afectados por la pandemia no disponen de redes 5G.
La vieja y peligrosa cantinela antivacunas
Un tercer argumento de los “covidiotas” es que la futura vacuna contra el virus, a la que han denominado “vacuna Bill Gates” será un pretexto para inyectar microchips (con nanobots) a toda la población. En su discurso defienden que Gates –ya jubilado– es uno de los promotores de la pandemia y su objetivo es poder controlar a la humanidad con la inyección de la vacuna.
El bulo nace de un artículo del propio magnate en el que explicaba la diferencia entre las “nuevas vacunas” que se basan en la idea de introducir el código genético necesario (ADN o ARN) para producir un antígeno y las “tradicionales”, que introducen el virus ya muerto o atenuado en el sistema. En ningún caso ese “gen del virus” -que se expresaría y se degradaría al poco tiempo- se introduciría en nuestros cromosomas y pasaría a ser parte de nuestro genoma.
Este argumento se dota de completa coherencia al saber que los mismos que se oponen a las vacunas, defienden que el clorito de sodio (CDS) o el “suplemento mineral milagroso” (MMS) cura la COVID-19. El consumo de estas sustancias como medicamentos puede ser muy peligroso y tóxico (aparte de ilegal en nuestro país). Tal y como indicó la Administración de Medicamentos y Alimentos estadounidense, es prácticamente como “estar bebiendo lejía”.
PCR que no ve, virus que no se siente
En cuarto lugar, los negacionistas de la pandemia desestiman y atacan la fiabilidad de las pruebas PCR, argumentando que dan falsos positivos porque su procedimiento es poco específico.
La realidad es que la Reacción en Cadena de la Polimerasa (PCR) es altamente específica, pues utiliza un fragmento de material genético (denominado cebador) que solo se une a la secuencia concreta del material del SARS-CoV-2. Después de esta unión, la polimerasa realiza un gran número de copias fluorescentes. De tal manera que la PCR detecta si en el momento de hacer la prueba, el paciente alberga el coronavirus: solo si hay virus en ese momento multiplicándose en el organismo, podrá copiarse y se detectará su señal fluorescente y si no lo hay, no habrá ninguna señal.
El fragmento de material genético del SARS-CoV-2 elegido para la PCR está formado por 200 nucleótidos, que podemos entender como 200 letras, ordenadas de una manera determinada en todos los coronavirus de este tipo. Esta secuencia es única y exclusiva, lo que convierte a la PCR en una prueba altamente específica y que salvo una contaminación accidental, siempre proporciona unos resultados fiables.
La cárcel de mi casa, el bozal de mi mascarilla
La conclusión práctica de toda su propaganda, o más bien, el punto de partida desde donde han buscado todos sus argumentos es que el confinamiento y el uso de las mascarillas va en contra de la libertad. Dicho en otras palabras, un detestable y enfermizo ultraindividualismo que se podría resumir en la consigna: “queremos ser libres (de contagiar a nuestras abuelas)”.
En su alegato afirman que “no hay ninguna justificación científica” que avale llevar mascarillas, a las que llaman bozales, y que su uso durante un periodo prolongado puede provocar enfermedades. Son dos falacias más en esta retahíla.
Por un lado, efectivamente la OMS afirma que la mascarilla “no basta para lograr un grado suficiente de protección”, sino que hay que complementarla con otras “medidas de prevención y control” como la distancia de seguridad o la higiene. Por eso las autoridades sanitarias no exigen solo la mascarilla, sino que hablan de la Regla de las 3M: mascarilla, manos y metros. En ningún caso se desaconseja su uso, sino acompañarla de otras medidas preventivas.
Por otro lado, respecto a los supuestos “efectos secundarios de la mascarilla”, son falsos. La OMS afirma que “el uso prolongado de mascarillas quirúrgicas, cuando se llevan puestas correctamente, no provocan efectos adversos ni hipoxia”. Y, por supuesto, es mentira que aumente el riesgo de sufrir cáncer.
Hagamos una mención especial al confinamiento que, por cierto, no han podido hacer todos los que se han demostrado imprescindibles y sin posibilidad de teletrabajar; me pregunto si los negacionistas considerarán que a ellos no se les ha coartado la libertad…
Los terraplanistas del Covid sostienen que el confinamiento coarta los derechos y libertades de la persona y se abanderan en que “la OMS lo rechaza”, una trampa más. Tal y como indicó su portavoz, Margaret Harris, la OMS “nunca pidió el confinamiento”, pero tampoco rechazó su utilidad.
Como se puede comprobar, los argumentos (o más bien, despropósitos) que defienden los negacionistas pueden ser tomados en broma y bien podrían ser utilizados en un sketch de José Mota. Sin embargo, la broma se convierte en peligro cuando se ataca la salud pública y se vuelve una amenaza para la salud de nuestros mayores y los más frágiles.