Medicalización social

Desmontando el tinglado farmacéutico

Tras la campaña por la sostenibilidad de la sanidad pública y la racionalización del gasto farmacéutico hay una ofensiva en toda para adecuar la sanidad a las exigencias de los capitales financieros y culpabilizar a pacientes y médicos por el despilfarro flagrante endémico en la sanidad española con tal de trasvasar una parte de los recursos hasta ahora destinados a ellos a las arcas de los grandes bancos, aseguradoras y fondos de inversión.

Este royecto implica reorientar el papel que ha jugado la sanidad. Si hasta ahora el despilfarro en la sanidad era una forma de dar salida a los insumos, tecnología y medicamentos (sobre todo los de los grandes laboratorios norteamericanos y alemanes como Pfizer, Bayer o Merck), ahora el recorte en los precios de referencia o los presupuestos para colmar las exigencias de los grandes bancos obligará a que las farmacéuticas exploten más concienzudamente el mercado que ellas mismas han creado. ¿Cómo? Primero, lógicamente, con condiciones laborales de sus propios trabajadores que les permitan quedarse con una tasa mayor de plusvalía. La reforma laboral da buena cuenta de esto y España es un país en el que la industria farmacéutica supone una buena parte del PIB. Segundo, con leyes que protejan adecuadamente la propiedad intelectual sobre sus productos y una política que, a pesar de promover el uso de genéricos formalmente, retrase al máximo posible su entrada en el mercado, como es el caso en España. Tercero, más facilidades para promocionar y experimentar con sus fármacos. Según los últimos estudios, las comunidades autónomas cada vez se implican más a nivel internacional en la realización de ensayos clínicos (EC). Existen en nuestro país 1.161 EC en curso que se implementan en 8.367 participaciones de centros españoles, de los cuales más del 90 por ciento son internacionales. Cuarto, leyes que flexibilicen la venta de productos farmacéuticos en centros de salud o supermercados tal como se hace en otros países y, en ese sentido, romper el monopolio que los propios farmacéuticos tienen en España (y su modelo Mediterráneo de farmacia) sobre la distribución de los medicamentos. Quinto, aumentar la medicalización de la sociedad, generar campos nuevos no patológicos (la calvicie, la menopausia…) en los que se cree una necesidad farmacológica. Estos y otros pasos más se están dando ya desde hace tiempo. El hipermercado farmacéuticoEl gasto farmacéutico española viene disminuyendo desde 2010 después de una década de subida imparable. A través de receta oficial del Sistema Nacional de Salud el gasto pasó de 6.700 millones de euros en 2000 a los más de 12 mil millones en 2009. España es, desde hace ya cuatro décadas, un auténtico paraíso farmacéutico para el capital extranjero. Nos han convertido, con calzador, en el séptimo mercado mundial farmacéutico. Con calzador porque hemos sido conejillas de indias para los intereses comerciales y de investigación de los laboratorios desde que se fundó la Seguridad Social en los sesenta. Mano de obra barata Los españoles somos mano de obra cualificada y barata para las farmacéuticas, aquí se han instalado los principales laboratorios por los costes laborales bajos (condición que ha mejorado para ellos con las nuevas medidas de Zapatero) y una alta calidad científicotécnica (50% de los empleados tiene estudios superiores y el 10% trabaja en I+D y biotecnología) que hacen más competitivo contratar un químico cualificado español que uno en India. No en vano la industria farmacéutica en España es un sector industrial estratégico con una alta productividad y muy competitivo en los mercados internacionales. Las exportaciones de medicamentos superan los 8.100 millones de euros y representan un 5,1% del conjunto de exportaciones españolas. De las 402 empresas, 273 son pequeñas, 67 medianas y 62 grandes, mayoritariamente de capital extranjero. En Cataluña se lleva a cabo el 60% de la producción farmacéutica y el 50% de la exportación de productos químicos de toda España. Pero además nos encontramos entre los ciudadanos de las 30 democracias de la OCDE que más gastan en medicamentos. Si el gasto per cápita medio en la OCDE es de 444 dólares, en España, ese indicador es de 515 dólares, casi al mismo nivel que Francia (554) o Canadá (589), algo más lejos de EEUU (792). ¿Acaso tenemos un PIB o un nivel de ingresos equivalentes, o cuanto mínimo parecidos? No. El hipergasto directo de los españoles en medicinas no procede del propio bolsillo, sino de la subvención de los fármacos que ha hecho la Seguridad Social desde su fundación. La penetración del capital monopolista farmacéutico en España vino asociada a la intervención activa del Estado para poner el sistema sanitario a su servicio. La hiperfactura sanitaria ha venido desde entonces inflándose como un sistema de saqueo de las arcas públicas por el que se pagaban medicamentos caros y de todo tipo, en grandes compras para la práctica hospitalaria de las que sobraban una parte porque no se ajustaban a la previsión de uso, y se permitía a los laboratorios llegar directamente a los médicos a través de comerciales o de financiación de congresos médicos o simplemente premiándoles de diferentes maneras que prescribieran sus productos. Tal como denuncia el manifiesto de la Plataforma NO, GRACIAS, promovida por la Federación de Asociaciones en Defensa de la Sanidad Pública, “la inversión de la Industria en Marketing es enorme (31% del total) comparada con el 14% que dedica a investigación… La industria paga más del 90% de la formación continuada: establece la agenda, paga a los ponentes… y esto es, sin duda, marketing. Los pacientes también son parte del entramado con subvenciones a sus asociaciones y a la edición de revistas y libros. Además, buena parte del marketing es información "sobrevalorada" de nuevos medicamentos que son más caros al estar protegidos por patentes (sin versiones genéricas) aunque el 80% de estos medicamentos no aporten nada nuevo, son los llamados "me too", por similitud con los ya existentes. Mientras, el gasto farmacéutico crece por encima de otros capítulos, superando el 30%, sumada atención primaria y hospitalaria, del total del gasto sanitario público. Si se mantiene esta tendencia en pocos años se equipara a los costes de personal de todo el SNS”. Cuentan además con un sistema de privilegios fiscales, buenas condiciones para hacer ensayos clínicos con enfermos de la red pública y, sobre todo, la renuncia del gran capital nacional y sus élites políticas a levantar un tejido farmacéutico a la altura de los grandes. El estado, a partir de la entrada en la CEE en 1986, ha reforzado el sistema de patentes y ha relegado al tejido nacional al co-marketing, por el que las empresas nacionales producen con licencia los productos de los laboratorios extranjeros para poder subsistir. Además, en España el gasto farmacéutico supone nada menos que el 1,3% del PIB nacional y en torno al 24% del gasto sanitario total, proporción ésta sólo superada por Corea del Sur, Polonia, República Checa, República Eslovaca y Hungría. En Estados Unidos, el peso de los medicamentos en el gasto sanitario total es del 13%. Genéricos En realidad, mientras el Ministerio de Sanidad se ve obligado y forzado a tomar medidas de ahorro crecientes en cuanto a la promoción de genéricos para limitar el gasto público, y dentro de estos los más baratos, en los hechos boicotea su comercialización. Mientras que en países como Dinamarca los trámites para comercializar genéricos no suelen superar el trimestre, en España, puede llegar a quince meses. Además, en la UE una misma molécula puede llegar a estar protegida por hasta 1.300 patentes en 27 países diferentes, lo que retrasa aún más la entrada del genérico pudiendo arruinar incluso su comercialización. Una vez llegado el asunto a los tribunales, mientras en Francia los litigios tardan un semestre, en España se alargan hasta cuatro años. El argumento de que los fármacos tienen que ser caros para sustentar la investigación y desarrollo de los laboratorios cae cuando aflora la realidad. Buena parte de los ingresos se destinan a enormes campañas promocionales, incluido el pago a médicos, para aumentar las ventas. Y otra parte importante se usa no para innovar sino para añadir pequeñas modificaciones a fármacos ya patentados para alargar la protección de la patente unos años más. Cada minuto significa facturación. La medicalización… Desde el año pasado hasta 2014, caducarán las patentes de ocho medicamentos superventas que sólo en 2009 produjeron una facturación conjunta de casi 32 mil millones de euros (4,5 %de un mercado que mueve 700.000 millones de euros al año). La medicalización de la sociedad es una forma más de sortear la tendencia a que disminuyan la cantidad de moléculas nuevas que desarrollan anualmente. En las zonas privilegiadas del planeta donde es rentable comercializar productos caros, se crean necesidades de medicar situaciones no patológicas, como la calvicie o la menopausia. La cuestión del modelo mediterráneo Entre Dinamarca y Noruega tienen menos farmacias que Valencia capital. Una muestra de que "la farmacia española se acerca al ciudadano" y también del extraordinario auge que ha tomado la industria farmacéutica en España, del grado de penetración que tienen las farmacéuticas en la sociedad española. Las farmacias forman parte, aunque negocios privados para la distribución de los medicamentos, del sistema público de sanidad. De hecho los farmacéuticos son uno de los profesionales sanitarios mejor valorados por la población y el papel de los farmacéuticos como un promotor activo de salud o del buen uso de los medicamentos es una realidad. Tal es así que el modelo español, el llamado “modelo mediterráneo” es hoy por hoy un ejemplo en toda Europa. En España prácticamente no existen municipios de más de cien habitantes que no tengan al menos una oficina de farmacia, a diferencia de otros países europeos, como Irlanda, Dinamarca, Suecia u Holanda, donde no hay farmacias en municipios de entre 500 y 2.500 habitantes y existe una gran distancia entre una y otra. Existen fuerzas poderosas en la UE que empujan para desmontar el modelo mediterráneo para abrir la puerta al capital no farmacéutico y a las grandes cadenas. De momento es uno de los sectores, igual que eran las cajas de ahorros o las pensiones, que se mantenían a salvo de la penetración de los grandes capitales extranjeros. Pero ahora, con la crisis y la ofensiva contra los países dependientes como Grecia, Portugal o España, el peligro late con fuerza. En Europa la mayoría de países tienen un modelo mixto, sólo un 25 por ciento tienen un modelo liberalizado o desregulado, cuya característica principal es que está concentrado en unas pocas manos y no está concebido como un establecimiento sanitario sino como sólo comercial. Y este es el modelo que está tratando de imponer la Comisión Europea, desde el “dictamen motivado" de 2006 que considera desproporcionada la regulación española sobre la instalación de nuevas farmacias en función de distancias y ratio de habitantes, así como la exigencia de que el propietario sólo pueda ser farmacéutico y ser propietario de una única farmacia. Bruselas se convierte en el brazo ejecutor al servicio de una concentración monopolista de marcado cariz alemán e inglés. Tres sentencias del Tribunal Europeo de Justicia han paralizado, hasta hoy, la ofensiva alemana sobre el sector español. Hasta hoy. ¿Libertad? En los países en los que se argumenta que “hay libertad” en el establecimiento de farmacias, aparte de haber menos oficinas y peor cobertura lo que sucede en realidad es que las grandes cadenas de farmacias y grupos de distribución van acaparando en beneficio propio la red farmacéutica del país. Aquí en España, al empuje de las grandes cadenas internacionales de distribución (la nueva Alliance Boots inglesa, la alemana Celesio o la holandesa Phoenix) controlan ya la mitad del mercado de la UE, hay que sumar la presión de los laboratorios por potenciar la venta directa y de grandes superficies para hacerse con las ventas de fármacos que no precisan receta médica. Las diez cadenas reales de farmacias más importantes concentran en Europa (principalmente Gran Bretaña, Italia, Irlanda, Holanda, Suecia y Bélgica) ya 6.769 oficinas, siendo la alemana Gehe, con 1.809 oficinas, y la británica Boots, con 1.400, las más grandes. En España sólo hay unas 30 cadenas virtuales de farmacias, que son grupos de compra y su reconversión en cadenas reales es hoy por hoy imposible por la legislación. Es más, la atomización, el hecho de que sólo tres o cuatro empresas de distribución tengan cobertura nacional (destacan Cofares y Federación Farmacéutica), sigue siendo una de las principales rémoras para afrontar la inevitable lucha contra sus depredadores, mucho más concentrados. Países como EEUU, Inglaterra o Alemania está tomando medidas liberalizadoras del tipo de venta por internet. La farmacia española rechaza este tipo de venta. Sanidad, coto privado Claro que hay que convertir la sanidad en un coto privado, un coto privado del pueblo español y los profesionales de la sanidad, y quitárselo de las manos a los que levantan la bandera de la sanidad pública para otorgarse el derecho de gestionarla o entregarla al servicio de intereses monopolistas o financieros extranjeros. Una vez la sanidad ya no es territorio vedado a los capitales financieros, las relaciones establecidas en los estados del bienestar se tienen que sustituir por nuevas relaciones, donde el paciente es un cliente responsable de su salud porque tendrá que en último término financiársela, los médicos son proveedores de servicios responsables de ajustarlos a un presupuesto (público o privado). Prima por tanto la rentabilidad financiera para el capital financiero sobre la influencia de las farmacéuticas para que el estado se convierta en una mera correa de transmisión y financiación de sus productos. Pero, con todo el antagonismo que este choque de intereses encierra, la resolución de la crisis consiste en un acomodamiento de unos y otros intereses, a costa de la salud y la vida de la gran mayoría. Es toda una revolución planificada. Un gran transatlántico en el que vamos todos y que va girando grado a grado, hasta que, prácticamente sin darnos cuenta, habrá virado 180 grados en dirección al puerto donde la gran mayoría de nosotros quiso ir nunca.

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