80 años de hegemoní­a de Hollywood (3)

Depuración interna: La caza de brujas

Decí­amos al acabar la entrega anterior que el «garrote» que Hollywood va a aplicar de cara al exterior a partir de los años 60 para conquistar la hegemoní­a planetaria, exigí­a previamente que un «garrote» similar fuera blandido contra el mismo Hollywood. Es la caza de brujas de los años 50.

La exansión en Hollywood en los años 30 y 40 de un ambiente intelectual y político progresista y de izquierdas –fruto de la Gran Depresión, la lucha contra los fascismos en la guerra y la política de la administración demócrata de Roosevelt– va a volverse incompatible en los años 50 con el designio hegemónico con el que han salido las elites dirigentes norteamericanas de la IIª Guerra Mundial. Convertido EEUU en la gran superpotencia del campo capitalista, va a asumir sobre sí la defensa de todo el orden mundial imperialista en lo económico, lo político y lo militar ante el avance de la revolución y el socialismo en el planeta, que con la victoria de Mao Tsé Tung en China en 1949 se extiende ya entre las 3/5 partes de la humanidad. Acontecimiento que coincide con la explosión de la primera bomba atómica soviética, que rompe el monopolio sobre las armas nucleares del que hasta entonces disfrutaba EEUU. La Guerra Fría ha estallado con toda su virulencia, y en junio de 1950 se enfrenta a su bautismo de fuego con el inicio de la guerra de Corea. El hegemonismo norteamericano se ve abocado a la necesidad de “modelar” ideológicamente y cohesionar políticamente a la sociedad norteamericana para esta nueva etapa. Y para ello, la depuración de “elementos insanos y antipatriotas” de la industria cultural de Hollywood –el cine es el medio de comunicación de masas más extendido e influyente de la época– es un imperativo político. Está a punto de dar comienzo uno de los períodos más negros en la historia de la libertades en EEUU: el macarthismo o caza de brujas que golpeará con especial saña sobre Hollywood. A la caza de comunistas Aunque en realidad, la depuración de Hollywood había empezado ya bastante antes de que apareciera el macarthismo. Desde 1934 se había establecido el Comité de Investigación de Actividades Antiamericanas (HUAC por su siglas en inglés), con el objetivo expreso de investigar la participación de estadounidenses de origen alemán en actividades nazis y al Ku Klux Klan. Sin embargo, en 1938 el HUAC –que ya había descartado actuar contra el KKK por ser una “institución genuinamente americana”– da un giro de 180 grados y se centra en investigar la posibilidad de que el Partido Comunista de los Estados Unidos se hubiera infiltrado en el Sindicato Progresista de Trabajadores de la Administración, incluyendo el Federal Theatre Project, episodio deliciosamente narrado en la película de Tim Robinns, Abajo el telón, que permite hacerse una idea del espíritu revolucionario que se había adueñado de la industria cultural norteamericana en los años 30. En 1945, el HUAC se transforma en comité permanente y dos años después, en 1947, da inicio a las famosas audiencias que sostuvo durante nueve días por acusaciones de propaganda e influencia comunista en la industria cinematográfica contra los Diez de Hollywood, un grupo de novelistas, guionistas, productores y directores entre los que se encontraban figuras reconocidas como Dalton Trumbo o Edward Dmytryk. Al negarse a contestar algunas preguntas del comité, los Diez de Hollywood fueron sentenciados a la cárcel por desacato, lo que llevó a que la industria los pusiera en la lista negra. A medida que el clima de la Guerra Fría se extendía por el país, la lista negra de los estudios se extendió a cientos y cientos de artistas, afectando a directores, locutores, actores y, en especial, guionistas. McCarthy extiende la caza Sólo unos meses antes del inicio de la guerra de Corea, en febrero de 1950, el senador por Wisconsin, Joseph McCarthy, decide ir más allá acusando públicamente —con una repercusión inesperada en los medios de comunicación— la existencia de una red de infiltración formada por 205 supuestos comunistas nada más y nada menos que en el mismísimo Departamento de Estado. Pese a que nunca pudo demostrarse dicha acusación en ninguno de los casos, McCarthy y sus pesquisan son catapultadas a la popularidad por los medios más reaccionarios del país. Dando así inicio a lo que posteriormente, tras el estreno en 1953 de la obra del dramaturgo Arthur Miller Las Brujas de Salem, se denominaría como el período de la “caza de brujas”. Una infinidad de gente de los medios de comunicación, de los sindicatos, de las asociaciones de defensa de las libertades civiles, del mundo cultural e intelectual, de Hollywood, del gobierno e incluso algunos militares fueron acusados por McCarthy de sospechosos de espionaje soviético o de simpatizantes del comunismo. Grandes conglomerados monopolistas de la comunicación, como el imperio Hearst, se encargaron de crear grupos de entusiastas y exaltados anticomunistas que extendían las sospechas y las delaciones por todo el país. A pesar de que la mayoría de estadounidenses eran contrarios a sus métodos, McCarthy adquirió tanto poder que hasta el secretario de Estado de Eisenhower, elegido en 1952, prefirió despedir a varios de sus colaboradores antes que enfrentarse públicamente a las denuncias de la HUAC. Utilizando unos métodos que vulneraban cualquier principio democrático, su objetivo era infundir la creencia de que el “american way of life” estaba amenazado desde el exterior por la URSS y China, y desde el interior por un sinnúmero de espías e infiltrados comunistas. Y a erradicar esa amenaza y preservar el estilo de vida americano debía subordinarse todo, desde los fundamentos democráticos de la república hasta la necesidad de servir en las guerras en el exterior. Olvidándose del principio de la presunción de inocencia, el Comité aplicaba la presunción de culpabilidad ante cualquier denuncia que le fuera presentada. Y era el acusado quien tenía que probar su no pertenencia o simpatía por el Partido Comunista. A quienes reconocían su culpa, se les permitía limpiarla siempre y cuando entregaran una amplia lista delatando a sus camaradas reales o imaginarios. El efecto del macarthismo y la caza de brujas sobre Hollywood fue devastador. Los grandes estudios, íntimos colaboradores de McCarthy durante esos años, se hicieron con el poder absoluto de Hollywood, blandiendo la amenaza de las listas negras y acabando con la iniciativa personal y la autonomía ideológica y política de productores, directores, guionistas y actores. Años después, Orson Welles diría que lo terrible de aquella época no fueron las acusaciones y traiciones de los delatores, que lo verdaderamente ignominioso residía en que toda aquella orgía de mezquindad no sirvió a otro fin que al de “conservar las piscinas”. Pero si eso fue realmente así en el plano personal, en el colectivo sirvió para poner la maquinaria de Hollywood al servicio de la hegemonía norteamericana. Ahora sí, ahora Hollywood había sido preparado y ejercitado para lanzarse a la conquista del planeta. Tema que nos ocupará en el próximo, y último, capítulo.

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