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¿De qué clase media habla Pedro Sánchez?

“Reivindico la centralidad y la defensa de la clase media”, dijo Pedro Sánchez a comienzos de mes en una entrevista en Onda Cero. ¿De qué clase media habla el secretario general del PSOE? Muchos de los hijos de la clase media que surgió en España en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado han caído abruptamente por los peldaños de la escalera social y sus nietos son esos que, en el mejor de los casos, consiguen contratos que no llegan a una semana de duración.

La única media vigente es la del empobrecimiento. Al amparo de tres decenios de crecimiento y desarrollo interrumpido únicamente por algunos baches, la inmensa mayoría de los españoles se definía de “clase media”, hasta el extremo de que los encuestadores se vieron obligados a crear subcategorías: media-alta, media-media, media-baja. Pero hoy muchos de ellos han pasado a engrosar la lista de los parados y otros alargan las colas de los comedores sociales o centros asistenciales. La mayoría ha vuelto a ser lo que, en realidad, nunca dejaron de ser: clases trabajadoras, aquellas que obtienen sus recursos para subsistir vendiendo a otros su trabajo.

El discurso del nuevo líder del PSOE retrotrae a los tiempos de gloria del exprimer ministro británico Tony Blair (1997-2007), abanderado de lo que dio en llamarse la “tercera vía”, cuando proclamó: “Todos somos de clase media”. La consecuencia de aquel discurso, según la investigación realizada en Inglaterra por Owen Jones (Chavs. La demonización de la clase obrera. Editorial Capitán Swing) fue la “percepción generalizada de que el laborismo” -el socialismo británico- había “abandonado a la gente para la que se creó”, de modo que mucha gente trabajadora concluyó que la socialdemocracia “ya no es el partido de “gente como nosotros”.” Eso es lo que le ha ocurrido también al PSOE.

Y, “si ya no hay una clase trabajadora para defender, la izquierda se queda desprovista de toda misión y sin razón de existir”. El mito de la “clase media” Para estos antiguos y desencantados votantes de la izquierda, los dirigentes socialdemócratas viven en un mundo diferente al suyo y han perdido el contacto con la realidad. A juicio de Owen, la “crisis central de la política actual” es “la falta de representación política de la clase trabajadora” y esa situación sólo se podrá rectificar si se consiguen desmontar algunos “mitos” como “que todos somos esencialmente de clase media” y que “la clase es un concepto anticuado”.

El PSOE no ha escapado -y, por tanto, no ha salido indemne- a la contaminación de la corriente que encarnaron dirigentes como Blair, Bill Clinton -el padre de las hipotecas basura- y Gerard Schröder, quien siendo canciller de Alemania echó la última palada en el entierro de las ideologías al proclamar que ya no había políticas económicas de izquierdas ni de derechas, sino únicamente eficaces o no, con lo que de un plumazo borró los principios de la redistribución y de la corrección de las desigualdades. Heredero de aquel pensamiento fue en España José Luis Rodríguez Zapatero, que ganó las elecciones aplicando en el PSOE el giro que se había producido en los partidos socialdemócratas europeos desde las políticas de clase a las políticas identitarias, desplazando el eje de su actuación hacia una múltiple coalición con el feminismo, los movimientos homosexuales o las minorías étnicas. Pero el paso del tiempo ha venido a demostrar que la economía sí tiene ideología y que las clases, si es que alguna vez se difuminaron, vuelven a estar en el centro del debate socio-político.

La amenaza de Podemos

La única explicación plausible del acento que Sánchez pone en dirigirse a “la clase media” estriba en la amenaza que para el PSOE representa Podemos, que no sólo ha recogido un voto cabreado sino también ilustrado y de estratos sociales que, aunque también se hayan visto afectados por la crisis, van sorteando el impacto económico en sus vidas. Frente a los estereotipos creados, el barómetro del CIS de julio vino a revelar que la fuerza encabezada por Pablo Iglesias es la primera opción de voto para personas de clase “media-alta”, en la que se encuadra a profesionales, directivos y cuadros medios, pero también a altos funcionarios e incluso empresarios, un segmento en el que aventaja al PSOE en más de ocho puntos en intención directa de voto.

Aunque a primera vista resulte chocante, es el fruto del acierto de Podemos en reescribir -en una operación de laboratorio político- el viejo concepto de lucha de clases como lucha entre “los de arriba y los de abajo”, que le permite trascender la identidad de clase para agrupar a todos los descontentos con el sistema y su funcionamiento (“la casta”). Pedro Sánchez acertó al hacer que la primera iniciativa legislativa del nuevo PSOE haya sido una proposición no de ley para crear un subsidio de subsistencia para parados sin ningún tipo de ingresos que tengan hijos a su cargo. Y acierta también cuando antepone la crisis socio-económica a los pulsos territoriales, pero tendrá que decidir si quiere recuperar antes el apoyo de las clases trabajadoras o conquistar el centro porque ambas cosas a la vez son imposibles: las casas se empiezan por los cimientos o por el tejado.

Y, además, se presume que en el centro está la mayoría, y la mayoría ya no está en la clase media por la sencilla razón de que ha sido arrasada por la crisis. Porque las palabras sí importan, conviene a Pedro Sánchez, que ha tomado el timón del PSOE no sólo en el peor momento de su trayectoria democrática sino también en una encrucijada histórica, tener presente que cuando a Margaret Thatcher le preguntaron cuál era su mayor logro político, contestó sin vacilar: “Tony Blair y el nuevo laborismo”.

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