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De los ajustes a la reforma laboral

Ese es el auténtico objeto de la reforma laboral, la disminución de la retribución de los trabajadores. Nadie puede afirmar con seriedad que el abaratamiento del despido va a crear empleo; muy al contrario, lo que va a generar es un incremento sustancial del número de parados. La verdadera y oculta finalidad de la reforma laboral es la reducción salarial. Se trata de colocar en una tesitura tal a los trabajadores que no tengan más opción que aceptar la retribución que les proponga el empresario. Como en el siglo XIX, la alternativa es el paro y morir de hambre.

Dicen que lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible. Resultaba a todas luces inviable la pretensión de conseguir que en 2012 el déficit público en España alcanzase el 4,4% del PIB -cifra mágica fijada en 2010 por la Unión Europea-, teniendo en cuenta que la economía este año entra en recesión. Porque ahí se encuentra el quid de la cuestión, el déficit público no puede ser igual en épocas de crisis que de expansión económica. Solo el dogmatismo típico de los funcionarios internacionales –ya sean de la Comisión, del BCE o del FMI- puede inducir a defender contra viento y marea una cifra sin importar las circunstancias.

El Gobierno español con un ápice (nada más que con un ápice) de realismo ha elevado el objetivo al 5,8%, por supuesto con la complicidad al menos permisiva de otros gobiernos y de Merkel. En Europa no se mueve nada sin la aquiescencia del IV Reich. Pero profundicemos en el fondo de la modificación, porque, por mucho que pueda parecer lo contrario, el ajuste propuesto en 2010 por la Comisión del 4,4%, pero suponiendo que el PIB iba a crecer el 1,7%, era mucho menos duro que el que se fija en este momento, un 5,8%, pero con la certeza de que estamos en recesión y que el PIB, lejos de aumentar, va a disminuir el 1,7%. Con unos mínimos cálculos se comprueba que la cuantía en valor absoluto, es decir en euros, del déficit se situaría en ambos casos en idéntico nivel, porque si bien es cierto que con la modificación acordada el porcentaje pasa de 4,4 a 5,8%, dando la apariencia de una cierta relajación, no es menos verdad que ese porcentaje se aplica sobre una cantidad sensiblemente menor (aproximadamente del 3,4% menos), el PIB estimado. Si a eso añadimos la evolución de los estabilizadores automáticos, mayores prestaciones del seguro de desempleo y menores ingresos, es evidente que el ajuste necesario tendrá que ser bastante más intenso que el que se programó en su día, y todo ello sin contar que partimos del 8,6% alcanzado en el 2011, y no del 6% como estaba previsto.

Lo anterior nos lleva a la siguiente pregunta: ¿se podrá cumplir el objetivo marcado? Con toda probabilidad, no. Lo mismo que a pesar de los enormes ajustes realizados no se cumplió en 2011. Y es que la única forma de corregir el déficit es creciendo y eso es precisamente a lo que los ajustes y esta política brutalmente restrictiva no colaboran. Lo que está sucediendo recuerda las aporías que Zenón de Elea utilizó para probar la filosofía de Parménides, concretamente la de Aquiles y la tortuga. Aquiles, el de los pies ligeros, nunca podría alcanzar a una tortuga, decía, porque cuando Aquiles llegue al punto en que se encuentra la tortuga esta se habrá movido y estará un poco más adelante, y cuando Aquiles alcance ese otro lugar, la tortuga se habrá vuelto a mover, y así sucesivamente. Algo parecido nos ocurre con el déficit, los ajustes reducen el crecimiento, con lo que el déficit no se corrige y son necesarios nuevos ajustes, y así hasta el infinito, o hasta que la economía y la sociedad exploten. La política adoptada en Europa se parece a la técnica de los médicos de épocas antiguas, que todo lo arreglaban con sangrías, con lo que el enfermo se debilitaba y terminaba muriendo.

No existe más que un medio para corregir los desequilibrios de las finanzas públicas, crecer y, para crecer, algunos países de la Unión Monetaria como España precisarían devaluar, lo que les resulta imposible, por ello intentan un sucedáneo, la deflación interior. Ese es el auténtico objeto de la reforma laboral, la disminución de la retribución de los trabajadores. Nadie puede afirmar con seriedad que el abaratamiento del despido va a crear empleo; muy al contrario, lo que va a generar es un incremento sustancial del número de parados. La verdadera y oculta finalidad de la reforma laboral es la reducción salarial. Se trata de colocar en una tesitura tal a los trabajadores que no tengan más opción que aceptar la retribución que les proponga el empresario. Como en el siglo XIX, la alternativa es el paro y morir de hambre.

La ruptura del nudo gordiano sería la devaluación; pero, ante su imposibilidad, se busca una solución alternativa: la deflación interior y, además, centrada en los salarios. Esta es la razón por la que algunos éramos tan críticos con la creación de la Unión Monetaria, sabíamos adonde habría de conducirnos. Pero es que hay que añadir que la sustitución no es tan fácil ni tan perfecta. La devaluación no solo reduce los precios y los salarios interiores, sino también las deudas, con lo que el empobrecimiento se produce únicamente frente al exterior, pero el efecto es neutral entre los agentes internos. Nadie gana ni pierde. Cosa bien distinta es la deflación. No afecta al endeudamiento, y además de nada vale reducir los salarios si los precios no se reducen en la misma medida. Desde luego, no se ganará competitividad ni servirá para salir de la crisis. Lo único que se conseguirá es que el excedente empresarial engorde a costa de la retribución de los trabajadores. Eso es lo que ya está ocurriendo.

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