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De avalista a lastre

El consejero del Gobierno catalán Santi Vila ha lamentado el “uso que algunos sectores estén haciendo de la conducta de la familia Pujol para tratar de perjudicar el proceso soberanista”. El presidente Mas ha argumentado al respecto que “hace más de 10 años que Jordi Pujol no toma decisiones ni en el partido ni en el Gobierno”. Sin embargo, no ha dejado de influir, y muy especialmente en el deslizamiento de CiU hacia el independentismo. Concretamente, ha sido el principal avalista del giro político radical dado por su sucesor al frente de CiU, Artur Mas.

Esa influencia ha sido tanto más intensa por el contraste entre lo que había defendido durante toda su vida, un nacionalismo autonomista, opuesto a aventuras independentistas y con vocación intervencionista en la política española, y la repentina adhesión al soberanismo. En términos además de gran excitación: “Después de tanto querer que nos entendieran, no preví que nos esperarían en la esquina, que no dejarían que nada se salvara, que tratarían de hundirnos”. O bien: “Nunca he propugnado el independentismo (…) pero cuando se me acercan muchas personas (…) que optan por esa vía debo reconocer que no encuentro argumentos para llevarles la contraria” (ambas citas corresponden al epílogo del tercer tomo de sus memorias).

Si ha sido un escudo para Mas, su posición tras confesar haber sido un defraudador con cuentas secretas en paraísos fiscales lo convierte en un lastre. Durante meses decisivos para el proceso soberanista no habrá día sin que afloren detalles de los manejos de Pujol o de sus hijos investigados por supuesto cobro de comisiones. Y como a nadie le gusta figurar entre los perdedores, el instinto de conservación de muchos que acompañaron el giro radical de Artur Mas, en parte por fe en Pujol, les llevará a tomar distancias con ambos.

Ya está ocurriendo sin que se diga, como era costumbre, que Duran Lleida nunca se apartaría del paraguas de Convergencia, que le garantizaba cargos institucionales. Ahora más bien se considera que sin su socio democratacristiano será Convergencia la que pierda imagen de respetabilidad de partido moderado, influencia en la política española y referencia internacional solvente. Y votos que podrían volar a una coalición centrista que sería verosímil tras la no consulta de noviembre.

Pero el escándalo también está afectando a la relación entre los soberanistas. Esquerra ha endurecido su oposición a cualquier intento de Mas de plantear, con el argumento de que debe ser legal y pactado, una alternativa, con otra pregunta, al referéndum por la independencia. E incluso le exigen que, aunque sea prohibido, se comprometa a sacar las urnas a la calle para que el Estado intervenga de alguna manera. En lo inmediato ERC ha amenazado con forzar una comisión parlamentaria de investigación si Pujol no acepta comparecer voluntariamente para dar explicaciones sobre su asunto: una afrenta impensable hace dos semanas.

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