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Cumbre de la CELAC: malas noticias para el imperio

La segunda Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños ha entrado en su fase principal, con la reunión los días 28 y 29 de enero de los presidentes y primeros ministros que desde el fin de semana comenzaron a llegar a La Habana.

Durante sábado y domingo los coordinadores regionales han laborado intensamente, al igual que lo harán este lunes los cancilleres, todos con el objetivo de poner a punto de los documentos que serán considerados por los jefes de delegaciones y finalmente aprobados en la forma de declaraciones de la reunión.

Tres de ellas tendrán un peso principal: la que desde ahora se conoce como Declaración de La Habana, que resumirá los contenidos y las proyecciones principales del evento, la declaración de América Latina y el Caribe como zona de paz y la que pondrá en vigor el plan de acción de la entidad para el 2014.

Según se informó, el documento que establece la región como zona de paz recibió casi de inmediato el consenso necesario en las reuniones previas, y sienta un importante precedente jurídico, inédito hasta el momento, para los países que componen Nuestra América.

Los firmantes se comprometerán a solventar cualquier controversia por la vía de las negociaciones pacíficas y en correspondencia con los principios del derecho internacional. El compromiso con el no uso de la fuerza en conflictos de este tipo, supone, como es obvio, la primacía del principio de no intervención en los asuntos internos de los países signatarios.

El documento prevé la observancia de la igualdad entre las naciones, el respeto a las formas de gobierno que cada país decida darse a sí mismo -la autodeterminación- y a la conducción de su propia política y por lo tanto a las respectivas soberanías. Igualmente, el rechazo al armamento nuclear y el llamado a la desaparición de este tipo de armas.

Pero su significación va más allá.

No hace falta una gran memoria para recordar que estos principios no han prevalecido en la vida política latinoamericana y caribeña, según los marcos institucionales y la acción del más veterano concilio de los países americanos, la fatídica OEA.

Bajo el andamiaje del famoso sistema interamericano, la violación de las soberanías ha sido, más que una excepción, una regla.

En el extenso y trágico catálogo de manipulación por Estados Unidos del herramental jurídico de la OEA, aparece la expulsión de Cuba de la organización, justamente porque el pueblo cubano se dio soberanamente el tipo de gobierno que prefirió.

Aparecen también las intervenciones militares contra Santo Domingo, Granada o Panamá, o el silencio cómplice ante la participación imperialista en los golpes de estado cuyos crímenes aún lloran los pueblos de Chile, Argentina, Uruguay, Bolivia o Brasil, por solo citar un inventario reducido.

O la guerra sucia contra Nicaragua, que dio lugar a uno de los mayores escándalos de la política estadounidense, y cuyos culpables gozan hoy de perfecta salud.

O la presencia de bases militares estadounidenses en territorio de nuestros países y, en especial, en la Bahía de Guantánamo, donde un espacio de tierra cubana es ocupado, contra la voluntad de su pueblo, por una cárcel abyecta y una fuerza militar no deseada, en virtud de obsoletos tratados impuestos por la fuerza hace más de un siglo.

De los documentos a la acción

La reunión de la CELAC, avanzando en el principio de fortalecer, mediante posiciones comunes de la organización, la capacidad de negociación de nuestros países ante los foros internacionales y ante otras naciones, examinará también, en el nivel presidencial, la propuesta de crear un foro de cooperación China-CELAC.

La significación de este proyecto salta a la vista. De concretarse, se habría creado un espacio privilegiado donde los países miembros, cuyo peso en la economía mundial es considerable, negociarían y discutirían proyectos conjuntos con la segunda economía del planeta, una de las llaves del mundo financiero internacional.

Sería una nueva alternativa, que aliviaría la presión de los capitales transnacionales sobre nuestras economías, y que establecería puntos de partida para nuevos proyectos de desarrollo.

Finalmente, estas ideas y proyecciones se concretarían en el plan de acción de la CELAC para el 2014, conducido y controlado por la troika que quedará al mando de la entidad durante este año. Sería la mayor garantía para que los acuerdos, las declaraciones, los contenidos y los proyectos que se alcancen en la Cumbre, trasciendan el marco de las propuestas y se traduzcan en acciones concretas.

El imperialismo no permanecerá con los brazos cruzados ante la fuerza de estas iniciativas, que socavan su tradicional hegemonía sobre nuestro continente.

A la reunión de La Habana se ha llegado tras recorrer un camino donde no han faltado los obstáculos y los intentos de boicot interpuestos por los largos brazos imperiales.

Cincuenta años atrás no solamente era inconcebible que una reunión de este orden, y una organización de estas características, pudieran existir.

También era impensable que su dominio de lo que siempre llamaron su traspatio, se vería puesto en jaque por las relaciones crecientes con países como China, Rusia o, en un futuro más que cercano, con los restantes integrantes de los BRICS, de forma soberana e independiente.

Y mucho menos que la reunión cumbre de la aún joven organización, pudiera desarrollarse en La Habana, capital de la Cuba revolucionaria.

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