Por una vez, y sin que sirva de precedente, Aznar tiene razón. Al valorar la actual situación política, el ex presidente señala, con “máxima preocupación y “angustia”, que “por primera vez desde la Guerra Civil los comunistas van a entrar en el gobierno”. No ha sido el único en advertirlo. Esperanza Aguirre, la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, se ha pronunciado a favor de que el PP facilite la investidura de Pedro Sánchez para “que el gobierno no caiga en manos de los comunistas bolivarianos”. Y el presidente de la CEOE, ha alertado del peligro del avance del “populismo de izquierdas que ataca a la propiedad privada”.
Los tres son voces autorizadas. No solo no son unos cualquiera, sino que acumulan años al mando de gobiernos centrales y autonómicos o de la gran patronal española. Y los tres tienen razón. Porque en sus temores nada disimulados están reconociendo la presencia y la influencia política, que llega hasta el gobierno, de una izquierda transformadora, revolucionaria, comunista, expresada en millones de votos.
Para Aznar, el acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos, base para un futuro gobierno, puede conducir a “una crisis constitucional de consecuencias devastadoras”, y a “una situación de máximo riesgo”.
La razón del temor cerval de Aznar no está solo en “un gobierno Frankenstein” basado en “una coalición de radicales de izquierda”. Su voz se alteró más cuando gritó que “por primera vez desde la Guerra Civil los comunistas van a entrar en el gobierno”.
Los temores de Aznar son reales.
Independientemente del carácter y programa de PSOE o Unidas Podemos, este gobierno, el más a la izquierda en Europa, expresa una influencia de la mayoría social de izquierdas que para los centros de poder empeñados en llevar más allá los recortes y el saqueo, es “veneno para la taquilla”.
Y, sobre todo, más allá del carácter de las fuerzas que lo componen, en este gobierno estará por primera presente una izquierda transformadora y revolucionaria, que no cabe en el “modelo socialdemócrata” que representa el PSOE, que bebe de la tradición comunista, y abarca un ámbito de cinco millones de votantes que persistentemente se expresan en las diferentes elecciones.
Frente a esta realidad, radicalmente tozuda, el clamor contra el comunismo vuelve a escucharse. Vox, el altavoz trumpista en España, no solo clama contra feministas e inmigrantes. Señala directamente a los comunistas. E incluso uno de sus máximos dirigentes, Iván Espinosa de los Monteros, propuso “ilegalizar a aquellos partidos que no renuncien al marxismo”.
El mismo día que Aznar pronunciaba sus palabras se publicaba en OK Diario, el digital ultraconservador dirigido por Eduardo Inda, un significativo artículo titulado “El comunismo, una anomalía histórica en España”. En él el autor se lamentaba amargamente de que en España “nadie se plantee condenar al comunismo como en otros países”. Quejándose del “anómalo [por positivo] estatus que el comunismo tiene en nuestro país, impropio en una democracia europea normal”.
En España hay un pueblo revolucionario, y a pesar de todos los intentos por extirparlo, el comunismo sigue gozando de una presencia considerable que ahora llega hasta el gobierno.
Solo hace falta consultar los manuales más básicos para constatar en la historia del movimiento feminista o LGTBI, en la lucha ecologista, y no digamos ya en el movimiento obrero, la presencia permanente del comunismo. En la trayectoria de muchos de sus dirigentes, en las fuentes de las que beben, en sus tradiciones de lucha, nos encontramos siempre un rastro de un rojo intenso.
El que no puede enraizar de ninguna manera en la población española es el capitalismo. Lo confirma la encuesta publicada por El País, según la cual el 42% de los españoles -y el 60% de las mujeres- considera que “el capitalismo es incompatible con la democracia”.
Ni Pedro Sánchez puede ser catalogado como “izquierda radical”, ni todos los que se dicen o son catalogados como comunistas lo son. Pero la sola mención al temor que sigue suscitando en representantes del poder la palabra comunismo es suficientemente significativa.
Hace más de siglo y medio, Marx y Engeles encabezaban el “Manifiesto del Partido Comunista” con una de las frases más célebres: “un fantasma se cierne sobre Europa, el fantasma del comunismo”. Cuando Aznar o Esperanza Aguirre activan un nuevo clamor anticomunista, están reconociendo la presencia hoy del fantasma que habían decretado cadáver en numerosas ocasiones. Paradójicamente, son sus mayores enemigos de clase los que con sus temores evidencian el valor del comunismo en pleno siglo XXI.