¿Los burdeles, fuente de inspiración de la Capilla Sixtina?

Cuando Dios conoció a Eros

Con Miguel Angel, el cuerpo humano desnudo comienza a liberarse de la cárcel en la que, todaví­a hoy, la ideologí­a dominante intenta enclaustrarlo

De los burdeles al VaticanoUn estudio ublicado por la italiana Elena Lazzarini ha vuelto a saltar a los suplementos culturales de todos los periódicos. En él, se defiende la tesis de que Miguel Angel se inspidó en varios burdeles italianos para pintar algunos de los modelos que forman parte de los frescos de la Capilla Sixtina.El mundo de los burdeles, las tabernas y los bajos fondos, excluído del “arte oficial” durante siglos, parece haberse colado por la puerta de atrás en las mismas entrañas del Vaticano.Según Lazzarini, era frecuente que los artistas renacentistas italianos acudieran a las llamadas “stufa” -baños públicos- para estudiar a modelos que después serían representados en sus obras.Estos espacios eran numerosos durante el siglo XVI en Italia, en particular en Roma, y en ellos, además de realizarse tratamientos de belleza y de hidroterapia, había estancias más apartadas, lugares de promiscuidad y de prostitución masculina y femenina.Según Lazzarini, muchos de los beatos y condenados que forman parte de los frescos de la Capilla Sixtina son retratados en situaciones obscenas."Un condenado, por ejemplo, es conducido al infierno agarrado por los testículos y entre los beatos se producen besos y abrazos ambiguos, claramente de naturaleza homosexual", explica la estudiosa. Lazzarini añade que "los cuerpos masculinos, muy viriles, que componen la pintura del Juicio Final corresponden con la apariencia física de peones y cargadores retratados durante el trabajo, con los músculos tensados y con el cansancio y el esfuerzo reflejados en sus rostros".No es una novedad que la Capilla Sixtina sea objeto de escándalo. Las figuras desnudas ya provocaron, en época de Miguel Angel, las protestas de la curia vaticana. El maestro de ceremonias papal, Biagio da Cesena, afirmó que la pintura era deshonesta, un cárdenal argumentó que “había que hacer una hogera con la obra”, y en 1559, Pablo VI ordenó a Daniele da Volterra que “cubriese las vergüenzas” de las figuras desnudas, operación que le valió el sobrenombre popular de il Braguettone. El cuerpo no pude ser mostradoMás allá de la anécdota de los burdeles como fuente de inspiración, toda la obra de Miguel Angel -su grandeza artística, la fascinación que sus obras nos provocan, pero también su propia vida personal- está recorrida por una contradicción esencial: la tensión entre las ansias de placer y belleza -representadas en el cuerpo humano desnudo- y la cárcel en la que la ideología dominante ha encerrado bajo siete candados -y sigue haciéndolo hoy- las pulsiones humanas más profundas.La Italia convulsa y contradictoria, a caballo entre los siglos XV y XVI -cuna de las repúblicas civiles pero también del poder del Papado- es la plataforma desde donde, a través del Renacimiento, se expande una nueva sensibilidad.Ese escenario cambiante, donde el mundo feudal comienza a agonizar y el burgués empieza a levantarse anunciando una fuerza arrolladora, es el humus donde florecerán genios como Miguel Angel o Leonardo.La modernidad de Miguel Angel retrasa el reconocimiento oficial. Muchos le achacaban que le faltaba “decorum”, es decir respeto por la tradición.Los nuevos aires sirven a Miguel Angel para recuperar un terreno perdido para el gran arte: la visión del cuerpo humano desnudo, la expresión de la gigantesca energia que alberga, pero también de los conflictos subterráneos que lo gobiernan.Miguel Angel estudió el cuerpo humano en todos lados, desde los burdeles hasta los hospitales. En su juventud, ya manifiesta una profunda admiración hacia la anatomía que le llevará a acudir casi todas las noches al depósito municipal de cadáveres para practicar disecciones que le permitan conocer mejor la estructura interna del cuerpo humano.Esta pasión por el cuerpo humano desnudo, en particular el masculino, será uno de los principales motores de su obra.Su inclinación natural por la materia, por las formas físicas -era por encima de cualquier cosa, un escultor de cuerpos-, unida a su fascinación por todo lo joven y vigoroso, emblemas de la belleza clásica, lo llevaron a decantarse por la belleza humana y el amor más sensual hasta muy avanzada su vida.Desde sus primeras esculturas, la potencia carnal del cuerpo humano se convierte en protagonista.En “La batalla de los centauros”, inspirada en Las Metamorfosis de Ovidio, se muestran los cuerpos desnudos en pleno furor del combate, entrelazados en máxima tensión.En el “Bacus” ya se muestra la característica constante de la sexualidad en su escultura, simbolizando el espíritu del hedonismo clásico. Es aquí donde se manfiesta el espíritu transgresor de Miguel Angel. Durante siglos, la propia representación del cuerpo humano desnudo había estado prohibida, desterrada de los terrenos del arte.Los mismos cimientos de las sociedades explotadoras se han asentado sobre la negación del cuerpo humano, sobre la prohibición de la expresión de las potencialidades de la carne.El cuerpo humano no puede ser libre porque alberga una mercancía demasiado valiosa -la fuerza de trabajo humana- que las diferentes clases dominantes han dominado en beneficio propio.Por eso la moral dominante exige el pecado, necesita encerrar al cuerpo en una cárcel de la que sólo ellos tienen la llave.Esta moral castradora ha impedido que, durante siglos, en el terreno del arte se pudiera mirar con ojos claros el cuerpo humano desnudo, contemplar su belleza sin prejuicios, gozar de su poderosa energía.La obra de Miguel Angel representa un soplo de aire fresco que se rebela contra esta prohibición. Demasiado humanoTodo es humano, también Dios. Esta es la máxima que inspira la Capilla Sixtina. Los frescos de la bóveda de la basílica de San Pedro son una de las obras cumbres del Renacimiento y del arte universal.Lo que debía ser una glorificación de episodios bíblicos se convierte, en manos de Miguel Angel, en un fresco de las pasiones y energías humanas. Y no porque el pintor faltara al “guión”. Miguel Angel se ciñó estrictamente a la representación de los episodios del libro sagrado.Pero, gracias a una mirada revolucionaria, la Creación se convierte en la imagen de la potencia creativa del ser humano. Los distintos episodios del Génesis dal lugar a la expresión de la sensualidad. O el Juicio Final presenta a un Jesucristo poseído por la ira al separar a los justos de los pecadores.La propia divinidad está poseída por las pasiones humanas, y se encarna en ese cuerpo que Miguel Angel convirtió en el alfa y el omega de su obra.En un intento de sacudir el alma de sus contemporáneos, optó por establecer su propio lenguaje visual, centrado en la construcción de la figura humana. Esta predilección por la antatomía ha situado su obra preferentemente en el terreno de la escultura, donde la tridimensionalidad exige dar volumen a los cuerpos, aproximándolos a su naturaleza real. Su obra pictórica, en la que la figura humana es igualmente protagonista, excluye el tratamiento del lugar donde se ubica. Ello es perfectamente visible en las pinturas murales: la figura es protagonista de forma única y solemne, y absorve el especio que la rodea, casi nunca un paisaje natural, casi siempre el espacio vacío o el marco arquitectónico.Miguel Angel logró un modelo de ser humano enérgico, vital, y expresivo, dotado de sentimientos y pasiones, real e irreal a la vez, que se aleja tanto de la normativa clásica como de la visión naturalista. Es un modelo útil para reflejar las tensiones y los sentimientos del ser humano, racional y emotivo a un tiempo, de las cuales el autor también participa.Transgredidas, las leyes de la forma dan cabida a las leyes del sentimiento. En su obra se funden, en la medida justa, pasión, ira, furia y rabia, pero también ternura y afecto.El modelo de Miguel Angel es válido para aquella realidad que pertenece a lo eterno y de la cual el hombre es un reflejo del mundo de los dioses.Tal vez sólo desde el arte se pueda humanizar la divinidad, dotarla no sólo de un rostro y aspecto humano, sino también de expresión y sufrimiento. Miguel Angel se atrevió a hacerlo y dotó de rostro y personalidad propia a cada uno de los personajes míticos o bíblicos que elaboraba, haciéndolos semejantes a los humanos, incluyendo a Dios. De creador a creador: Dios y el artista, un diálogo posible de lo humano con lo eterno, no un desafío orgulloso sino un reto formal e iconográfico. A Miguel Angel le debemos la formulación de la imagen del Dios-creador; es decir, la transgresión del silencio de aquello nunca visto hasta entonces: el rostro de Dios.No hay coronas doradas sobre las cabezas de los santos que Miguel Angel proyecta, tampoco hay luces sobrenaturales. Los seres celestiales no se elevan del suelo ocupando un lugar superior. Sus rostros no son rígidos ni sus gestos ordenadamente predispuestos.La consciencia de la transgresión genera tensión entre el convencimiento de la posibilidad y el deseo de la realización. Miguel Angel fue muy consciente de ello. La voluntad de transgresión para incluir mensajes personales conlleva riesgos y atrevimientos, perfectamente visibles en las soluciones que da a la representación del cuerpo humano, que, contraviniendo la indiscutida y omnipresente normativa clásica, presenta conscientemente desproporcionado. Por ello, Miguel Angel fue un solitario, atormentado por sí mismo y por sus pensamientos; consciente de sus dudas y contradicciones, pero también de sus certezas en el modo en que sentía, pensaba y quería materializar su obra. El precio de la transgresiónTerribilità es un vocablo italiano que los contemporáneos del artista Miguel Angel en el siglo XVI utilizaron para definir el estilo grandioso y de fuerza potente que demostraba dicho artista sobre todo en sus esculturas, con un vigor y una mirada terrible llena de ira como se aprecia en la figura del David o en el Moisés.Se cree que el papa Julio II fue el primero en nombrarlo como “uomo terrible”, pero no sólo por sus obras sino por el propio carácter del artista de genio vivo y temperamental y exaltado, que le dotaba para realizar la mayor expresividad en la creación tanto de sus esculturas como de sus pinturas. Esta terribilità se asociaba también a referencias humanistas.Pero la “terribilità” es también la expresión de un conflicto, de una despiadada lucha entre el deseo y la realidad. La ambición de Miguel Angel por convertirse en el artista del cuerpo chocaba permanemente con las barreras morales, ideológicas, culturales, que han impedido -y todavía impiden- su plena expresión.Un conflicto que Miguel Angel vivió muchas veces bajo la forma de dudas y crisis religiosas. Y que estaba también azorado por su homosexualidad.La irrefrenable pasión con que Miguel Angel escribe encendidos sonetos a sus cada vez más jóvenes amantes, se vuelven al instante siguiente enfermizas dudas sobre si la belleza es pecado.Este es el conflicto en el que muchas veces hurga la obra de Miguel Angel. Leonardo es capaz de ser a la vez ángel y demonio -como en la enigmática sonrisa de Gioconda- mostrando la irremediable dualidad del alma humana. Miguel Angel es un hombre condenado a luchar consigo mismo, a reprocharse sus instintos más poderosos, a intentar inútilmente domeñar sus pasiones más sentidas.Esta tensión, que la sensibilidad del artista acrecienta, se canaliza a través de su obra, y se expresa en su particular estilo.Como Freud se encargo de demostrar -al investigar varias obras de Miguel Angel, como el Moisés o el David- las obras del artista italiano, por buscar en los pliegues más recónditos del alma humana, son capaces de sublimar conflictos universales.Quizá -como demuestran las nuevas investigaciones- la búsqueda en los búrdeles de los modelos para representar los frescos de la más sagrada basílica de la cristiandad, sea una secreta venganza del artista -consciente o inconsciente- contra quienes le condenaron a vivir el placer como tormento.

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