El G-20 y el consenso

cronica de una cumbre anunciada

Mientras leí­a un papel con notas recién escritas, Sarkozy parecí­a feliz, y así­ lo confesó. El presidente francés reconoció que era «emotivo» ver a los diferentes paí­ses ponerse de acuerdo sobre «medidas tan precisas» y, casi sorprendido de lo que decí­a, aseguró que el resultado de la cumbre «va más allá de lo que hubiéramos imaginado».

A rincipios de la tarde ya habí­an trascendido algunos puntos de la declaración final y se sabí­a que lo que pareció empezar como un psicodrama, montado en torno de la controversia entre el eje franco-alemán y el británico-norteamericano por la cuestión de la prioridad a la cuestión de la regulación financiera, habí­a quedado o resuelto o en silencio.Brown explicaba lo que calificó como un intento inédito de coordinación y cooperación internacional. A la derecha de la sala, su voz se mezclaba con la del presidente francés, Nicolas Sarkozy, quien habí­a dado comienzo a su conferencia de prensa casi en el mismo momento en una sala contigua.Mientras leí­a un papel con notas recién escritas, Sarkozy parecí­a feliz, y así­ lo confesó. El presidente francés reconoció que era «emotivo» ver a los diferentes paí­ses ponerse de acuerdo sobre «medidas tan precisas» y, casi sorprendido de lo que decí­a, aseguró que el resultado de la cumbre «va más allá de lo que hubiéramos imaginado».Sarkozy pronunció la frase dos veces y, entre una y otra, agradeció a Gordon Brown, cuya voz se escuchaba ahora en la sala donde hablaba Sarkozy, por haber dejado de lado algunas de sus posiciones ideológicas tradicionales en beneficio del G-20. Nicolas Sarkozy también elogió el papel que desempeñó Barack Obama. Su intervención facilitó la reconciliación entre China y Francia.Todo parecí­a resuelto, consensuado, en una amistad universal. Lejos quedaron los diferendos y las amenazas que habí­an precedido la cumbre. Antes de que se abra la reunión de Londres hubo sobre la mesa dos posiciones bien marcadas: por un lado el eje franco-alemán, que se resistí­a a dar más dinero público y reclamaba una regulación más estricta de los mercados, y por el otro, el eje formado por Estados Unidos y Reino Unido, cuya meta era reactivar la economí­a con inversiones y estí­mulos fiscales.La controversia se volvió antagonismo y éste, una amenaza con nombre y apellido. Nicolas Sarkozy consideró que la situación del mundo era muy grave como para reunirse «por nada» y amenazó con irse de la cumbre y no firmar el documento final si no se alcanzaban los resultados esperados.Pero Nicolas Sarkozy no se levantó de la mesa, firmó el documento final y no hubo roces visibles con Estados Unidos. Londres reconcilió a casi todo el mundo. Quedaron afuera de los halagos mutuos aquellos que esperaban realmente que esta cumbre, que muchos se atrevieron a llamar «la cumbre del post-liberalismo», desembocara en el diseño de una nueva arquitectura mundial. Imposible. El riesgo es muy elevado, y no ya de que los bancos continúen cayendo en la banquina sino de que, ahora, sean los paí­ses los que se vean tragados en el espiral de la bancarrota. El FMI fue así­ llamado a asumir nuevas funciones en la redistribución del crédito a aquellos paí­ses que están caminando sobre un hilo encima de un precipicioEl optimismo londinense fue tal que, a pocos metros de distancia, Brown y Sarkozy celebraron que con esta cumbre se marcaba «el principio del fin de los paraí­sos fiscales». Barack Obama, en una conferencia de prensa magistral con la que se cerró la cumbre, ratificó esa aspiración. Así­, las hachas exhibidas en Parí­s o Washington durmieron su sueño de paz en Londres.Y no podí­a ser de otra manera. Sarkozy y Obama se verán de nuevo este viernes, ahora en Estrasburgo, al noroeste de Francia, donde se lleva a cabo la cumbre de la OTAN, la Alianza Atlántica. Hubiese sido prematuro tal vez levantarse de la mesa de una cumbre para luego volver a encontrar en otra a muchos de los que estaban en Londres.Las relaciones internacionales imponen leyes de una inteligencia exquisita. La «ruptura» entre Washington y Parí­s era imposible. Hace 43 años, el general De Gaulle informó a los norteamericanos que Francia dejarí­a de formar parte del mando integrado de la OTAN. Parí­s creó así­ eso que se llamó «la excepción francesa», es decir, ser parte de la OTAN, pero no estar supeditada a sus decisiones. Y 43 años más tarde, Nicolas Sarkozy oficializó el retorno de Francia al mando integrado de la OTAN y, con ello, puso fin a la excepción francesa. La cumbre de este viernes sella el regreso de Francia a la estructura militar «made in USA». El G-20 no podí­a ser entonces la antesala de un distanciamiento sino, al contrario, un paso más hacia el consenso general.

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