«Hay pocas dudas de que Zapatero atraviesa por su peor momento político desde que llegó a La Moncloa, a pesar de que la legislatura aún no ha llegado a su ecuador. Lo más significativo -a la vez que lo más preocupante para el Gobierno- no son los aspectos cuantitativos de la encuesta, sino los cualitativos. No son los mercados internacionales los únicos que no creen en la solvencia del Gobierno español».
El sondeo refleja un desgaste galoante del Gobierno -el 52% cree que su gestión es mala o muy mala-, un deterioro de la imagen de Zapatero sin precedentes -por primera vez Mariano Rajoy le saca ventaja, aunque sea poca- y una sensación creciente de que el Gobierno carece de credibilidad y de capacidad. Hasta el punto de que el 65,8% de los ciudadanos reclama una remodelación, opinión compartida por el 46,9% de los votantes socialistas. Como consecuencia del hartazgo ante la falta de solvencia del Gobierno, muchos españoles empiezan a pensar que la única solución a la doble crisis, económica y política, es la convocatoria de elecciones generales. El 51,1% así lo considera y aunque esta opinión es abrumadora entre los votantes del PP -un 92,3%-, también es significativo que el 19,3% de los electores de Zapatero quiera poner ya punto y final a la legislatura (EL MUNDO) EL PAÍS.- El liderazgo del presidente del Gobierno se encuentra en su punto más bajo desde que llegó al poder hace seis años. Sin restablecer la credibilidad del liderazgo político, las dificultades para que España salga de la crisis serán aún mayores. El de Zapatero se deshilacha, pero el de Rajoy, según la misma encuesta, es inexistente. ABC.- Esta semana convulsa, trastornada, peligrosa, tremenda, ha recordado a los peores momentos del peor Suárez. Aquellos días de hace treinta años en el que país sin timón parecía irse por el sumidero de la zozobra. Con clamor de elecciones anticipadas, voces de gobierno de concentración y rumor de mociones de censura. Con una prensa unánime en el vapuleo de un Gobierno desaparecido, titubeante, colapsado. Con el pánico desatado a un crack económico , con el paro rampante, la deuda en el aire y los especuladores jugando al pim-pam-pum con la Bolsa. Y con un presidente atónito, bloqueado, ausente, enrocado sobre sí mismo y dando palos de ciego. Una sensación general de deriva, de caos inminente, de rumbo perdido. LA VANGUARDIA.- Casi un año después de la última remodelación ministerial, el andamiaje –mitad socialdemócrata, mitad bonapartista; mitad obamista, mitad caudillista– se está viniendo abajo ante la mirada entre atónita y escandalizada de una sociedad que ahora, cuando ha sonado la campana de las pensiones, comienza a hacerse una idea cabal de la profundidad de la crisis en España. Y Zapatero, socialdemócrata heroico, luce una bonita soga en el cuello. El andamiaje heroico se está viniendo abajo. Desprovisto de un vicepresidente económico con fuste y voz autónoma, la credibilidad de Zapatero, ya seriamente deteriorada por su retraso en la admisión de la crisis, se halla en estos momentos carbonizada. Editorial. El Mundo Veloz desgaste del gobierno y petición de elecciones generales HAY POCAS DUDAS de que Zapatero atraviesa por su peor momento político desde que llegó a La Moncloa, a pesar de que la legislatura que comenzó el 9-M de 2008 aún no ha llegado a su ecuador. Así lo certifica la encuesta que publicamos de Sigma Dos-EL MUNDO. Si hoy se celebraran elecciones generales, el PP ganaría al PSOE con una ventaja de 5,8 puntos en intención de voto. El sondeo ofrece muchas vertientes para el análisis. Es verdad que tras unas semanas en las que el Gobierno no ha dado ni una, cabría suponer que la intención de voto de los socialistas descendiera en más de siete décimas en relación con nuestra anterior encuesta. Y también cabría deducir que el avance del PP tendría que situarse por encima de esas tres décimas que sube, puesto que es la única alternativa de gobierno. Sin embargo, lo más significativo -a la vez que lo más preocupante para el Gobierno- no son los aspectos cuantitativos de la encuesta, sino los cualitativos. El espectáculo de errores, contradicciones, improvisaciones y falta de coraje por miedo a los sindicatos que ha protagonizado el Ejecutivo sólo en la última semana empieza a pasarle factura. No son los mercados internacionales los únicos que no creen en la solvencia del Gobierno español. El sondeo refleja un desgaste galopante del Gobierno -el 52% cree que su gestión es mala o muy mala-, un deterioro de la imagen de Zapatero sin precedentes -por primera vez Mariano Rajoy le saca ventaja, aunque sea poca- y una sensación creciente de que el Gobierno carece de credibilidad y de capacidad para encarar una crisis económica tan profunda como la que atravesamos. Hasta el punto de que el 65,8% de los ciudadanos reclama una remodelación -opinión compartida por el 46,9% de los votantes socialistas- a pesar de que no hace ni un año que Zapatero cambió a sus ministros. Como consecuencia del hartazgo ante la falta de solvencia del Gobierno, muchos españoles empiezan a pensar que la única solución a la doble crisis, económica y política, es la convocatoria de elecciones generales. El 51,1% así lo considera y aunque esta opinión es abrumadora entre los votantes del PP -un 92,3%-, también es significativo que el 19,3% de los electores de Zapatero quiera poner ya punto y final a la legislatura. A pesar de que es difícil que se puedan encender más luces de alarma -incluso dentro de sus propias filas reina el más absoluto desconcierto-, Zapatero parece empeñado en restar importancia al descrédito de nuestro país en los mercados o atribuirlo a una conspiración, y no al resultado de sus políticas, más erráticas cada día que pasa. La mejor prueba de que este Gobierno da muestras de haber entrado en barrena son las declaraciones que hace hoy a este periódico el secretario de Estado de la Seguridad Social. Octavio Granado confía en que el Gobierno -o sea, él- cambie «el planteamiento de partida» de la propuesta de alargar la edad de jubilación hasta los 67 años. Puesto que la medida fue aprobada por el Consejo de Ministros, cabe preguntarse si el Gobierno ha resignado el poder ejecutivo que le atribuye la Constitución para convertirse en una instancia que elabora documentos -pensiones, reforma del mercado laboral- con el fin de negociarlos con los sindicatos, que son quienes tienen la última decisión. EL MUNDO. 7-2-2010 Editorial. El País Cuestión de liderazgo El liderazgo del presidente del Gobierno se encuentra en su punto más bajo desde que llegó al poder hace seis años. La crisis económica que Zapatero se negó a reconocer durante meses, y que ahora trata de gestionar con anuncios que se atropellan unos a otros, amenaza con convertir lo que resta de legislatura en un calvario para el Partido Socialista, que parece estar interiorizando un resignado horizonte de derrota. Entretanto, el Partido Popular duda entre mantenerse a la espera o forzar los acontecimientos reclamando un adelanto electoral. Lo que ha descartado es hacer aquello que lo convertiría en una alternativa de Gobierno y no en un apático recambio por incomparecencia del adversario: definir el proyecto político que representa, más allá del oportunismo de agitar espantajos demagógicos y populistas cada vez que Zapatero y sus ministros se libran a una nueva comedia de enredo con motivo de los subsidios, los impuestos o las pensiones. Los desalentadores datos sobre la situación política que arrojan las encuestas, incluida la que publica hoy este diario, no son argumento suficiente para reclamar el fin anticipado de la legislatura. No son los estados de opinión, sino el juego de las mayorías parlamentarias, lo que debe tomar en consideración el jefe del Ejecutivo para adoptar una decisión que le corresponde en exclusiva. Pero, además, jalear la idea del adelanto electoral en este caso sólo significa reclamar a cara descubierta el poder por el poder, puesto que los ciudadanos muestran hacia la oposición superior desconfianza que hacia el Gobierno. No es una desconfianza sin motivo: éste es el momento en que el país supera los cuatro millones de parados, y en que sus cuentas públicas comienzan a bordear todas las zonas de alarma, sin que el PP haya avanzado una sola propuesta, dando a entender que sólo cifra su éxito electoral en la calamidad colectiva. La esperanza que representó para el Gobierno socialista la presidencia de turno de la Unión Europea se ha convertido en una rémora para intentar cualquier salida política, que deberá esperar, cuando menos, a que termine el semestre. Esta inoportuna e inevitable parálisis es el resultado de haber superpuesto una política económica errática a una sostenida política exterior hacia ninguna parte, que ha dilapidado los meses previos soñando con obtener de la presidencia europea lo que ésta nunca podría dar; en particular, después de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa. Zapatero cometió el error de imaginar que un semestre de protagonismo infundiría fuerza a su Gobierno, en vez de componer un Ejecutivo fuerte con el que hacer frente al más importante desafío diplomático de esta legislatura; que, por la situación de crisis internacional, era además un desafío económico. Los resultados de esta estrategia para los intereses generales del país saltan a la vista. Puede que el final de la presidencia europea sea una de las últimas oportunidades de las que dispondrá Zapatero para corregir el rumbo político. A partir de ese momento no bastará con azuzar al peor PP con una mano mientras que, con la otra, se convoca a los ciudadanos al voto del miedo. Ése es el camino seguido por el jefe del Gobierno cuando el viento soplaba a favor y podía sacar a escena asuntos legítimos y hasta necesarios, pero utilizados de manera que pusieran en evidencia las reminiscencias ultramontanas del Partido Popular. Pues bien, hoy ese PP es el que adelanta a los socialistas en las encuestas, sin haber hecho otra cosa que dejar que el Gobierno aparezca bajo los focos realizando contorsiones. Sin restablecer la credibilidad del liderazgo político, las dificultades para que España salga de la crisis serán aún mayores. El de Zapatero se deshilacha, pero el de Rajoy, según la misma encuesta, es inexistente. EL PAÍS. 7-2-2010 Opinión. ABC La semana negra Ignacio Camacho Esta semana convulsa, trastornada, peligrosa, tremenda, ha recordado a los peores momentos del peor Suárez. Aquellos días de hace treinta años en el que país sin timón parecía irse por el sumidero de la zozobra. Con clamor de elecciones anticipadas, voces de gobierno de concentración y rumor de mociones de censura. Con una prensa unánime en el vapuleo de un Gobierno desaparecido, titubeante, colapsado. Con el pánico desatado a un crack económico , con el paro rampante, la deuda en el aire y los especuladores jugando al pim-pam-pum con la Bolsa. Y con un presidente atónito, bloqueado, ausente, enrocado sobre sí mismo y dando palos de ciego. Una sensación general de deriva, de caos inminente, de rumbo perdido. Esa clase de atmósferas espasmódicas que agitan Madrid -«el pequeño Madrid del poder»-, que dice Javier Cercas- hasta ponerlo en estado de shock. Comparado algunas veces con Suárez por su audaz desparpajo, nunca Zapatero se le había parecido tanto. No al Adolfo intrépido que salía indemne de los escollos más arriscados de la política, sino al que acabó hundido en el descrédito y la desconfianza. Al que provocaba la conspiración de los suyos y generaba un clima de errático desasosiego. Sí, hay tres diferencias esenciales con aquellos días trémulos: ni ETA, ni los militares ni la inflación constituyen una amenaza desestabilizadora. Pero lo que aproxima estos días críticos a aquel enero del 80 es la figura de un presidente aislado, desorientado, aturdido, falto de pulso y de criterio, incapaz de hacerse con el timón del Estado. Un dirigente cuestionado por propios y extraños en su capacidad fundamental de ejercer el liderazgo. No por casualidad han sido los guerristas quienes, apegados aún al mecanismo mental de la Transición, han desempolvado la idea de un Gobierno transversal para estabilizar un país desnortado. Aunque el zapaterismo ha tratado siempre de impugnar la Transición como marco de referencia democrática, también en eso ha fracasado: los esquemas de aquella época continúan funcionando de manera eficaz en el subconsciente colectivo de los españoles. Y la idea de unos pactos de Estado al estilo de los de la Moncloa flota en la melancolía del imaginario nacional como idealizada solución para una emergencia. No habrá tal. Es demasiado tarde. Se han roto en estos años demasiados consensos para reconstruir puentes. Zapatero está solo, sostenido apenas por la cada vez más dubitativa guardia pretoriana de los sindicatos, a expensas de su propia inconsistencia sin recursos. Esta semana atroz lo ha retratado: enfrascado en la frivolidad de una falsa plegaria ante los cristianos de Washington mientras el país se despeñaba por un barranco de quiebra. Y aún preguntaba perplejo -a González, el del BBVA- cómo es posible. Es posible porque cuando no se sabe gobernar hasta las soluciones se convierten en problemas. ABC. 7-2-2010 Opinión. La Vanguardia Zapatero busca el consejo de expertos como Boyer para salir de su laberinto Enric Juliana Doscientos mil millones de euros. Esa era la tabla de salvación, le dijeron al presidente cuando el cielo comenzó a encapotarse. 200.000 millones de euros era el margen de endeudamiento del que disponía el Reino de España en la primavera del 2008, sin infringir el tercer mandamiento de la Ley del Euro ("tu deuda pública nunca superará el 60% del producto interior bruto"). 200.000 millones de euros son veinte puntos de la riqueza estadística española. Son una cifra cabalística: 33,3 billones de las antiguas pesetas. Son la soga que hoy acaricia el cuello de José Luis Rodríguez Zapatero. Con la cuerda en el pescuezo, pero con los pies todavía sobre el inestable estrado, el presidente ha roto el séptimo sello: en las últimas semanas ha ido a buscar la opinión y el asesoramiento de Miguel Boyer, ministro de Economía en el primer gobierno de Felipe González, liberal conspicuo (aunque partidario de Keynes), odiado por los guerristas y valedor de la política económica del aznarato. Boyer ha accedido a dar consejos, a cambio de no aparecer públicamente en el consejo de sabios de la presidencia del semestre europeo junto con Felipe González, Jacques Delors y Pedro Solbes. El teléfono móvil de Zapatero no da abasto. Otros veteranos del PSOE de los ochenta están siendo consultados. Cada vez se encargan más papeles a la denostada vieja guardia. John Maynard Keynes, adalid del gasto público. ¿Cuánto Keynes cabe en la actual tribulación española? Esa es la cuestión. Solbes y Miguel Ángel Fernández Ordóñez se llevaron las manos a la cabeza cuando fueron informados del festival keynesiano que la parte del círculo de confianza de Zapatero (Miguel Sebastián, Elena Salgado, José Blanco…) teorizaba como respuesta a la crisis en el 2008. Una España ejemplarmente socialdemócrata recurriría a su saneada deuda pública para paliar los daños de la tormenta. Había paraguas para proteger a todos. O a casi todos. España iba a dar ejemplo. Solbes ya no creía en el aterrizaje suave e intuía que la factura del paro y la caída de la recaudación tributaria crearían un cóctel explosivo. Más severo, el gobernador del Banco de España ya preconizaba cirugía de hierro (reformas estructurales, según el eufemismo de moda) antes del brusco colapso del ciclo expansivo. Atraído por el papel de héroe socialdemócrata en un mundo descuajeringado, entusiasmado por la victoria de Barack Obama en Estados Unidos y muy atento a los éxitos bonapartistas de su amigo Nicolas Sarkozy en Francia, Zapatero dejó marchar a Solbes, le retiró la palabra a Fernández Ordóñez y lanzó a los cuatro vientos el grito torero: "¡Dejadme solo!". Seducido por la visión heroica de la crisis, el presidente tomó el mando de la política económica en la remodelación ministerial de abril del 2009, colocando en la segunda vicepresidencia a una abnegada Elena Salgado que jamás le llevará la contraria. En el nuevo Gabinete nadie le lleva la contraria. Apenas hay debate en las reuniones del Consejo de Ministros: se dan los buenos días, se despachan los asuntos visados por los subsecretarios y hasta el próximoviernes. Sólo José Blanco se insinúa como una figura cada vez más autónoma, pero eso lo veremos más adelante. Arropado por María Teresa Fernández de la Vega y Salgado, dos mujeres entregadas en cuerpo y alma a la gestión gubernativa, dos estajanovistas que jamás fabularán con la posibilidad de desplazar al número uno, Zapatero ha llevado al extremo la sustancia presidencialista del régimen democrático español. Casi un año después de la última remodelación ministerial, el andamiaje –mitad socialdemócrata, mitad bonapartista; mitad obamista, mitad caudillista– se está viniendo abajo ante la mirada entre atónita y escandalizada de una sociedad que ahora, cuando ha sonado la campana de las pensiones, comienza a hacerse una idea cabal de la profundidad de la crisis en España. Y Zapatero, socialdemócrata heroico, luce una bonita soga en el cuello. Los costes del seguro de paro y del subsidio adicional, más la caída en picado de la recaudación del IVA, han perforado el escudo keynesiano que el ministro Miguel Sebastián, durante meses principal valido del presidente, creía irrompible. El ejercicio del 2009 se ha cerrado provisionalmente con un déficit público del 11,4%, que algunas fuentes sostienen que alcanzará el 12% cuando dentro de unos días se conozcan los datos definitivos. Un déficit griego. Un desvío de dos puntos que deja un agujero de 20.000 millones en las cuentas del Estado (sin sumar a esa cifra el preocupante y opaco desajuste presupuestario de las comunidades autónomas y ayuntamientos, en algunos casos al borde de la quiebra); un desastre que difícilmente podía pasar desapercibido en el circuito de poderes e intrigas también conocido como los mercados internacionales. Desde que la revista británica The Economist publicó en noviembre del año pasado un número especial con el elocuente título de Spain, the party’s over (España, la fiesta se ha acabado), España se halla bajo sospecha en los circuitos de opinión anglosajones, en los que se ha acuñado el despectivo acrónimo PIGS (cerdos) para reunir en un mismo pelotón de sospechosos a Portugal, Italia, Grecia y España. Lo de los PIGS duele. Zapatero está convencido de que hay una conspiración del conservadurismo anglosajón para desprestigiar el euro, tomando a España como cabeza de turco. El presidente lee las traducciones de The Wall Street Journal, el diario más inclemente con su gestión, y no puede pasar por alto que José María Aznar es asesor de News Corporation, el gigantesco grupo mediático de Rupert Murdoch, propietario del viejo e influyente diario de Wall Street. ¿Dan Brown en la Moncloa? ¿Una conjura neoconservadora para romper la constelación planetaria entre Obama y Zapatero? ¿Un movimiento de fuerzas oscuras para taponar la respuesta socialdemócrata a la crisis? Toda teoría conspirativa tiene sus fallos. Hay voces de izquierda entre los diagnósticos más severos de la crisis española. Con un intervalo de pocos meses, Paul Krugman, premio Nobel de Economía y punto de referencia del pensamiento progresista, ha lanzado dos temibles avisos: ha advertido que los españoles deberían rebajarse el sueldo un 25% para salir del atolladero y que la situación de España puede ser más peligrosa para la Unión Europea que la de Grecia (mucho peor en términos contables) dada la mayor envergadura ibérica. La idea de que España es el nuevo enfermo de Europa se ha ido extendiendo como una mancha de aceite. Hoy existe consenso europeo sobre esa imagen. Y el vicepresidente de la Comisión Europea, Joaquín Almunia, ex secretario general del PSOE y durante años fiel escudero de Felipe González, la remachó el miércoles parangonando públicamente España y Portugal con Grecia. En la Moncloa lo quieren estrangular. El andamiaje heroico se está viniendo abajo. Desprovisto de un vicepresidente económico con fuste y voz autónoma capaz de atraer sobre su cabeza los rayos de Júpiter, de la City, de la CEOE, de los sindicatos, de la prensa de Murdoch, de Aznar y de todo el Lado Oscuro de la Fuerza, la credibilidad de Zapatero, ya seriamente deteriorada por su retraso en la admisión de la crisis, se halla en estos momentos carbonizada. Los españoles han dejado de quererle, aunque reconocen su talante conciliador. El último barómetro del CIS (enero del 2010) desvela un extraordinario rechazo: el 71% declara sentir poca o nula confianza en el presidente del Gobierno. Ni Suárez, ni González, ni Aznar nunca cayeron tan bajo. Sólo hay una persona que le supera. Mariano Rajoy, líder de la oposición, no inspira gran confianza al 76% de los encuestados. Esta es la deriva de España: cuatro millones de parados, déficit público al galope, problemas de solvencia agarrotando la emisión de la deuda pública, ausencia de horizontes y un estamento político bajo sospecha. Rumbo a las costas de Grecia, pese a la firmeza del banquero Emilio Botín pidiendo tranquilidad y confianza. El escudo de los 200.000 euros y un liderazgo que buscaba la mímesis con Obama y Sarkozy se hallan desbaratados. Hay que recortar gastos y comienzan a emerger liderazgos paralelos como el del ministro Blanco anunciando el viernes, con voz severa, el guantazo a los controladores aéreos. Ya no es un secreto: el vicesecretario general del PSOE va emergiendo como pieza de repuesto. Blanco lo desmiente, pero sus gestos lo confirman. Otras voces apuntan al vasco Patxi López, hoy en horas dulces. Aturdido por la increíble gestión del futuro de las pensiones (un fallo en cadena de las dos vicepresidentas, que las deja desarboladas), por el deshilachamiento de la presidencia europea, por las encuestas y por la prensa extranjera, Zapatero intenta hallar una salida al laberinto. Deriva griega o cirugía. Dos Minotauros le acechan: el descrédito irreversible y la huelga general.LA VANGUARDIA. 7-2-2010