Los grandes medios de comunicación explican la llegada masiva de refugiados como una «crisis humanitaria», cuando en realidad ante lo que estamos es ante una de las peores consecuencias de una crisis geopolítica. Crisis provocada por la agresiva política de EEUU para intentar derribar a los regímenes hostiles a su hegemonía en el mundo árabe. Y en la que la UE ha actuado como perrito faldero de Washington.
Dentro del proyecto denominado “la primavera árabe”, con la que EEUU azuzó revueltas, tanto pacíficas como violentas, bien fuera para “recambiar” regímenes que ya no le ofrecían la suficiente estabilidad a su dominio o bien para derribar a otros declarados como “hostiles” por Washington, en marzo de 2011 estallan las primeras revueltas que en apenas tres meses desembocan en una guerra abierta, gracias al apoyo, la financiación y la entrega de armas de EEUU a los grupos de oposición, incluidos los yihadistas. Una intervención abierta y descarada de la que existen numerosas pruebas documentales y fotográficas.
EEUU, con la complicidad de sus más estrechos aliados europeos de la OTAN, quiso repetir la misma fórmula que ya había ensayado con éxito en Libia, azuzando una guerra interna y, posteriormente, interviniendo desde fuera para asegurar la muerte de Gadafi y la caída de su régimen. «No estamos ante una crisis humanitaria, sino ante las consecuencias de la política de EEUU en la región»
Se encontró en Siria, sin embargo, con un hueso bastante más duro de roer. No sólo porque en el frente interno el régimen de Assad mantuvo al grueso del ejército, los aparatos de Estado y una buena parte de la población no sunita a su lado, sino, sobre todo, porque en el plano internacional el régimen sirio tenía tejida una poderosa red de alianzas: Rusia, Irán, los chiitas de Hezbolláh que controlan la mitad del Líbano y, más indirectamente, China.
Esta alianza vetó la posibilidad de que EEUU y la OTAN pudieran intervenir militarmente de forma abierta desde un principio, como ocurrió en Libia. La alternativa entonces fue financiar y armar a los grupos opositores al régimen, cuanto más radicales y violentos mejor.
Esa, y no otra, es la causa principal y determinante de la rápida expansión del Estado Islámico, cuyos brutales métodos de control de la población y exterminio de aquellos que se oponen al fundamentalismo empezaron a provocar el imparable éxodo –interno o externo– de más de 7 millones de sirios, alrededor de un tercio de su población total. Los posteriores ataques aéreos de la coalición internacional montada por EEUU para atacar tanto las posiciones del Estado Islámico como de las fuerzas del régimen no hicieron sino multiplicar la oleada de refugiados. La tercera fase ha estado determinada por la entrada en la guerra de Rusia, cuyos ataques aéreos indiscriminados tanto contra las posiciones del Estado Islámico como de otras fuerzas opositoras han cerrado el círculo de este auténtico “éxodo bíblico”.
En esta brutal agresión hegemonista e imperialista persiguiendo un reordenamiento geopolítico de todo el Oriente Medio que le permitiera asegurar y aumentar su control sobre una región tan vital estratégicamente, hay que buscar el origen de los que los medios califican como “crisis humanitaria”.
De mamporrero de Washington a dóberman ¿Cuál ha sido el papel de los principales países europeos en todo esto? ¿Qué consecuencias ha tenido para Europa? ¿Y que alternativa ofrecen en la actualidad sus gobiernos?
Carente de una auténtica política exterior y de defensa propia, la UE capitaneada por Berlín actúa cada vez más en estos terrenos como un auténtico mamporrero de Washington en la defensa de los intereses de hegemonía global de EEUU y no de los suyos propios.
Así ocurrió con la intervención en Libia, donde la fuerza principal de choque no estuvo en manos de EEUU sino de las principales potencias militares europeas de la OTAN, con el Pentágono detrás actuando como director en la sombra y aparato logístico y de inteligencia imprescindible. Los aviones de ataque sobre Libia llevaban banderas británicas o francesas, pero los Tomahawks que previamente castigaban y limpiaban la zona a atacar, procedían de portaaviones yanquis. París y Londres fueron los actores de primera línea, pero todo el diseño y la dirección del operativo corrían a cargo del “amigo americano”.
Otro tanto ha ocurrido todos estos años en Siria. Con Hollande o Cameron actuando de comparsas en tanto que los intereses y objetivos que allí se estaban dirimiendo no eran principalmente los europeos sino los de la hegemonía global estadounidense por controlar o no un enclave de primer orden en sus proyectos de dominio mundial.
Y en un caso como en el otro, tanto en Libia como en Siria, las fronteras de Europa con el norte de África y Oriente Medio no han tardado en sufrir las consecuencias de la agresiva política norteamericana y su sumisión a ella.
Primero fue Italia la que sufrió la caótica e incontenible avalancha de inmigrantes procedentes de una Libia desgarrada en sus múltiples conflictos y enfrentamientos internos para resolver la sucesión del régimen de Gadafi. Después, como consecuencia directa del caos en ha quedado sumergida Libia, la acelerada expansión del fundamentalismo yihadista por todo el Sahel, la vasta región que conecta el Magreb con el África negra. Todavía hoy, 5 años después de aquello, EEUU sigue presionando y exigiendo a España una mayor implicación militar en esa zona para enfrentar las guerras, golpes de Estado y desórdenes de todo tipo que ellos mismos han provocado.
Ahora ha sido toda Europa la que se ve enfrentada, dentro de sus propias fronteras, al mayor movimiento de refugiados conocido desde la IIª Guerra Mundial. Primero seguir servilmente la estrategia de Washington. Después apechugar con las consecuencias. Este es el resultado de la incapacidad de las principales burguesías monopolistas del continente para levantar un proyecto propio, autónomo, y distanciarse de los dictados de la hegemonía yanqui. ¡Y todavía nos llaman populistas a quienes rechazamos esta idea de Europa!
El nuevo papel de TurquíaEn el desorden geopolítico creado por la intervención de EEUU en la región, la Turquía de Erdogan ha visto la posibilidad de ocupar un nuevo, preponderante y agresivo papel. Si durante los primeros años de su mandato, Erdogan inició una línea de obtener más peso político en la región sobre la base de adquirir una mayor autonomía de Washington y estabilizar su frente interno, llegando incluso a alcanzar un acuerdo de paz con la guerrilla kurda del PKK, la sucesión de conflictos generados a raíz del estallido de las “primaveras árabes” parece que está suponiendo una serie de cambios importantes en esta línea.
De gobernar desde un islamismo moderado, la deriva del gobierno hacia un islamismo cada vez más militante y autoritario se hace patente día a día. De alcanzar un acuerdo de paz con la guerrilla kurda a cambio de ofrecer al Kurdistán turco una amplia autonomía, a declarar nuevamente a los kurdos como el principal enemigo interior, volviendo al recurso a la fuerza y la represión como único medio de resolver el conflicto. De “congelar” el proyecto de integración en la UE propiciando un acercamiento a los países emergentes, a ofrecerse a Bruselas como gendarme para contener a los refugiados a cambio de acelerar las negociaciones para la adhesión.
Cortejado simultáneamente por Washington y Berlín como un factor fundamental para imponer el orden hegemonista y la estabilidad imperialista, Erdogan parece dispuesto a aceptar ese papel modificando importantes rasgos de la línea seguida hasta ahora, en el sentido de volverla más ambiciosa y agresiva respecto a su propio pueblo y el resto de países de la zona.