SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Crimea y nosotros

Joan Prim i Prats estuvo en la guerra de Crimea. El intrépido general de Reus viajó dos veces a Turquía como observador del primer conato de guerra mundial. Tenía 39 años. Acababa de romper con su prometida, la rica heredera mexicana Francisca Agüero –con la que finalmente se casó–, y tenía ganas de airearse. Alejarse de su futura suegra, conocer mundo y tejer contactos internacionales. Así lo dejó escrito Pere Anguera en su magnífica Biografía de un conspirador.

1853-1856. Rusia en lucha con Turquía por la salida al Mediterráneo. La península de Crimea, el mar Negro y el pasadizo marítimo de Constantinopla. El control de los estrechos del Bósforo y los Dardanelos. Y la pugna por los Santos Lugares de Jerusalén y Belén, bajo dominio otomano, cuya administración se disputaban el catolicismo francés y unos monjes ortodoxos protegidos por Moscú. Fortalecida por su papel de gendarme europeo durante las oleadas revolucionarias de 1848 y por las exportaciones de trigo, Rusia quería asegurarse la salida al Mediterráneo, explotando la creciente debilidad del imperio otomano. Británicos y franceses se unieron en defensa de Turquía, organizando una gran coalición contra el zar Nicolás I. La España castiza e isabelina permanecería neutral, pero en Madrid decidieron enviar a Prim a ver qué pasaba. Así se lo sacaban de encima por un tiempo.

Los ingleses dominaban el Mediterráneo y temían el expansionismo ruso, que podía proyectarse sobre India si se desmoronaba el contrafuerte otomano. Francia se hallaba bajo los efectos del 18 de Brumario de Luis Bonaparte, descrito años más tarde por Carlos Marx en su célebre crónica sobre el retorno banal de la historia. Abatida la Segunda República, el sobrino de Napoleón se acababa de proclamar emperador. coalición al ver la última maniobra del conde de Cavour, el gran táctico que proyectaba la unidad de Italia desde Turín, al servicio de los Saboya. El pequeño reino de Piamonte-Cerdeña decidió enviar un contingente de 15.000 hombres a luchar contra los rusos en Crimea. ¿Por qué? Cavour quería internacionalizar la cuestión italiana y forjar alianzas para cuando llegase el momento de arrebatar Milán a los austriacos, marchar sobre la Roma papalina, tomar Nápoles y poner pie en Sicilia, cosa que ocurrió, con el empuje popular y populista de Garibaldi, entre 1860 y 1861. La Prusia de Bismarck se mantuvo neutral.

Prim tomó notas. El general catalán viajó a Turquía, donde fue recibido con todos los honores en el Divan de Constantinopla y asistió a algunos combates, asesorando a los oficiales turcos. El sultán le condecoró y le regaló una espada. Cuando se disponía a partir hacia Crimea, en 1854, estalló en España la Vicalvarada, pronunciamiento del general O’Donnell en la localidad Vicálvaro, que desembocó en una corrección liberal del desbarajuste isabelino, bajo la dirección de Espartero. Bienio progresista. Catorce años más tarde, con La Gloriosa de 1868, llegó el gran momento de Tablero de ajedrez. Austria dudaba sobre qué partido tomar –Rusia le había apoyado frente a la rebelión nacionalista húngara de 1848–, y se alarmó cuando las tropas del zar arrebataron a los turcos los principados de Moldavia y Valaquia, buenos productores de trigo. La libertad de navegación por el Danubio podía estar en riesgo. Los austriacos seguían dudando, pero se sumaron a la Prim. Exiliada Isabel, el general que había estudiado la guerra de Crimea escogió para el trono español a un príncipe del Piamonte de sesgo liberal. Amadeo de Saboya. A Prim le mataron en 1870 y el bueno de Amadeo apenas duró dos años. “Non capisco niente, siammo in una gabbia di pazzi”, dijo antes de abdicar. (“No entiendo nada, esto es una jaula de locos”).

La guerra de Crimea aportó algunas novedades a la aceleración del mundo. Fue una guerra con periodistas. Fue la primera guerra fotografiada. Las crónicas de los enviados especiales apasionaban al gran público. En la batalla de Balaclava surgió el mito de la carga de la Brigada Ligera, cantada por los poetas ingleses y llevada al cine por Michael Curtiz. Desastre militar británico envuelto en el celofán de la heroicidad. El asedio de Sabastopol fue terrible. Perdió Rusia, el imperio otomano fue apuntalado y se decretó la desmilitarización del Mar Negro. Murieron 250.000 soldados y 750.000 civiles. Ganó Gran Bretaña y Europa quedó constituida en furioso tablero de ajedrez.

Crimea, epicentro. En Yalta, ciudad costera de la península, Stalin, Roosevelt y Churchill decidieron en 1945 la nueva partición del mundo. Y en una localidad balnearia crimeana, Forós, fue secuestrado en agosto de 1991 Mijaíl Gorbachov, durante el intento de golpe de Estado antirreformista que aceleraría el colapso de la Unión Soviética.

En Crimea se vuelven a ver las caras Rusia y la coalición occidental. Ucrania se parte en dos. Ni en sueños Moscú querrá acabar pagando alquiler a la OTAN por su base naval en Sebastopol. En poco menos de un año, la cuestión de las fronteras se ha convertido en un gran asunto europeo. Y, ahora, desplegados los soldados rusos en Crimea, la narración adquiere la máxima gravedad. No es un juego.

Deja una respuesta