Pedagogía

Confiar en el niño

Dos grandes figuras de la pedagogía -María Montessori y Emmi Kipler- coinciden. El papel de los educadores debe ser acompañar al niño

En el vasto universo de teorías sobre crianza y educación, María Montessori y Emmi Kipler representan dos enfoques diferentes pero profundamente conectados por una idea común: la confianza en las capacidades naturales del niño para desarrollarse y aprender. A pesar de provenir de contextos históricos y culturales distintos, ambas visiones coinciden en poner al niño en el centro, como un ser activo, sensible y competente desde los primeros momentos de su vida.

María Montessori, médica y pedagoga italiana nacida en 1870, desarrolló un método revolucionario basado en la observación científica del comportamiento infantil. Su propuesta introdujo el concepto de «ambiente preparado»: un entorno diseñado para que el niño explore, descubra y aprenda a su ritmo. Montessori creía en el “niño constructor”, capaz de formar su propia mente si se le ofrece libertad dentro de límites claros.

Emmi Kipler, autora contemporánea e impulsora de la crianza respetuosa, aporta una mirada más centrada en el vínculo emocional y el acompañamiento cercano. En sus textos y asesorías, enfatiza la importancia del apego seguro, la validación de las emociones y el respeto por los tiempos del bebé. Aunque no propone un método estructurado como el de Montessori, su enfoque se basa en una premisa esencial: el niño sabe lo que necesita, y el rol del adulto es estar presente, disponible y consciente.

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Una mirada revolucionaria

Maria Montessori

Ambas coinciden en que el aprendizaje no es algo que se impone desde afuera, sino que surge desde adentro, si se respetan las condiciones adecuadas. Esta visión implica una ruptura con modelos tradicionales basados en la autoridad, el castigo o la corrección constante. Tanto Montessori como Kipler proponen confiar en el proceso, en la evolución natural del niño y en la sabiduría de sus gestos.

Es importante subrayar que confiar en el niño o «dejarle hacer» no implica dejarlo a su libre albedrío, sin límites ni acompañamiento. En ambas visiones, el adulto sigue cumpliendo un rol activo y fundamental, el de guía, observador y sostén. En el enfoque montessoriano la libertad del niño siempre está enmarcada en un entorno cuidadosamente preparado y dentro de límites claros que favorecen la concentración, la seguridad y la autorregulación. En el caso de Kipler, el respeto por las necesidades emocionales del niño no significa ausencia de dirección, sino una guía empática que reconoce los ritmos individuales y ofrece contención sin imponer. Confiar no es abandonar, sino ofrecer un acompañamiento atento y respetuoso que permita al niño desplegar su potencial con seguridad y confianza.

Aunque las diferencias son notables en una época en la que la crianza y la educación están en constante revisión, mirar a Montessori y a Kipler como perspectivas complementarias puede ser una vía enriquecedora.

En tiempos de sobreinformación, estas dos perspectivas proponen creer que el niño, desde el comienzo, sabe más de lo que imaginamos, y que nuestro papel es acompañar su camino.

*Diana Plaza es diplomada en Ciencias Políticas

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