Opinión

Con los pies hundidos en el barro

No hace mucho traíamos a estas áginas un fragmento de un artículo de Francis Fukuyama a colación de un reportaje sobre el incipiente cine de los países emergentes. En el artículo del 2008, publicado en el periódico El País, el ideólogo del Pentágono planteaba algunos de los principales problemas con los que se enfrenta EEUU para sostener su hegemonía, y lo hacía desde una firme convicción: “No creo que el declive americano sea inevitable”. El fin de la hegemonía de Hollywood y el detrimento de la cooptación en las élites universitarias de otros países, eran los escollos que EEUU se debía proponer salvar para extender en el tiempo su supremacía. Tres años después se muestran los bordes de la alargada sombra de EEUU más claramente que nunca. El escándalo, al que nuestra clase política se ha apresurado a restar importancia, que ha saltado con los cables de Wikileaks sobre la Ley Sinde, pone de manifiesto dos cosas. La primera que la capacidad de decisión de la superpotencia sobre nuestro país va mucho más allá de lo que han pretendido hacernos creer. No porque lo creyéramos, ya que son muchos los que han militado en un pensamiento anti-hegemonista de larga trayectoria – como es el caso de esta casa – sino porque una cosa es hablar del lobo y ver los carneros degollados, y otra ver volar los zarpazos. Y hablamos evidentemente de todos aquellos resortes de los que dispone EEUU para torcer el rumbo del país. Resortes que ha utilizado en repetidas ocasiones en España, y con consecuencias mucho más terribles que la Ley Sinde. Esto nos lleva a la segunda cuestión. Como de hecho se desarrolla en estas páginas, los cables publicados corren el peligro de actuar como cortina de humo para ocultar la larga historia de intervención sobre nuestro país. La respuesta contundente de todo demócrata, progresista y revolucionario es inapelable. Pero ligado con todo lo que concierne a nuestra soberanía e independencia, la respuesta debe pasar por un doble sendero. Primero por fortalecer a nuestra industria cultural con aquellos productos que mejor resultado han dado y que más se corresponden con la manera de hacer cine en el mundo hispano… “con los pies hundidos en el barro”, pegados a la realidad, a aquello que preocupa a la gente y es sentido con vida y pasión. Eso no quiere decir que no debamos aprender de quienes más cine han hecho y mejores productos han sabido ofrecer. Muchas y muy buenas películas apuntan en esa dirección en los últimos tiempos en nuestro cine. Pero sí quiere decir que debemos cuestionarnos los actuales caminos por los que discurre la industria. Y por aquí circula el otro sendero. ¿Cómo puede crecer una industria que no da beneficios a quien debe impulsarla?. Tal y como ocurre en el resto de sectores, el 80% de la producción cinematográfica es independiente y está en manos de las pequeñas y medianas empresas. Las grandes majors se dedican a financiar y controlar la distribución. Eso debe cambiar o nuestra cultura cinematográfica estará condenada a estrangularse cada vez más.

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