Prácticamente sin excepción, todos los grandes medios de comunicación nacionales se han escandalizado, poniendo el grito en el cielo, al conocerse, tras el levantamiento del secreto del sumario, los robos del grupo de delincuentes de poca monta organizados en torno a la trama Gürtel. Pero lo verdaderamente relevante del asunto, sin embargo, no está tanto en conocer las andanzas de estos irrelevantes personajes y las mediocres fortunas que amasaron, sino preguntarse sobre el alcance y las formas, sobre los modos y las clases de corrupción que existen en las sociedades de capitalismo desarrollado. Si la trama Gürtel ha podido ser descubierta y enjuiciada, es porque la suya es una clase de corrupción que no tiene cabida en nuestro ordenamiento legal. Usted ya sabe; si robas un millón eres un delincuente, si robas miles de millones, es casi seguro que más bien temprano que tarde esa clase de corrupción acabará legalizada.
Legalidad y esacios de impunidad Todo el problema de la corrupción es, en última instancia, el problema de qué es lo que está legalizado y lo que no lo está en cada país, qué es lo permitido –y hasta qué niveles– por cada Estado.Y lo que determina qué clase de corrupción –y qué corrupción de clase– es aceptada y aceptable, es la colocación que cada uno de los países ocupa en la cadena imperialista y el papel que ocupa en la división internacional del trabajo, su mayor o menor fortaleza económica, política y militar, el lugar que cada oligarquía posee en la cadena de operaciones del capital financiero a escala internacional.Por ejemplo, la caída de Lehman Brothers en septiembre de 2008, además de desatar la virulenta crisis que vivimos, tuvo la virtud de sacar a la luz la gigantesca estafa de alcance global hecha por los grandes bancos de inversión norteamericanos, vendiendo como fabulosas ganancias lo que no eran sino activos basura con menos valor que el propio papel en que se firmaban los contratos. Robo y estafa que, según cálculos aún no concluidos, superará ampliamente los dos o tres billones de dólares en todo el mundo.Y sin embargo, pese al robo a gran escala y las pérdidas multimillonarias que han provocado, no sólo ni uno de los altos directivos de la banca norteamericana ha sido enjuiciado, sino que todos ellos permanecen en los mismos cargos que antes de la crisis, cobrando idénticos sueldos millonarios y preparando la siguiente gran estafa global por la que serán alabados –como ya lo fueron al idear las hipotecas subprime y las titulizaciones de activos– como “grandes genios de las finanzas”.Como cabeza de turco y cortina de humo tras la que la oligarquía financiera yanqui tapó sus vergüenzas, bastó simplemente con condenar a pasar el resto de sus días en la cárcel a Bernard Madoff, un estafador de poca monta comparado con el robo a gran escala perpetrado por los banqueros de Wall Street. Pero para cuyas andanzas, eso sí, el sistema legal norteamericano no ha creado ni tiene previsto los espacios de impunidad y legalización del robo que sí tiene para éstos. Corrupción de clase y leyes ad hoc Podríamos hacer un recorrido por los principales países del mundo y en todos ellos encontraríamos esta misma realidad: hay clases de corrupción y hay corrupción de clase.Están los carteristas, están los atracadores y están también los ladrones de “guante blanco”. Para los dos primeros el único destino es la cárcel. Para los últimos ya se encarga el Estado de aprobar la legislación necesaria para que sus robos y delitos adquieran el marchamo de legalidad.En Alemania, la empresa Bayern cuenta con más de 400 cargos electos (concejales, alcaldes, diputados regionales y federales,…) que en algún momento de su vida trabajaron para el poderoso monopolio químico y farmacéutico. Anualmente se reúnen a gastos pagados en conferencias y asambleas para discutir qué políticas y qué leyes son las que tienen que aprobar, porque son las que en ese momento interesan a la multinacional. Pero a eso nadie le llama corrupción, porque el Estado alemán lo tiene perfectamente legalizado.Y si no lo está, las estructuras jurídico-políticas de ese Estado ya se encargan de movilizarse para que quede legalizado a partir de ese momento. Ni siquiera importa si para ayudar a tus mayores clientes a estafar a Hacienda mediante cesiones de crédito –y cobrar una suculenta comisión por ello– has usurpado ilegalmente la personalidad jurídica de mendigos, enfermos terminales o monjas de clausura, incluso de personas ya fallecidas, como hizo en la década de los 80 el Banco de Santander. Todos los Botín del mundo encuentran rápidamente a un tribunal superior que encontrará la forma de crear expresamente para ellos la figura jurídica que les exonerará de sus delitos y robos, pasados, presentes y futuros. En este caso, el Tribunal Supremo ya tuvo buen cuidado en idear la llamada “doctrina Botín”, que contraviniendo toda la legislación anterior –incluso del propio Tribunal Supremo– creó el espacio de impunidad necesario para que el banquero cántabro saliera absuelto. Un problema estructural Porque al hablar de la corrupción, es decir, del robo y el saqueo organizado (y la organización de la trama correspondiente para llevarlos a cabo), no estamos hablando de un problema coyuntural, momentáneo, pasajero.La corrupción, el robo y el saqueo legalizado y a gran escala de la población es algo estructural al capitalismo monopolista de Estado. Tan estructural que las grandes oligarquías financieras, sus grandes bancos, sus gigantescos monopolios y multinacionales no podrían existir sin estas prácticas sistemáticas y continuadas de saqueo y expolio.Y a mayor fortaleza de ese Estado, cuanto más fuerte es su colocación en la cadena imperialista, mayor es la capacidad de acometer a gran escala el robo y mayores son los espacios de impunidad creados por la ley para ello. No es que en Nueva York no existan carteristas, es que comparados con los banqueros de Wall Street, posiblemente puedan ser tratados como personas honestas. El problema es que ellos cometen otras clases de robos, robos de y para otra clase.Como ya advirtió Lenín -que no hizo sino sistematizar y dar una explicación teórica a la genial intuición de Balzac cuando advirtió que “detrás de cada gran fortuna hay un crimen”–, con la llegada del capitalismo monopolista de Estado “nos hallamos ante la estrangulación, por los monopolistas, de todos aquellos que no se someten al monopolio, a su yugo, a su arbitrariedad”. Yugo y arbitrariedad que “no sólo sirve para aumentar en proporciones gigantescas el poderío de los monopolistas, sino que, además, permiten llevar a cabo impunemente toda clase de negocios oscuros y sucios y robar al público”. En esto consiste todo, en robar al público, ya sea legalmente, a través de los espacios de impunidad creados por el Estado, ya sea ilegalmente aprovechándose de las relaciones de cercanía entre el poder económico y el poder político. Un delito contra el pueblo Precisamente por esta condición, nuestro partido propuso en su programa de las pasadas elecciones europeas la elaboración de una ley específica que trate a la corrupción y a los corruptos como uno de los más graves delitos penales. Equiparando su tratamiento al del crimen organizado y desarticulando, hasta sus últimos responsables, las tramas corruptas.Una ley que endurezca, hasta el límite del tratamiento penal permitido, las penas para todos los implicados en las tramas de corrupción y saqueo. Eliminando o endureciendo al máximo las posibilidades de reducción de condena. Por la que los condenados por corrupción respondan con su patrimonio de devolver hasta el último euro de lo robado y cayendo sobre ellos una inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. Al tiempo que propusimos la creación de un organismo judicial independiente y blindado –como la Audiencia Nacional para casos de terrorismo– , con una fiscalía anticorrupción independiente del fiscal general nombrado por el gobierno de turno, que tenga como objetivo no ya juzgar y condenar a los culpables directos, sino investigar y desarticular hasta el último filamento de las tramas corruptas.Una propuesta sencilla para atajar la corrupción y acabar con los corruptos. Pero para la que es necesario tener, como nuestro partido, no sólo, por supuesto, las manos limpias, sino también la necesaria independencia de los grandes poderes económicos y políticos, tanto nacionales como mundiales.