Cinco años sin ETA

Cinco años de un gran victoria popular

El 20 de octubre de 2011, hace exactamente cinco años, ETA anunciaba, tras 43 años de terror y 829 asesinatos, el abandono definitivo de la violencia. No significa «el fin de ETA», que solo se producirá con la entrega de las armas, su disolución incondicional y la reparación del daño causado. Pero es, sin duda, un gigantesco paso adelante que hoy todos los demócratas y antifascistas celebramos. Sin embargo, en la lectura que se difunde sobre estos hechos hay una batalla donde no solo se juega una mirada limpia sobre el pasado, sino que sobre todo tiene decisivas consecuencias para el futuro.

La rebelión democrática derrotó a ETA

A finales de los años noventa, un grupo de intelectuales vascos publicó un valiente manifiesto donde se denunciaba que “se ha organizado y extendido en Euskadi un movimiento fascista que pretende secuestrar la democracia y atenta contra nuestros derechos y libertades más esenciales”.

Y se llamaba a “luchar pacífica y contundentemente contra ETA y quienes amparan, promueven y se benefician de su proyecto totalitario”.

Fue entonces cuando se empezó a derrotar a ETA.

Las gigantescas movilizaciones contra el asesinato de Miguel Angel Blanco fueron un antes y un después. Y un grupo de vascos valientes se organizaron para dar la batalla contra el fascismo.

Creando un movimiento antifacista que ganó apoyos en la sociedad vasca, con organizaciones como Foro de Ermua, Basta Ya, Covite, AVT, Fundación Libertad…

Ahora se afirma que lo que permitió acabar con el terror de ETA fue la eficacia de la actividad policial, la actividad de la justicia contra el entorno etarra, o la colaboración internacional en la lucha contra el terrorismo.

Todos estos fueron factores importantes, pero hasta la irrupción de la rebelión democrática no habían sido capaces de crear las condiciones para la derrota de ETA. Habían debilitado a la banda, pero no eran capaces de combatir y romper el “humus social” que sostenía y amparaba el terror.

Porque la lucha contra el fascismo, y la batalla contra el terror de ETA sin duda lo es, no puede ganarse si no es con la lucha popular y la movilización ciudadana.

El paso decisivo se dio cuando se ganó la batalla en la calle por la libertad, en un largo proceso que culminó en las multitudinarias manifestaciones de Basta Ya en Donosti.

Cuando se desplegó un combate frente a todas las ideas que justificaban el terror, criminalizaban a las víctimas y sembraban la ambigüedad y la equidistancia.

Y también, cuando se señaló como responsables del terror no solo a ETA o HB, sino sobre todo a los jelkides peneuvistas que encarnaban el nazifascismo étnico, desembocando en la gran movilización contra el plan Ibarretxe.

Una batalla que tiene un doble valor. Porque se realizó contra el poder establecido, y porque se hizo en unas condiciones extraordinariamente difíciles, enfrentando amenazas, ataques, condenando al exilio a muchos y asesinando a otros.

Nombres como Fernando Savater, el recientemente fallecido José Ramón Rekalde, Agustín Ibarrola, Rosa Díez, Elías Querejeta, Maite Pagaza, Pablo Setién. Otros -como Mario Onaindía, Jon Juaristi o Mikel Azurmendi- que militaron en ETA durante el franquismo y luego se enfrentaron al fascismo que supone el terrorismo.

Muchos de estos nombres procedentes de la izquierda, pero que también se unieron a militantes y cuadros del PP vasco que se jugaron, literalmente, la vida.

La rebelión democrática fue capaz de dar organización al rechazo al terror y el nacionalismo étnico que se estaba convirtiendo en un clamor en la sociedad vasca. Y que recibieron el apoyo de todo el pueblo español. Fortaleciendo con ello la unidad en la lucha conjunta por la libertad.

Ellos, los hombres y mujeres que en Euskadi rechazaron y se enfrentaron al fascismo etnicista, son los héroes de esta historia.

Conviene recordarlo ahora, cuando todavía debemos seguir dando batallas para ganar definitivamente la lucha contra el terror. Que no pueden tener como únicos protagonistas a los aparatos del Estado (la policía, la justicia, los partidos…). Sino que debe estar encabezada por la participación y movilización de toda la sociedad.

Detrás de ETA estaba Arzallus

“Los inmigrantes tienen la culpa de que Euskadi no sea independiente” (X. Arzallus)

Conviene recordar dos hechos imprescindibles para comprender la naturaleza del terror de ETA.

El 20 de agosto de 1981, Arzallus se reunió en secreto en el sur de Francia con los dirigentes de ETA-pm, justo cuando estaba debatiendo si proseguía con la tregua anunciada o reanudaba la actividad criminal. Para recordarles que las negociaciones del nuevo estatuto no estaban cerradas, y era necesario que ellos siguieran intimidando.

En 1990, Arzallus volvió a reunirse en secreto con ETA para firmar el pacto de Lizarra, y estableció una famosa “división del trabajo”: “No conozco de ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan. Unos sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas. Antes, aunque sin un acuerdo explícito, había un cierto valor entendido de esta complementariedad”.

A este pacto le siguió la escalada de terror de ETA, sobre la que se asentó la ominosa década de los gobiernos de Ibarretxe. Que llegó a proponer excluir a la mitad de la población vasca, la de origen inmigrante o que no estaba dispuesta a renunciar a ser española, del censo de vascos de pleno derecho.

No pueden entenderse los 43 años de terror, en Euskadi y en el resto de España, señalando solo a ETA. Sin tener en cuenta que en el PNV coexisten dos almas, por un lado un nacionalismo democrático, pero por otro sectores -representados por los Arzallus, Ibarretxe, Eguibar…- que defienden una línea basada en concepciones etnicistas y totalitarias.

Para imponer sus planes de ruptura y sus proyectos étnicos a la sociedad vasca, estos sectores más reaccionarios del PNV necesitaban recurrir al terror para doblegar la resistencia de la mayoría.

Eran los Ibarretxe y Arzallus quienes señalaban a colectivos como “enemigos de Euskadi” que luego eran objetivo de ETA. Resucitando las teorías más racistas de Sabino Arana para señalar quien es vasco y quien no. Fomentando el odio a España y a todo lo español. Justificando el terror de ETA como consecuencia lógica del «conflicto político» que vive Euskadi. Utilizando el poder autonómico para sostener y amparar el entramado del terror.

Conviene recordarlo ahora que el PNV ofrece, de la mano del actual lehendakari, Iñigo Urkullu, un cara mucho más suave y pragmática.

Fue un cambio obligado. El rechazo de la sociedad vasca a los delirios etnicistas les condujo a una perdida acelerada de apoyo social, hasta ser desalojados -por primera y única vez en la historia democrática- del gobierno vasco. Solo entonces, el PNV retiró de la primera plana política a los Arzallus e Ibarretxe, adoptando otra cara.

Si hubo miembros del PNV, algunos destacados como el ex alcalde de Vitoria José Angel Cuerda o Joseba Arregui, que respaldaron a la rebelión democrática. Pero Urkullu era un alto dirigente del PNV en los peores tiempos de Ibarretxe. Y no se recuerda ni una sola ocasión donde lo denunciara. Y personajes como Joseba Eguibar -máxima expresión del fanatismo etnicista- siguen ocupando hoy puestos de alta responsabilidad en el PNV.

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