Educación

«Chocar y no cohesionar»

La última Conferencia de Rectores de Universidades Españolas ha dado como resultado un documento publicado recientemente en el que se anuncian acuerdos firmados para la implementación de los avances cientí­ficos y del conocimiento en el tejido productivo de la sociedad, y aumentar la calidad de la innovación. Algunos de los hechos en los que se basa la CRUE son de peso, el análisis y la orientación errada. No es un problema técnico al que nos enfrentemos sino de voluntad e identidad.

«Una de las cosas ciertas que se uede decir de la actual crisis económica en España es que no es tanto la crisis pasajera de un modelo como su final irremisible. La opinión en este punto es prácticamente unánime: tenemos que dar paso a un nuevo perfil productivo basado en el conocimiento que garantice la competitividad de nuestro sistema y, con ello, el desarrollo de nuestros valores de cohesión social y territorial.»   Pero este nuevo perfil no dejará de discurrir por los mismos cauces si no los cuestiona. Porque la enfermedad que nos afecta como paí­s, en el terreno universitario no son la cohesión social y territorial, que dependiendo de la óptica que se adopte, son problemas realmente acuciantes. Sino la autonomí­a e independencia como paí­s y por lo tanto de una Universidad que busca formar a las nuevas generaciones en la construcción de un proyecto independiente y soberano. Es decir, desde el que la voz de nuestros propios intereses choque con los de los viejos centros generadores. Sí­, que «choquen», no que se «cohesionen».   «En este contexto, las universidades refuerzan la dimensión de utilidad o función social, intentando dar respuesta a dos retos principales: facilitar el acceso de la población a una educación superior de calidad y apoyar al tejido socioeconómico para afrontar las nuevas reglas de competitividad internacional derivadas de la globalización.» Pero el reto no es ser más competitivos, sino el poder competir con nuestros propios medios, que toda la energí­a que genera la sociedad revierta en beneficio de ella misma y no de intereses ajenos. ¿Por qué no abordar una contradicción que sí­ han cogido aquellos paí­ses que están creciendo, como Brasil o India?   En este sentido diferentes miembros del Departamento de Estado de EEUU han manifestado recientemente sus preocupaciones en torno a la acelerada disminución de la influencia norteamericana en la formación de las nuevas generaciones en estos paí­ses, en los que los nuevos profesionales salen «al mercado» orientados al crecimiento independiente del paí­s. Los resultados son los que son.   «En el ámbito de la investigación, la producción cientí­fica española es la novena mayor del mundo. España genera el 3,4% de la producción global. Dos tercios de esta producción cientí­fica es generada en las universidades. Es un resultado más que notable si consideramos que España sólo invierte en I+D+i un 1,38% de su PIB, muy lejos del 2,3%, que es la media de la OCDE. Ello revela una eficiencia extraordinaria: con poco, hacemos mucho. Con estos resultados el Sistema Universitario Español se sitúa entre los cuatro más productivos en ciencia. Y nos indica que disponemos de la materia prima básica para afrontar los retos: el talento. Con este potencial humano cabe esperar que si se aumentara la inversión, se traducirí­a en un importante salto adelante que ubicarí­a claramente a España entre los paí­ses lí­deres en la escena internacional […] Hay que tener en cuenta, sin embargo, que no se trata sólo de producir investigación, sino además de innovar, es decir, de transferir los resultados al tejido socioeconómico para hacerlo más competitivo. Aquí­ tenemos un evidente talón de Aquiles: siendo la novena potencia cientí­fica, España apenas alcanza el puesto 42 en el ranking mundial de competitividad.»   Y esto no, de nuevo, es por la falta de competitividad, sino porque todo ese potencial cientí­fico o es truncado en una maraña de acuerdos, limitaciones y restricciones de todo tipo impuestas desde Washington y Bruselas, o es desviado en beneficio ajeno.   Pese a las buenas intenciones de la CRUE, sin cuestionar los lazos que constriñen nuestro desarrollo nada es posible, más que transcurrir por los mismos cauces que hasta ahora. Entre los que no debemos olvidar la gigantesca capacidad de decisión que la banca española, especialmente el Banco Santander a través de su omnipresente Fundación Universia, tiene. Estos le permiten dirigir esa «transferencia de resultados al tejido socioeconómico» en una sideral fuente de ingresos. Por no hablar de los múltiples acuerdos que diferentes multinacionales farmacéuticas y quí­micas han firmado con las Universidades españolas. No se trata de un proceso lógico de «cohesión» de «beneficio mutuo», sino de una relación parasitaria que lastra nuestro desarrollo.      

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