Hace tres años, nadie hubiera podido anticipar que en el «oasis de estabilidad» del que Piñera se jactaba que era Chile, se levantasen las clases populares y conquistaran metas antes impensables. A veces en la crónica de una jornada, está el retrato de lo mucho -de lo muchísimo– que ha logrado el pueblo chileno en apenas dos años de intensas y masivas movilizaciones. Esta gigantesca victoria quedó plasmada en los acontecimientos de la sesión de apertura de la Convención Constitucional en Chile, el pasado 4 de julio.
La vieja constitución pinochetista ha muerto, pero no ha sido enterrada, y al igual que el cadáver del dictador, sigue rigiendo la legalidad chilena. La nueva Constitución está en gestación, pero aún no ha nacido.
Su concepción comenzó en las elecciones de convencionales constituyentes del pasado 15 y 16 de mayo, que supusieron una amarga derrota para las distintas ramas del establishment político chileno, que ha venido gobernando el país desde los años 80 con alternancia bipartidista. Ni la derecha del todavía presidente Piñera, ni la ultraderecha pinochetista, ni las listas de la Concertación – el centroizquierda neoliberal- lograron los dos tercios necesarios para ejercer el veto a los artículos de la nueva Carta Magna.
Por el contrario, la Convención encargada de redactar una nueva Constitución quedaba dominada por una clara mayoría de candidatos independientes -muchos de ellos figuras nuevas, surgidas de las entrañas de los movimientos populares, desde los mapuches al feminismo o la lucha LGTBI- y por las listas de la izquierda más rupturista, como Apruebo Dignidad (comunistas y Frente Amplio) o Lista del Pueblo (independientes de extrema izquierda).
La Convención tuvo que ser suspendida durante horas, lanzando un poderosos mensaje: que «sí, se puede», y que un nuevo Chile es posible.
Además, en las semanas anteriores a la apertura de la Convención se ha producido un progresivo movimiento de alianzas entre la izquierda y los candidatos independientes. Diversas reuniones telemáticas, a las que se han ido sumando más y más constituyentes, han ido conformando un bloque llamado “Vocería de los Pueblos”, unión de la Lista del Pueblo con varios electos de pueblos originarios, más otros de perfil ambientalista. Son ahora el bloque más numeroso (en escaños) e influyente de la Convención.
Una apertura de la Convención convulsa… y reveladora
Esta nueva correlación de fuerzas quedó plasmada en la convulsa sesión de apertura de la Convención constituyente. Por deseo expreso de la mayoría progresista, a ella no se invitó ni al presidente Piñera ni al jefe de la Corte Suprema, señalados por la brutal represión de las protestas durante estos dos años. En su lugar estaba una «funcionaria técnica», la presidenta del Tribunal Calificador de Elecciones (equivalente a nuestra Junta Electoral).
Los primeros en llegar al lugar de la Convención -el recinto del ex Congreso Nacional de Santiago de Chile- fueron los convencionales de la derecha, que suplieron su nueva irrelevancia con su sobrecobertura televisiva. Las acreditaciones del acto se habían otorgado a los grandes medios oligárquicos, partidarios todos del viejo bipartidismo, en tanto que los medios independientes y periodistas freelance, mucho más ligados con el movimiento popular, fueron dejados detrás de la verja. Arropados en la bandera chilena, como si el país sólo les perteneciera a ellos, los diputados derechistas hablaron largamente a las cámaras, para proclamar a los cuatro vientos su desconfianza en el «populismo» de la mayoría de la cámara.
Fuera del recinto, en las calles aledañas, avanzaban miles de personas, comitivas de organizaciones de izquierda, de colectivos de derechos humanos y familiares de presos, represaliados o víctimas mortales de la brutalidad policial, de feministas o pueblos originarios. Varios de los constituyentes de la izquierda o de las listas independientes, antes de acudir al acto, habían marchado con la gente o habían celebrado emotivos actos de agradecimiento a las víctimas caídas por la lucha del pueblo en las últimas décadas. Acompañados de multitudes, los convencionales de la Lista del Pueblo llegaron al recinto.
Una vez reunidos los 155 convencionales, iba a dar comienzo la sesión, cuando por los móviles de sus señorías empezaron a circular imágenes de lo que estaba pasando fuera. Despojados de la compañía de los cargos electos, los carabineros estaban cargando violentamente -con gases y pelotas de goma, las mismas con las que han causado tantas lesiones oculares- contra la multitud congregada en las calles aledañas, incluidos los reporteros independientes agolpados en la verja.
Entonces varios convencionales -especialmente los de la Vocería de los Pueblos- se insurreccionaron y se negaron a continuar la ceremonia mientras la policía atacase a la gente. «No más represión», comenzaron a corear, mientras los diputados de la derecha, queriéndoles hacer un pulso, se ponían a cantar el himno nacional.
«Hoy se funda un nuevo Chile» dijo Elisa Loncón en su discurso, que acabó con el grito de batalla mapuche: «¡Diez veces venceremos! ¡Cien veces venceremos! ¡Mil veces venceremos!».
Esta imagen de polarización delirante, reflejo fiel de lo ocurrido en Chile en los últimos años, concluyó cuando varios miembros de la Lista del Pueblo abandonaron la asamblea, saliendo a toda velocidad del recinto para plantarse delante de una tanqueta lanza-aguas y proteger a los manifestantes. La tensión fue en aumento y hubo un forcejeo con los carabineros, que acabó con más de un constituyente herido. Pero finalmente las fuerzas represivas, por miedo a un escándalo, tuvieron que arreciar, y la Convención tuvo que ser suspendida durante horas, lanzando tres poderosos mensajes: una, que la represión ya no va a estar amparada por las instituciones; dos, que en la cámara hay convencionales dispuestos a ponerse de parte de las masas; y tres, que «sí, se puede», y que un nuevo Chile es posible.
Si Pinochet se levantara de la tumba, se volvería a morir
«Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. La historia no se detiene ni con la represión ni con el crimen. Éste es un momento duro y difícil: es posible que nos aplasten. Pero el mañana será del pueblo, será de los trabajadores». Con estas palabras y un fusil en la mano, en un Palacio de la Moneda asediado y bombardeado por los militares golpistas, Salvador Allende se dirigía por última vez al pueblo chileno. Era el 11 de septiembre de 1973.
Casi medio siglo después, una agitada sesión de investidura de Convención Constitucional en Chile elegía por una amplia mayoría a Elisa Loncón, maestra, académica, lingüista y activista mapuche como presidenta del órgano que va redactar una nueva Carta Magna para Chile, una que sepulte definitivamente la redactada en 1980 al dictado de Pinochet, y que lleva 40 años otorgando plenos poderes a la oligarquía y al capital extranjero para imponer sobre las clases populares un tiránico y asfixiante dominio sobre cada aspecto de la vida.
«Hoy se funda un nuevo Chile» dijo Loncón en su discurso, que acabó con el grito de batalla mapuche: ¡Marichiweu! ¡Marichiweu! ¡Marichiweu!, cuya traducción viene a ser «¡Diez veces venceremos! ¡Cien veces venceremos! ¡Mil veces venceremos!».
Si Salvador Allende hubiera podido ver esta escena, habría resucitado de puro júbilo. En cambio, si Pinochet se levantara de la tumba, caería fulminado de un síncope. Finalmente se abrieron las alamedas.