Obama cede ante los republicanos

Cerrado por defunción (polí­tica)

La noticia saltaba como un latigazo en los teletipos de todo el mundo el pasado 6 de abril: Obama se verí­a obligado a decretar un «cerrojazo» del gobierno federal y enviar a 800.000 funcionarios a casa si no conseguí­a llegar en 24 horas a un acuerdo con los republicanos sobre el presupuesto. Una diferencia presupuestaria de apenas 300 millones de dólares, ¿es suficiente para explicar una disputa de esa magnitud?

Tras las elecciones del asado mes de noviembre en las que los republicanos lograron una amplia mayoría absoluta en el Congreso, la aprobación de los presupuestos generales para la segunda mitad del año fiscal, que concluye en septiembre de 2011, se ha convertido en una auténtica pesadilla para la administración Obama. Con un déficit fiscal de 1,5 billones de dólares –el 11% del PIB norteamericano–, la nueva mayoría republicana del Congreso ha hecho de los recortes presupuestarios una de sus principales banderas políticas. Mientras Obama proponía un recorte de 33.000 millones de dólares, los republicanos exigían uno de casi el doble, 61 mil millones. A lo largo del año, el gobierno se ha visto obligado a prorrogar cada dos semanas el presupuesto del semestre anterior, ante la imposibilidad de cerrar un acuerdo que permitiera la aprobación de los presupuestos de conjunto para la segunda parte del año. Pero estas prórrogas tenían un límite preciso: si el 7 de abril el Congreso no había aprobado los presupuestos, la administración central no dispondría de fondos suficientes para funcionar, y se vería obligada a enviar a casa a los funcionarios considerados como “no imprescindibles”, un total de 800.000 que cubren una amplia gama de funciones, desde los parques nacionales hasta los institutos públicos de investigación científica, pasando por los museos o la renovación de los permisos de conducir. El día límite para la aprobación, la diferencia entre Obama y los republicanos era de apenas 300 millones de dólares, y la amenaza del colapso administrativo seguía pendiente de una cifra ridícula que apenas representa el 0,00001% del gasto. Lo que ilustra hasta qué punto lo ocurrido no forma parte de una disputa presupuestaria o económica, ni siquiera ideológica. Sino abiertamente política. No es la primera vez que esto ocurre. Ya en 1995 y en 1996, bajo la presidencia de Bill Clinton, la mayoría republicana del Congreso, liderada por la llamada entonces “nueva derecha republicana” de Newt Gingrich tumbaron por dos veces los presupuestos de la administración demócrata, obligando a un cierre parcial del gobierno. Pero tras aquella batalla presupuestaria sí estaba claro que había detrás una feroz lucha política entre dos sectores de la clase dominante norteamericana radicalmente enfrentadas acerca del proyecto global que debía seguir la superpotencia. La cara visible de aquella batalla institucional era Newt Gingrich –que desaparecería rápidamente engullido por los mismos antagonismos que él desencadenó–, pero los rostros reales que se ocultaban tras él eran los de los Cheney, Rumsfeld, Perle o Wolfowitz, que sólo un año después iban a fundar el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano (PNAC), plataforma desde la que impulsarían un cambio radical desde la política de hegemonía consensuada de Clinton a la de hegemonía exclusiva de Bush. Lo ocurrido la pasada semana presenta idénticos síntomas. No es fácil –como no lo era en 1995– saber quién está exactamente detrás ni vislumbrar aún en qué consiste exactamente su proyecto. Pero todo apunta a que se está produciendo una nueva radicalización en la fractura abierta que desde hace tiempo divide a la burguesía imperialista norteamericana acerca del problema capital de cómo preservar su hegemonía. La arriesgada apuesta de Obama al impulsar la oleada de cambios de régimen en el Norte de África y Oriente Medio puede haber sido la chispa desencadenante del incendio. No lo sabemos todavía. Pero lo cierto es que mientras el cambio continúa estancado en Libia, tiende peligrosamente a trasladar su epicentro hacia Yemen y Siria, dos enclaves geopolíticos de primer orden y cuya inestabilidad podría alterar sensiblemente el estatus quo de una región vital para el mantenimiento de la supremacía global yanqui. Al someter a Obama a la intensísima presión política que está sufriendo, estos sectores de la clase dominante estarían buscando su defunción política en las próximas elecciones presidenciales de noviembre de 2012. Todavía es pronto para saber hasta qué punto cuentan con fuerzas para ello y, sobre todo, qué diferencias mantienen en su alternativa global con el proyecto de Obama. Tratar de volver a una línea similar a la de Bush de imponer la hegemonía mediante el recurso a la fuerza militar parece un suicidio político cuando aún no están cicatrizadas las heridas abiertas por la catastrófica aventura de Irak y permanece abierto, e incierto, el frente afgano. Pero ya decían los clásicos que los dioses ciegan primero a quienes quieren destruir.

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