SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Catalunya en la arena internacional

Una de las vertientes políticas más importantes de cualquier país independiente es su proyección y encaje en la comunidad de las naciones. No se trata de un mero ejercicio de imagen, sino también de la capacidad de cumplir los deberes de un Estado respecto del resto del mundo y, al mismo tiempo, disfrutar de los derechos que ser miembro de la comunidad internacional conlleva. Se trata, por tanto, de una faceta muy importante, es más, decisiva, en la consideración de una hipotética Catalunya independiente.

El tema se ha centrado estos últimos días en la permanencia o no de Catalunya en la Unión Europea (UE) y en el euro en el caso de su eventual independencia. Respecto a la UE, y tal como han indicado todos sus representantes que han aludido a este tema en los últimos días, la separación política de Catalunya de España la dejaría automáticamente fuera de la UE, ya que es el Estado español y no sus territorios constitutivos el signatario de los tratados con la UE. No sería necesaria ninguna actuación para expulsar a Catalunya; simplemente esta se separaría del país, España, cuyos tratados con la UE se aplican hoy a Catalunya como parte integrante del Reino de España.

Es inútil aducir posibles excepciones, inventarse subterfugios o negociaciones políticas que lo eviten. La continuidad de Catalunya en la UE si se separase del Estado español es imposible según el derecho comunitario y el derecho internacional. En contrapartida, la negociación para la entrada de una Catalunya independiente en la UE no debería ser larga ni complicada, dado que Catalunya ya cumple con gran parte de la legislación comunitaria. Pero no hay que olvidar que sólo habiendo conseguido la independencia de acuerdo con las normas del derecho internacional y en el marco de un pacto amistoso con el Estado español sería posible obtener la necesaria unanimidad de todos los países miembros, incluido España, para lograr el ingreso de la Catalunya independiente en la UE.

El tema del euro parece más asequible, pero es también complejo. Un país no necesita pertenecer a la UE para poder utilizar el euro. Andorra, Montenegro y otros países lo usan. Pero no es lo mismo utilizar el euro mediante un simple acuerdo técnico con la UE, como hacen esos países, que ser miembro de la eurozona, es decir, la institución que agrupa a los países de la UE cuya moneda es el euro.

Sólo los países de la UE pueden pertenecer a la eurozona y, por lo tanto, ser miembros del Banco Central Europeo (BCE), participar en el diseño de su política monetaria y, muy importante, disfrutar de la amplia liquidez que el BCE ofrece a los bancos de los países de la eurozona. Sin estar en la UE y aunque se usara el euro, es decir, sin ser miembro de la eurozona, Catalunya quedaría también al margen de la unión bancaria que se está construyendo en el seno de la UE.

Por tanto, estar fuera de la eurozona tendría, en realidad, tantas consecuencias negativas como estar fuera de la UE. En particular, obligaría a la banca catalana a una deslocalización forzosa para sobrevivir. Es preocupante que nadie, ni los más directamente interesados, hablen de estos graves riesgos financieros para una Catalunya situada fuera de la eurozona.

Pero los problemas de la inserción de una Catalunya independiente en la arena internacional no acaban con la UE y con el euro, por muy decisivos que ambos sean. En efecto, la independencia de Catalunya traería consigo que dejara de pertenecer a organismos como la ONU, la OCDE, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio, la Unesco y a otros muchos centenares de organismos y tratados internacionales, a los cuales ahora Catalunya está vinculada como parte integrante del Estado español.

La creación de la red por la cual los países se insertan en la comunidad internacional es una labor de dimensiones históricas, complicada y costosa, en la que convergen el buen (o mal) hacer de un país y su aceptación por parte de la comunidad de las naciones. También forman parte importante de esta red global que todo país necesita, las embajadas y legaciones que hay que ir montando en todo el mundo o, por lo menos, en los países más importantes.

La entrada de una Catalunya independiente en la red de organismos y tratados internacionales absorbería muchos recursos humanos y económicos. En algunos casos, por ejemplo la Unesco, el proceso podría ser fácil, dada la importancia de los aspectos culturales en la proyección internacional de Catalunya. En otros casos, por ejemplo la OCDE, el proceso sería más complicado porque se requeriría un periodo largo de maduración en el que la economía catalana pudiera demostrar que es relevante a escala global.

Hay dos aspectos que es importante resaltar. El primero es que la pertenencia a un organismo internacional y el ser miembro de un tratado internacional conllevan, casi siempre, aportaciones económicas en forma de cuotas de capital y/o gastos de funcionamiento. Al ser ahora el Gobierno central el que sufraga estos gastos, puede dar la impresión de que no existen, pero los costes de la proyección exterior de los países son elevados y tanto más onerosos cuanto más pequeños son.

El segundo aspecto que es importante tener en cuenta es que Catalunya no podría aspirar a replicar la red internacional que ahora le proporciona la pertenencia al Estado español, tanto por razones históricas como económicas y de tamaño. Así, por ejemplo, sería prácticamente imposible que un catalán de una futura Catalunya independiente pudiera ser, como en la realidad ha ocurrido desde la transición, director ejecutivo del Fondo Monetario Internacional, director general de la Unesco o miembro del Comité Ejecutivo del BCE.

Como señalé en mi artículo en estas páginas Ilusión, pero también reflexión (7/X/2012), no habría inserción posible de una Catalunya independiente en el concierto de las naciones si el proceso de separación del Estado español no se ajustase a las leyes españolas y al derecho internacional. No olvidemos que los estados se dispensan un fuerte grado de protección entre ellos. El artículo 4.2 del tratado de la Unión Europea es un buen ejemplo de ello: “La Unión Europea (…) respetará las funciones esenciales del Estado, especialmente las que tienen por objeto garantizar su integridad territorial…”.

En la arena internacional no hay ningún padrino relevante (Estados Unidos, Rusia, Alemania) dispuesto a avalar la independencia de Catalunya y a cerrar los ojos a las leyes que ahora la obstaculizan. En estas condiciones, resulta muy preocupante que algunos vean como solución de último recurso la declaración unilateral de independencia por parte del Gobierno catalán. Este paso sería una garantía del total aislamiento internacional de Catalunya.

El forcejeo con el Gobierno de Madrid ha absorbido, hasta ahora, las energías y las inquietudes en el planteamiento de la independencia de Catalunya. Pero, en realidad, los obstáculos para alcanzarla que provienen del exterior, especialmente de la UE, son tanto o más decisivos que los planteados por Madrid. Querer ignorar los condicionantes políticos y económicos del mundo que nos rodea sólo puede conducir al desprestigio internacional de Catalunya.

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