SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

‘Caloret’

Existen el pantumaca y el caloret. El añejo pa amb tomàquet catalán se ha popularizado en los desayunos de casi toda España y la mayoría de los bares de Madrid ofrecen todas las mañanas una rebanada de pan y un potecito de pulpa. Líquido, castizo y simpático, el pantumaca ya es un clásico. En la escena costumbrista triunfa ahora el caloret. En las redes no se habla de otra cosa.

La increíble alocución de la alcaldesa Rita Barberá en la Crida de las Fallas valencianas –por la que ha pedido públicas disculpas– ha puesto en circulación el caloret como significante flotante, que dirían los intelectuales de Podemos que han leído al sociólogo argentino Ernesto Laclau. Posibles significantes del barbarismo: calorcillo, buen tono, pequeño bienestar, euforia incipiente, promesa de festejo, ganas de pasarlo bien, feliz expectativa…

Mariano Rajoy ofreció ayer caloret a los españoles. La promesa de un pequeño bienestar después de siete años terribles. Expectativas de una cierta felicidad después de la gran helada. Crecimiento estadístico de la economía. Certeza de que las cosas pueden mejorar. La angustiada consigna de dar por cerrada la crisis. La voluntarista promesa de tres millones de nuevos empleos en los próximos años, si no se tuerce la senda gubernamental. El caloret o el caos.

Animado por la convicción de que el tiempo juega su favor –también en Catalunya, con el cráter Pujol emitiendo ahora brutales dosis de radioactividad –, Rajoy salió a la palestra a vender caloret y a vigorizar al Partido Popular como Partido Alfa de las castigadas clases medias españolas. Tiene diez meses para conseguirlo y sabe que va a tener bajas. Las próximas elecciones andaluzas pueden ser malas para el PP y las municipales y autonómicas del 25 de mayo se presentan muy difíciles, especialmente en Madrid y Valencia. No será fácil vender el calorcillo, porque hace frío desde hace más de siete años y en este país han pasado muchas cosas feas.

En términos macroeconómicos, las expectativas son buenas. La economía puede llegar a crecer el 3% a lo largo del 2015. Hay, en estos momentos, una concatenación de factores positivos. En septiembre del 2012, cuando la intervención formal de la economía española parecía imparable, el gobierno de Alemania puso el pie en el freno, porque no le interesaba un arduo debate en el Bundestag, mientras la Corte Constitucional de Karlsruhe deliberaba sobre la legalidad de la participación alemana en los rescates. En mayo del 2014, inmediatamente después de las elecciones europeas, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, decidió apretar el acelerador intervencionista ante la emergencia de los populismos y el complicado panorama de Francia. A regañadientes, Alemania le está dejando hacer. Y en diciembre del 2014, por razones diversas y complejas, el precio del petróleo comenzó a caer en picado. El barril de Brent ha vuelto a entrar en la historia de España.

La crisis del petróleo de los años setenta, posterior a la guerra de los Seis Días, aceleró la descomposición sociopolítica del franquismo. La crisis de crecimiento de Alemania en 1992 acentuó el eclipse del astro Felipe González. José María Aznar se complicó la vida él solo y el terrorismo yihadista le sometió a una salvaje prueba de liderazgo, que no superó. La quiebra del banco norteamericano Lehman & Brothers dejó a José Luis Rodríguez Zapatero colgado de la brocha keynesiana entre el 2009 y el 2010. El petróleo barato puede ser ahora la tabla de salvación de Rajoy, después de una legislatura durísima en la que la sociedad ha comenzado a aborrecer a los partidos políticos.

El presidente ofreció ayer caloret y remachó la consigna del año: “O nosotros o el caos”. La intervención de Pedro Sánchez le sentó mal. Sánchez salió al ataque. Dispuesto a vender caro su pellejo ante las evidentes maniobras en el PSOE para defenestrarle, quiere pisar fuerte. Salió a la tribuna con un discurso brioso, acerado y directo. “¡Yo soy un político limpio!”, proclamó en tres ocasiones. Subió con la sombra de Pablo Iglesias detrás, y Rajoy se lo reprochó. Hubo caloret y acaloramiento. Y un estacazo final de Rajoy, seguramente excesivo: “Ha sido patético”, le dijo.

El presidente mostró su fortaleza y su debilidad. Dejó constancia del viento que sopla a su favor –si los jeques petroleros no cambian de estrategia en los próximos meses–, y también de su profundo temor al enfado social. La gente no está del todo dispuesta a comulgar con el optimismo oficial. Sánchez dio un paso más hacia su confirmación en el liderazgo socialista. Sin quererlo, o queriendo, vaya a usted a saber, puesto que los circuitos del marianismo son inescrutables, seguramente Rajoy le ha ayudado. Sánchez ha fortalecido su posición los últimos quince días.

Josep Antoni Duran Lleida, estuvo prudente y recurrió a los esbozos socialcristianos del papa Francisco para defender un nuevo tipo de reformismo. (La cuestión de Catalunya se está desdibujando en el debate español. Quizá regrese después de mayo, pero ahora se está desdibujando). IU y UPyD temen ser barridos por las nuevas corrientes y ello se refleja en su lenguaje, más que radicalizado, crispado. El joven diputado Alberto Garzón, nuevo líder de IU, intentó anoche imitar a Pablo Iglesias. El fantasma de Podemos. Y el de Ciudadanos. Este Parlamento ya no es del todo real.

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