Nos presentan solo a actores que hacen mucho ruido en escena, pero el protagonista de la obra, el que de verdad decidirá su desenlace, es otro.
En telediarios y páginas de periódico vemos a Puigdemont estrellándose desde Bruselas contra el muro de la realidad, que hará imposible su investidura, y a ERC negándose a seguir a los sectores más duros de Junts per Catalunya en un desafío al Estado para el que ya no existen condiciones.
Algunos explican esta realidad solo por las consecuencias de la aplicación del 155, que “ha devuelto la normalidad a la política catalana”. No es verdad.
La encuesta que acaba de publicar el Centre d´Estudis d´Opinió (CEO), el CIS catalán, dependiente de la Generalitat, nos proporciona la “pista buena”.
Los partidarios de que Cataluña se convierta en un Estado independendiente habrían descendido desde el 48% registrado en enero, al 40,8% que reflejan los datos de enero.
Pero en realidad, la misma encuesta nos desvela que los partidarios de la fragmentación son mucho menos. Cuando se dan varias opciones (entre las que están opciones federales o de ampliación de competencias) y no una pregunta binaria, quienes apuestan por la independencia quedan reducidos según el CEO al 32,9%. Es el dato más bajo desde 2012.
Este es el auténtico peso del apoyo a la secesión en la sociedad catalana. La participación en el referéndum del 1-O, o los votos a partidos independentistas el 21-D, la sitúo en el 38%. Ahora el CEO la rebaja al 33%.
La continuidad del procés tiene incluso menos apoyo popular. En la encuesta del CEO, los que consideran que “el nuevo Govern debería volver a apostar por la vía unilateral” son el 19%… menos de uno de cada cinco.
Y quien cosecha un mayor grado de rechazo es Puigdemont, cuyo empecinamiento desde Bruselas mantiene todavía hoy a Cataluña sin gobierno, con el 155 vigente y el parlament bloqueado.
Si hoy se volvieran a celebrar elecciones autonómicas, Junts per Catalunya bajaría de los 34 escaños que logró el 21-D a entre 29 y 31, y se vería superada por ERC, que hoy exhibe un nuevo “realismo” y se muestra partidaria de aplazar aventuras de ruptura.
Esta es la realidad, el posicionamiento de la mayoría de la sociedad catalana, que está hoy determinando los acontecimientos, como lo hizo el 21-D, y la auténtica razón que explica el acelerado retroceso del independentismo en los últimos meses.