Cómic

Burbujas

Torres fue un icono del nuevo cómic español durante los años 80, cuando a través de las páginas de la revista el Cairo, entretejí­a como nadie los mundos de la realidad y la ficción, manejando sus variados alter ego. Ahora han pasado los años, y lo que fue un joven autor prometedor se ha convertido en un artista maduro, cuyas inquietudes le llevan a elaborar un discurso más complejo, aunque también más pegado a la realidad cotidiana. «Burbujas» habla de la historia de un hombre como cualquiera, con un nombre cualquiera, Ramón Sánchez, un hombre que vive un cúmulo de crisis personales. El peso de la edad, problemas en el trabajo, con la pareja y con los hijos forman parte del planteamiento de «Burbujas», y Torres deja claro que se encuentra muy por encima de cualquier prejuicio acerca del «género» de su obra.

Daniel Torres abandona el enquilosamiento que suone encajar una historia en un álbum de 48 páginas, y se recrea en un denso volumen de 300. Abandona la vistosidad cromética que había caracterizado su obra, para trabajar con una escala de grises cargada de sensibilidad y sutileza. Pero lo que de verdad supone un reto para el autor, es el hecho de que decide hablar de los problemas y las crisis personales, de esos puntos de inflexión en la vida de cada uno y a la hora de escoger un recurso literario en el que apoyarse, opta por la hipérbole, por una concentración imposible de tribulaciones encarnadas en la figura de Ramón Sánchez, alter ego ahora de todas las crisis de madurez por las que el hombre debe pasar.Ramón Sánchez hará un tortuoso recorrido, durante la primera parte de la historia, por todo tipo de desgracias por las que un hombre de mediana edad pueda pasar. Y en esta exageración, el autor deja sentado el terreno idóneo para la reflexión. El protagonista se convierte en un auténtico monologuista, en el muñeco de arcilla sobre el que torres escribe sus brillantes textos, para acabar colocando a su personaje fascinado ante la magnitud de una pecera gigante, espejo de la vida.Torres apuntala el complicado viaje interior del personaje, con una puesta en escena sorprendente. Su estilo barroco deja paso a un minimalismo que evita que el lector se pierda en detalles, el esquema de las páginas sigue un ritmo casi inamovible de tres ilustraciones horizontales por plancha, convirtiéndolo casi en un escenario teatral, y la claridad de la línea nos revela tanto la profesionalidad del dibujante con la transparencia que pretende evocar en sus trazos. Un excelente ejemplo del arte puesto al servicio de la narración.Por si esto fuera poco, Torres recupera los iconos que le han servido de influencia en toda su obra, cargándola de simbolismo. El cine y los años 50, aparecen como recursos idóneos para que la reflexión de Sánchez vaya más allá de la exposición testimonial y se traslade al terreno simbólico del cuento, a la dimensión más nutritiva de la mejor literatura del siglo XX.

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