Mientras Zapatero repite una y otra vez que lo peor de la crisis ya ha pasado y su ministra de economía, Elena Salgado, no deja de ver «brotes verdes» en la economía española, lo único que vemos crecer los demás son plantas carnívoras dañinas que devoran todo lo que encuentran a su paso. A medida que trabajadores, parados, familias, autónomos, comerciantes, pequeños y medianos empresarios ven caer sus recursos y oscurecerse su horizonte económico, personal y social, la gran banca española muestra exultante e insolentemente sus beneficios en el primer semestre del año: Santander 4.519 millones de euros, BBVA 2.799 millones, La Caixa 1.048 millones,… Y suman y siguen. En la entrega anterior poníamos sobre el tapete la pregunta del millón de dólares a la que nadie, en nuestro país, quiere dar respuesta: ¿cómo se explica que habiendo estallado con tal virulencia la burbuja inmobiliaria española, sus principales financiadores y acreedores (los bancos y las cajas de ahorros) sigan presentado beneficios como si aquí no hubiera pasado nada?
Toma el iso y corre… La última directiva del Banco de España ofrece un pista sólida para desenmarañar esta paradójica situación. Al obligar a la banca a duplicar, pasando del 10 al 20% del valor de tasación, las provisiones con las que deben hacer frente a una deuda por la que aceptaron un inmueble como pago, el banco central no está haciendo otra cosa que lanzar un serio aviso al sistema financiero. Lo que da una idea bastante aproximada de la gravedad del asunto. La ocultación de las pérdidas reales del sistema financiero por el subterfugio de intercambiar deudas incobrables por propiedades inmobiliarias cuyo precio está claramente sobrevalorado, ha llegado a su límite. Ya no se puede seguir ocultando más polvo bajo la alfombra. La alfombra, sencillamente, no da más de sí y corre el riesgo de reventar. Ese es el aviso del Banco de España. Y eso a pesar de que él mismo cambió el mes de julio su política de provisiones respecto a los préstamos hipotecarios en mora, lo que supuso un pequeño alivio para la banca que le permitía contabilizar la morosidad de forma más benigna para sus intereses. Pero ni esto ha sido suficiente.Con el objetivo de que sus balances contables no entraran en números rojos, una parte sustancial del sistema financiero español ha estado desde 2008 comprando activos en mora, y contabilizándolos en sus libros por el valor declarado de la hipoteca. ¿Qué pasa cuando, tras el estallido de la burbuja inmobiliaria ese dinero desembolsado por el banco en forma de préstamo empieza a estar por debajo del valor real a precio de mercado de las viviendas que se han tomado como pago de la deuda? Simplemente que el banco debería declarar pérdidas. Pero, ¿verdad que no han visto a ninguno que lo haya hecho en estos últimos 12 meses? ¿Por qué?La razón es también sencilla y la explicaba el diario económico Expansión en su edición del pasado 19 de abril. En 2007, las 13 sociedades de tasación que están en manos de la banca alcanzaban ya a tasar una de cada dos valoraciones inmobiliarias. Pero es más, el 88,5% del negocio de todas las sociedades de tasación que existen en España está encargado por la banca. En otras palabras, es la misma banca, y no el mercado, la que dicta el valor de las propiedades inmobiliarias que, como consecuencia de los créditos e hipotecas fallidos, va teniendo que adquirir como forma de cobro. Un reciente informe aparecido en una prestigiosa sociedad británica de análisis para inversionistas recoge el testimonio de un inspector extranjero en España, relatando lo sucedido a uno de sus clientes:“Realizó una promoción inmobiliaria que había sido adquirida por el banco. Sin embargo el banco había comprado la promoción por el precio de la hipoteca, convirtiendo así una préstamo impagado en un activo en el balance del banco. A pesar de que el banco es ahora el propietario de la promoción, ésta no se puede vender ahora y parece improbable que pueda serlo en los próximos años. Lo que quiere decir que el banco mantiene ahora una deuda consigo mismo. Esto, a la larga, no hace más que incrementar sus problemas, que deberían salir a la luz en algún momento, de acuerdo con las prácticas contables. De forma alternativa, tienen la opción de empaquetar estos activos y venderlos con descuento a filiales inmobiliarias del banco, prestando el dinero para dichas adquisiciones por el propio banco y aplazando el pago de intereses hasta que sean vendidas”. Los zombis entran en escena La debacle en el sistema financiero norteamericano provocado por el estallido de la crisis de las hipotecas subprime, dio lugar a la aparición de bancos y entidades financieras a los que la propia prensa estadounidense pasó a denominar como “bancos zombis”. Es decir, entidades financieras que realmente estaban muertas, pero que seguían vivas gracias a la inyección permanente de fondos públicos por parte del Tesoro y la Reserva Federal. En España no existen (todavía) bancos de este tipo, sin embargo desde el año 2008, la banca está sosteniendo a un número cada vez mayor de grandes constructoras zombis, empresas que realmente están en bancarrota, pero a las que la banca permite seguir vivas.En los últimos meses, hemos visto como varias promotoras y constructoras españolas anunciaban que habían alcanzado acuerdos para refinanciar su deuda, lo que las ha salvado de la quiebra, por el momento. El último anuncio realizado ha sido el de Realia, precedida por Aisa, Afirma (ex Astroc), Reyal Urbis o Renta Corporación. Tras las debacles de gigantes inmobiliarios como Colonial y Martinsa-Fadesa en 2008, las acciones de los bancos españoles se desplomaron en pocas semanas. Y ninguno quiere que la experiencia se repita. El sistema es sencillo de ejecutar, pero en el fondo supone instalar una bomba de acción retardada en el corazón del sistema financiero. Los bancos (normalmente un grupo de 4, 5 o más que son los principales acreedores) se dedica a comprar activos de estas grandes constructoras o les ofrecen nuevas líneas de crédito para que al menos paguen los intereses sobre las deudas existentes. La esperanza es darles un margen de dos años para ver si las cosas mejoran y pueden empezar a devolver los préstamos. La refinanciación a promotores zombi no soluciona ningún problema, simplemente los pospone, y al hacerlo, los agiganta y traslada un problema suyo –una deuda hoy por hoy incobrable que asciende a cerca de medio billón de euros– al conjunto de la economía. Pero tras la experiencia de Colonial y Martinsa-Fadesa, la banca comprendió que iniciar el proceso de suspensión de pagos cuando los promotores no pueden hacer frente a sus préstamos ni vender viviendas era obligarle a ella a hacer aflorar su perdidas reales. Y en una situación en la que el sistema financiero español está a su vez atrapado por sus ingentes niveles de deuda con la banca europea, este camino les llevaba directamente al desastre a pesar incluso de las más que generosas inyecciones de dinero público del gobierno Zapatero al sistema bancario. Lo peor empieza ahora Esta práctica de la banca española de ocultar sus pérdidas y trasladar sus deudas a empresas zombis no es nueva. Es exactamente la misma que aplicaron los bancos japoneses a principios de los años 90. Y ya sabemos cuales fueron sus efectos: un prolongado estancamiento de la economía nipona a lo largo de más de una década que le ha llevado, pese a ser todavía el segundo PIB del mundo, a perder más de un 50% de su peso relativo en la economía mundial. Pero a diferencia de España, Japón en los años 90 podía apoyarse en sus propios ahorros y tenía, gracias a su condición de gran potencia industrial exportadora, un superávit por cuenta corriente del 3% del PIB. Por contra, España tiene una deuda externa masiva, el déficit por cuenta corriente alcanza el 10% y su poca industria exportadora es incapaz de equilibrar el déficit comercial y financiero que mantiene con el resto del mundo. Durante los años de la bonanza económica este problema se ha resuelto recurriendo a la financiación exterior: para sostener su ritmo de crecimiento, España necesitaba endeudarse con el exterior cada año con un volumen de deuda equivalente al 10% de su PIB. Con el estallido de la crisis, esta financiación exterior se ha, si no secado, sí menguado considerablemente. Pero las deudas acumuladas durante los pasados años hay que pagarlas. Y los recursos internos para generar riqueza han caído abruptamente con el estallido de la burbuja inmobiliaria. El Estado se ve obligado a endeudarse en niveles gigantescos para evitar el colapso financiero, económico y social. Pero el recurso a la deuda pública (además de que más temprano que tarde hay que empezar a pagarla) tiene también sus límites. Y diversas amenazas en forma de nuevas burbujas especulativas que se están gestando gracias al relajamiento de la política monetaria de los principales bancos centrales mundiales y los paquetes de estímulo, empiezan a mostrar síntomas de un horizonte cercano en que los tipos de interés inicien una escalada sustancial, con el consiguiente incremento de los pagos por la deuda. La combinación de todos estos factores dibuja una perspectiva inquietante, muy inquietante para la economía española en los próximos meses y años. Pero eso sí, mientras tanto, la banca española, con la complacencia y la complicidad de gobierno, sigue mostrando trimestre a trimestre sus insultantes niveles de beneficios.