Brasil bulle de fuerzas de resistencia

La victoria electoral del ultraderechista Jair Bolsonaro en la segunda ronda de las elecciones presidenciales es una funesta noticia para Brasil, para América Latina y para el mundo.

Significa la culminación de un largo proceso golpista perpetrado -a través de su profundo control de los aparatos de Estado brasileños- por los sectores más reaccionarios de la oligarquía financiera y terrateniente del país, pero sobre todo y ante todo por los aparatos de intervención de la superpotencia norteamericana, que lleva años lanzando una brutal ofensiva reaccionaria sobre el continente -Argentina, Venezuela, Ecuador, Honduras, Bolivia, Colombia…- para tratar de recuperar el terreno perdido en la década anterior a manos de la lucha de los pueblos hispanos. En esta ofensiva hegemonista, Brasil es la pieza de caza mayor: la «pata sudamericana» de los BRICS es la mayor economía del continente, así como un gigante demográfico y político.

Washington -y no solo (ni principalmente) los grupos de la oligarquía reaccionaria como los bancos cariocas, el grupo O Globo, los terratenientes o los militares nostálgicos de la dictadura del 64- es la fuerza fundamental que ha estado detrás del «golpe blando» que llevó a destitución fraudulenta y sin pruebas (el impeachment) de Dilma Rousseff por el parlamento en agosto de 2016. Los cables interceptados entre el que habría de ser el «presidente títere» -Michel Temer- y la embajada yanqui en Brasilia así lo confirman. Un Temer que ha usurpado durante dos años el sillón presidencial para lanzar los más brutales ataques contra las condiciones de vida y de trabajo de las clases populares cariocas; para desmantelar todas las políticas sociales y redistributivas de la riqueza instauradas durante 15 años por el PT; y sobre todo para acometer el mayor plan de privatizaciones (plantas hidroeléctricas, aeropuertos y yacimientos petrolíferos por valor de 30.000 millones de dólares) y la entrega de las fuentes de riqueza de Brasil al capital extranjero, principalmente al norteamericano.

Bolsonaro ha acabado siendo la alternativa del Imperio y la oligarquía para Brasil. Quizá no haya sido la ideal, pero es la única que se ha revelado como capaz de impedir el triunfo del PT. Y ese era el objetivo al que debía someterse todo.

El ultraderechista se dispone a atacar con mayor dureza a las clases populares, restringiendo las libertades y los derechos de las clases trabajadoras mediante un gobierno de tipo autoritario, con la represión y el miedo como instrumento. Pero sobre todo, se dirige a entregar con mayor énfasis las riquezas del país a las manos oligárquicas y extranjeras, principalmente a las de Wall Street. Su consigna “Brasil primero”, copiada indisimuladamente de su idolatrado Donald Trump, no significa otra cosa que una mayor entrega de Brasil a las manos de EEUU. La demagogia patriotera de su discurso apenas puede disimular su profundo carácter vendepatrias y proimperialista.

El nombramiento de Paulo Guedes, formado en EEUU, augura una nueva vuelta de tuerca en los ataques a las clases populares -eliminación de los mecanismos de negociacón colectiva, sustitución del sistema público de pensiones por uno privado, recortes sociales- la privatización total de la petrolera estatal, Petrobras, o una explotación más intensiva de la Amazonía. Miel para los oídos de las grandes familias oligárquicas, de los grandes terratenientes, y sobre todo, del gran capital norteamericano.

Estos son sus proyectos para Brasil. Pero aunque tienen el Estado y la fuerza para llevarlos adelante, no son todopoderosos. Enfrente van a tener la resistencia indoblegable de las clases populares y de la izquierda brasileña.

Que en medio de la más brutal campaña en su contra, el PT haya obtenido el 45% de los votos (47 millones de votantes) es una proeza, una hazaña que debe ser puesta en valor. Los militantes y activistas del sinfín de organizaciones políticas, sociales y culturales que componen la izquierda carioca -desde el PT al PSOL, desde el movimiento feminista a los Trabajadores Sin Tierra, desde los indígenas de la Amazonia a los luchadores de los barrios- se han galvanizado en estos últimos años de lucha, multiplicando su capacidad de organización y resistencia contra un proceso golpista y feroz.

Vienen tiempos difíciles para las clases populares de Brasil, años de lucha y resistencia. Un viento gélido del Norte ha conseguido colocar un gobierno ultrareaccionario en el Palacio de Planalto. Pero el Sur bulle de fuerzas de resistencia. Los luchadores de Brasil no se van a arrodillar, no van a bajar los brazos ni a dejar que les arrebaten sus derechos, sus libertades, ni su país.

Como ha dicho João Pedro Stedile, líder del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST), «salimos de este proceso más unidos, con más capacidad y fuerza organizada para resistir la ofensiva fascista. Toca volver al trabajo de base, casa a casa, en los barrios de la periferia, donde vive el pueblo pobre». Hay que organizar al pueblo, esa es la clave. Toca reconquistar Brasil.

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