EEUU se retira de Irak

Balance catastrófico

Siete años y cinco meses después de declarada la guerra por Bush, Obama proclamaba a finales de agosto, tras la retirada de las últimas tropas de combate norteamericanas, el fin de la guerra de Irak. Más de 4.000 soldados norteamericanos y un número indeterminado de varios centenares de miles iraquí­es muertos, un paí­s devastado económica y socialmente y dividido polí­tica, religiosa y étnicamente, una región, ya de por sí­ inestable, sacudida por nuevos conflictos, el segundo mayor fracaso militar en la historia de EEUU tras Vietnam.

El resultado final de la guerra y ocuación de Irak no puede ser más catastrófico. En primer lugar por supuesto, para el propio país que la sufrió. Pero también para el Imperio que la desencadenó. ¿Qué balance puede hacerse de ella? ¿Cómo quedan las cosas en Irak, en Oriente Medio y en Washington 7 años después? Devastación humana y económica Tras la llegada de Obama a la Casa Blanca en enero de 2009 y su decisión de abandonar Irak en un plazo inferior a dos años, los organismos internacionales han dejado de hacer recuentos. Pero conviene recordar que el último hecho con garantías, realizado por la prestigiosa revista médica británica Lancet juntos a dos universidades de medicina (una norteamericana y otra iraquí), a finales de 2006, elevaba a más de 655.000 el número de iraquíes muertos como consecuencia directa de la guerra en sus tres primeros años. Para una población de 25 millones de habitantes es, literalmente, como si una plaga bíblica –en este caso, una plaga hegemonista– se hubiera abatido sobre el país. En los años 80, Irak era el tercer mayor productor de petróleo del mundo, con 3,5 millones de barriles al día y unos ingresos anuales del orden de los 27.000 millones de dólares por su exportación. En 2009, tras los devastadores años de guerra, la producción apenas si llegó a los 1,9 millones de barriles por día (un 46% menos) y los ingresos por su exportación habían caído a los 15.800 millones de dólares (un 42% inferiores a antes de la guerra). Desde la década de los 60, el petróleo, la principal fuente de riqueza nacional, estaba en manos del Estado iraquí. Hoy se lo reparten un conglomerado de multinacionales norteamericanas, europeas y, en menor medida, asiáticas. En el mismo instante que las últimas tropas de combate norteamericanas abandonaban Irak, una oleada coordinada de atentados –con un balance total de 64 personas muertas y más de 272 heridas– se desencadenaba en las principales ciudades del país. El hecho habla por sí solo del legado dejado por EEUU tras siete años de guerra y ocupación: violencia, muerte, corrupción y una guerra civil larvada. Tras el pico de atentados y acciones de guerra sufrido por el país entre 2006 y 2007, todo parecía indicar que los grupos violentos habían perdido fuerza e intensidad. Sin embargo, los meses previos a la retirada han puesto de manifiesto la capacidad de reorganización de al Qaeda, que ha demostrado volver a tener la suficiente capacidad como para lanzar atentados mortíferos y masivos en Bagdad y en otras ciudades. División y caos político No obstante, el problema de la violencia en Irak no está restringido, ni mucho menos, a la presencia de al Qaeda. Una gran parte de los grupos insurgentes iraquíes están directa o indirectamente vinculados con los partidos y fuerzas políticas que participan en la vida política del país. La seguridad y la desaparición de la violencia va a depender en gran medida de si estas fracciones tienen la voluntad y son capaces de encontrar medios pacíficos para arreglar sus diferencias y su lucha por el poder o si, por el contrario, alzarán las armas para luchar unos contra otros. Las perspectivas no son nada halagüeñas. Después de que en marzo pasado se celebraran elecciones parlamentarias, todavía no ha sido posible formar un nuevo gobierno. Las divisiones políticas, territoriales, religiosas y étnicas que estallaron descontroladamente con la guerra y la ocupación norteamericana ante la inexistencia de un poder central único, no han hecho sino agudizarse y enquistarse. Kurdos frente a árabes, sunnitas frente a chiítas, pro-iraníes frente a pro-sauditas, partidarios de un Estado unificado frente a confederales, al Qaeda contra todos, 50.000 soldados norteamericanos todavía presentes en el país, cada fracción o grupo político dotado de su propio ejército privado,… La división política unida a la retirada norteamericana ha creado un peligroso vacío de poder en Bagdad. Lo cual, a su vez, alienta las tendencias disgregadoras. La de los kurdos por crear un Estado independiente en el norte, la de las facciones chiítas más pro-iraníes en el sur, la de los grupos sunnitas en el centro. A la vez que abre las puertas a las ambiciones de los países vecinos para ganar mayores cotas de influencia sobre el nuevo régimen iraquí. Cambios regionales Y es que, en efecto, una de las consecuencias indeseadas de la guerra ha sido el fortalecimiento de Irán, convertida, junto a Turquía, en la gran potencia regional emergente. Y no sólo porque EEUU haya sido incapaz hasta el momento de frenar su programa nuclear. Si en el ámbito global no hay ninguna duda de que China ha sido la gran beneficiada de los 7 años de empantanamiento de EEUU en Irak, otro tanto puede decirse a nivel regional de Irán. Si antes de la guerra su influencia exterior estaba limitada al extremo occidental de la región, gracias a la ascendencia sobre el Hezbollah libanés y el Hamas palestino, tras ella dos nuevas áreas de la región se han abierto a su expansión. El propio Irak, donde buena parte de las fuerzas chiítas (la confesión mayoritaria en el país) coquetean abiertamente con Teherán, cuando no están directamente vinculados mediante la financiación iraní o el suministro de armas. Y la zona sur de Arabia Saudita y el norte de Yemen, donde el ascenso de Irán como potencia regional ha activado y revitalizado a una numerosa minoría chiíta, que en el caso de Yemen protagoniza incluso una rebelión armada contra el gobierno yemení. Este aumento de la influencia iraní, a su vez, ha provocado, en un efecto dominó, una doble respuesta. Por un lado, el rearme y el acercamiento a Washington de las reaccionarias monarquías petrolíferas a EEUU, con el consiguiente aumento de las tensiones internas, especialmente en el principal aliado árabe de Washington en la zona, Arabia Saudita, donde esta en marcha un delicado proceso de cambio de liderazgo en la casa real. Por el otro, Turquía ha visto en el debilitamiento de EEUU y sus aliados árabes en la región la ocasión para tratar de levantarse con el liderazgo musulmán sunnita, lo cual a su vez le está permitiendo ganar autonomía con respecto a Washington hasta ahora impensable. A la emergencia iraní por oriente, se suma así ahora la emergencia turca por occidente. Dos potencias regionales que se configuran cada vez más abiertamente como jugadores de primer orden en la región y con los que de una u otra manera habrá que contar para el diseño del futuro orden regional. Nueva estrategia militar Para EEUU, por su parte, la catastrófica aventura iraquí ha supuesto un empantanamiento militar, un retroceso político y una debacle económica que ha obligado a un cambio de línea en el centro del Imperio. Cambio que, en el decisivo terreno de la estrategia militar global, supone –como analizábamos en estas mismas páginas la semana pasada– pasar de la “estrategia del martillo” de Bush a la “estrategia del bisturí” de Obama. Es decir, cambiar la política de largas y costosas guerras de ocupación militar que traen consigo significativas bajas en las tropas a las que la opinión pública es cada vez más reacia, por operaciones selectivas, ataques encubiertos y detección y eliminación de dirigentes de las organizaciones terroristas o insurgentes. Cambio que, si por un lado denota una estrategia más “inteligente”, capaz de escapar de la obcecación del uso de la fuerza militar a gran escala que caracterizó a la línea Bush, por otro todavía tiene por demostrar que sea capaz de mantener incólume la posición de EEUU en el mundo en unas condiciones de debilidad como nunca antes en su historia como superpotencia. Hace ahora siete años, cuando comenzó la ocupación, nuestro periódico dijo que todo el orden internacional “se decide en Bagdad”. Una vez finalizada la guerra, su veredicto es inapelable. EEUU ha entrado en su ocaso imperial y un nuevo orden mundial, todavía por definir, está esperando a la vuelta de la esquina.

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