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Aznar puede volver pero ¿cuál de las dos versiones?

La entrevista al ex presidente José María Aznar tuvo un impacto social inmediato y de calado. Mucha gente se sintió electrizada, bajo los efectos de una comparecencia que ha sido la antítesis de lo habitual: nada de palabras vacías, tópicos vanos y discursos huecos. En Vozpópuli pudimos comprobarlo ya que durante la emisión en Antena 3 y al poco rato de finalizar, recibimos numerosas llamadas y mensajes de teléfono preguntando o comentando la aparición. Es indudable que Aznar, aunque no guste, saca del letargo a una población totalmente desencantada, baja de moral o incluso deprimida.

Apareció un político con discurso claro, que contestó sin evasivas a todas las preguntas por complicadas que fueran; que enarboló un discurso concreto y presentó una hoja de ruta y un mensaje al margen de proclamas de partido, que se tradujo en una reacción encendida no sólo entre afines a la derecha. ¿Puede resumirse todo esto en un concepto? Sí: liderazgo. Algo que la sociedad reclama con la desesperación de un sediento en el desierto.

De repente, resurgió casi con violencia el recuerdo de aquel presidente joven de 1996 que, pese a no gozar de mayoría absoluta, guió al país hasta la entrada del euro, durante cuatro años que se recuerdan como los mejores de la historia reciente. Sin experiencia, pero con una voluntad de hierro. Con unas ideas tan revolucionarias como bajar los impuestos o poner orden en las cuentas públicas. Con capacidad de entendimiento con los nacionalismos periféricos.

Hoja de ruta

Durante aquella etapa hubo unos objetivos claros, como fueron la entrada en la moneda única y, por tanto, la consecución de los criterios de convergencia, con un proceso de privatizaciones y bajadas de tipos de interés sin parangón que dio lugar al llamado ‘capitalismo popular’.

Pasados estos años, de vez en cuando emerge la figura de Aznar como la de un estadista, como ocurre también, a qué negarlo, con Felipe González.

Pero también permanece en la memoria la figura de un presidente endiosado por una mayoría absoluta nunca vista en la historia de la democracia. Cuando España le reconoció la labor en las urnas, Aznar quiso situarse a la altura de los grandes mandatarios internacionales. Hizo un seguidismo absurdo de un político tan discutible como George Bush, ignoró por completo a un país que le pidió masivamente que no apoyara la Guerra de Irak y se fotografió en las Azores, en una instantánea que la sociedad jamás le perdonó.

El máximo episodio de este periodo lamentable fue, con toda seguridad, la boda del Escorial, con lo más granado de los personajes imputados del futuro. Conviene recordar que los lodos en los que se encuentra embarrancado su partido provienen de los polvos durante su larga etapa como secretario general.

Hay dos versiones de Aznar: el hombre inquebrantable dispuesto a sacar adelante a su país o el político soberbio que se jacta de que jamás pierde un partido. Ayer, pudo comprobarse que la primera sigue teniendo un tirón innegable. La posibilidad de que regrese el Aznar de la primera época ilusiona a mucha gente, pero es cierto que las personas no cambian con el tiempo, ni se programan como si fueran una lavadora; ahora modo joven; ahora modo soberbio.

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