Se recrudece la ofensiva del ejército paquistaní­

Asalto al valle del Swat

Más de 55 milicianos islamistas murieron ayer en los combates que el Ejército de Pakistán lanzó en los distintos distritos de la Región de la Frontera Noroccidental, dentro de la ofensiva que las fuerzas armadas de Islamabad llevan a cabo contra los bastiones de los islamistas. Especialmente intensos fueron los ataques contra el valle de Swat, donde los talibanes se habí­an enseñoreado. Se trata de áreas densamente pobladas, y la ferocidad de la guerra y los bombardeos indiscriminados del gobierno contra las aldeas y pueblos han provocado un éxodo masivo de la población civil. La ONU afirma que 200.000 personas han huido ya de los escenarios bélicos, y que hasta 300.000 están en camino.

Los combates en el valle del Swat fueron los más violentos desde que comenzó la ofensiva. Según el alto mando aquistaní, la artillería destruyó por completo el cuartel general de los talibán en el área de Loenmal, dejando un saldo de por lo menos entre 30 y 40 milicianos muertos, mientras que en la principal ciudad del Swat, Mingora, helicópteros armados abatieron a 15 rebeldes. El fuego de artillería y de kalashnikov también se escuchó con intensidad en los distritos de Búner y Dir. En el distrito de Shangla, las tropas acabaron con la vida de entre 140 y 150 insurgentes en combates en un campo de entrenamiento de los extremistas en Banai Baba, que quedó completamente destruido en la ofensiva, según la versión militar. Entre los combates de ayer y antesdeayer cayeron abatidos cerca de más de 200 combatientes talibanes, según fuentes militares, y una docena de soldados del gobierno.En los combates no sólo participaron fuerzas gubernamentales paquistaníes. Un avión norteamericano no tripulado disparó cuatro misiles matando a ocho personas e hiriendo a siete en la región de Waziristán del Sur, lindante a la provincia del noroeste. Los bombardeos con `drones´ no tripulados han sido constantes en los últimos meses, y las protestas de Islamabad ante la violación de la soberanía de Pakistán también. Pero el tono entre la Casa Blanca y el gobierno de Alí Zardari ha cambiado. Washington ha puesto firme a un Estado y un ejército que había hecho demasiadas concesiones a los insurgentes. La gota que colmó el vaso fue la breve ocupación talibán del distrito de Búner, a tan sólo 100 km de la capital. La superpotencia ha tensado todos sus cables sobre el país, y la población civil se encuentra atrapada entre dos fuegos, entre la opresión fundamentalista de los talibán y la lluvia de fuego y muerte de la artillería y los helicópteros del ejército. No son recibidos como tropas de liberación, y a cada explosión, los índices de popularidad de Zardari caen más y más bajo, y el terreno para la propaganda de los extremistas tiene algo más de abono. Como cada guerra que empieza la superpotencia, el problema no está en comenzarla ni en aplastar al enemigo, sino en cómo terminarla sin que sea una derrota.

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