SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Asalto al poder o la teorí­a de las elites en versión Soraya

La web de La Moncloa dice que nació en Valladolid el 10 de junio de 1971, que está casada y tiene un hijo. En el apartado “estudios”, resume que es “Licenciada en Derecho por la Universidad de Valladolid. Premio extraordinario fin de carrera por la misma Universidad y premio al mejor expediente”. Lo mejor de lo mejor. Hablamos de María Soraya Sáenz de Santamaría Antón, la gran esperanza blanca de una parte del Partido Popular, vicepresidenta del Gobierno de Mariano Rajoy desde el 22 de diciembre de 2011, además de ministra de la Presidencia y portavoz del Ejecutivo. Mucho poder para 42 años. Tras los movimientos ocurridos en las últimas semanas en el mundo de los medios de comunicación y las luchas de poder –no por soterradas menos sangrientas- que, a pesar del efecto adormidera de la mayoría absoluta, se producen en el seno del PP, Soraya está más de actualidad de nunca como cabeza de una facción que, lejos de las divisiones clásicas adjudicadas a las familias que se engloban bajo el paraguas de la derecha, es en realidad una versión actualizada de la “teoría de las elites” en su variante más tecnocrática. Una lideresa al frente de un grupo de brillantes opositores que aspiran a dirigir el Estado porque ellos son más listos que nadie y, además, no están manchados, no son corruptos como tantos de sus conmilitones.

Una “empollona” en su versión clásica, con gran capacidad de trabajo e innata habilidad para formar equipos y delegar; una mujer exigente, minuciosa en el manejo de los asuntos que toca y en particular en la preparación de sus apariciones públicas, como demostró ya el primer día en que, como portavoz del Gobierno, sorprendió al respetable con un dominio de las tablas inusual en una principiante. “Soraya se estudia la lección a conciencia los jueves por la tarde, de modo que acude a las ruedas de prensa del Consejo de Ministros del viernes como el opositor dispuesto a epatar al examinador”. Para ella la política es un ejercicio de profesionalidad, una partitura interpretada por los mejores desde una aproximación burocrática y gerencial a los problemas, al punto de sentir si no desprecio sí cierto desdén hacia los políticos que no han aprobado una oposición como Dios manda, una oposición fuerte, tal que la de Abogados del Estado o Técnicos Comerciales de Estado, los dos cuerpos de elite eternamente enfrentados por el control de la Administración. Y si la política es eso, el partido es un instrumento para alcanzar el Poder y ejercerlo con la ayuda de esa casta endogámica de brillantes opositores, la mayoría de los cuales, sin embargo, no han gestionado nunca una nómina.

Esta visión utilitarista de la política y el partido corre paralela en Soraya con la ausencia de un discurso que rebase lo meramente gerencial, con la falta de un proyecto ideológico, de una idea concreta de España adaptada a los retos del siglo XXI. Alguien, no precisamente amigo, dice que “ha caído con Mariano, pero podía haberlo hecho con Zapatero y se hubiera desempeñado con idéntica eficacia”, porque ella es una tecnócrata discreta, recelosa en el manejo de su vida privada (con excepción de aquellas sensuales fotos en deshabillé -“A solas con Soraya”- que le arrancó Luis Malibrán en enero de 2009 para El Mundo). Muy en la línea de su mentor, Sáenz de Santamaría mantiene una distancia grande con los usos y costumbres, pompas y vanidades, del capitalismo madrileño, el castizo y el otro. Tiene la niña, como todo hijo de vecino, su punto débil, su talón de Aquiles, en ese gusto suyo, esa pasión, más que afición, que siente por el manejo y control de los medios de comunicación. Durante estos dos años su despacho se ha convertido en rompeolas al que han ido a estrellarse las angustias de los grandes grupos, a consolarse unas veces, a pedir árnica siempre, todos en quiebra o mírame y no me toques, puntualmente susurrada por su asesor áulico en la materia, ese sibilino personaje que responde al nombre de Mauricio Casals, presidente del diario La Razón y mano derecha de José Manuel Lara (grupo Planeta y Antena3).

En la selva mediática española, donde el Ejecutivo al completo, empezando por el propio Rajoy, recibe palos a mansalva, mofa y befa a discreción, a menudo de forma merecida a tenor de la impericia de un grupo rebasado sin piedad por la importancia de los retos económicos y sociales que afronta, la señora vicepresidente aparece siempre limpia como la patena, libre de polvo y paja, nadie la roza, milagro, nadie se mete con ella, milagro de nuevo, ni siquiera La Sexta o la Cuatro, las cadenas donde Carlotti (A3) y Vasile (Telecinco), la pareja de baile italiana, mantiene estabulado su batallón de progres, le rozan, ella siempre como el rayo de sol a través del cristal sin romperlo ni mancharlo. Ni siquiera en internet, ese territorio salvaje donde hoy galopa la libertad de expresión, es fácil ver un “traje” hecho a la medida de una vicepresidenta que, en cuestiones de elegancia, es la antítesis de su predecesora en el cargo, María Teresa Fernández de la Vega.

El férreo control de los medios de comunicación

La victoria de Soraya en el campo de Agramante mediático sobre María Dolores de Cospedal, la secretaria general, ha sido absoluta. De momento. El anuncio, esta misma semana, del relevo de Javier Moreno por Antonio Caño en la dirección del diario El País, ocurrido tras los cambios acaecidos semanas atrás en las cabeceras de La Vanguardia y El Mundo, ha disparado hasta el infinito la cotización de esta mujer como la persona con más poder del Ejecutivo por delegación de su presidente. Soraya ha sido fundamental a la hora de lograr que Santander, CaixaBank y Telefónica pasaran de acreedores a accionistas de Prisa mediante la conversión de su deuda en equity (capital). A cambio, la vice ha conseguido instalar al diario de Cebrián, con el que mantiene una fluida relación, en un centro político friendly oriented con Moncloa. Espoletas similares se han desactivado también en La Vanguardia (entregada con pasión hasta hace dos días al aventurerismo de Artur Mas) y en El Mundo (empeñado Pedro J. Ramírez en amargarle la vida a Rajoy). A cambio de tan llamativos cambios de tercio, la vicepresidenta ha llegado con la cesta de los panes y los peces dispuesta a aliviar las penurias de los dueños del negocio, merced a esa tasa Google cuyo anuncio sorprendió a tirios y troyanos esta semana. Y al caer está un nuevo reparto entre los grandes de canales de TDT, después de que el Gobierno se viera obligado a cerrar nueve en cumplimiento de una sentencia del Supremo.

Por si todo ello fuera poco, la vice, como es conocida en el recinto de Moncloa, ha colocado a uno de sus sorayos favoritos al frente de RTVE, el señor González-Echenique, Abogado del Estado comme il faut, que tiene en nómina a una ristra de periodistas tertulianos de otros medios que podría rebasar los 100, lo cual no hace sino reforzar el escudo mediático que protege a doña Soraya de toda asechanza. Tamaño trato de favor por parte de la canallesca tiene muy cabreados a sus pares, los señorines que se sientan en torno al rey Rajoy y su tabla redonda, que consideran que la señorita de Valladolid juega su juego, cuida su imagen, construye su futuro y no el del Partido ni el del Gobierno, porque, en definitiva, va a lo suyo.

En realidad los ministros tienen razones de mayor peso para estar hasta el moño de doña con tantísimo poder. En su condición de coordinadora de la Comisión Delegada para Asuntos Económicos (en ausencia de Rajoy) y de la Comisión de Subsecretarios, ella es el filtro por el que necesariamente ha de pasar cualquier iniciativa, reforma o propuesta de importancia que pretenda poner en marcha un ministerio. Ella bendice o frena en seco, hasta el punto de que miembros del Gabinete hay que intentan “vender” directamente sus proyectos a la vice para que ella los “compre o los adopte directamente como suyos”, según afirma uno de ellos. Los ministros se quejan en privado de que el Gobierno es un caos a causa de la falta de coordinación, tarea básica de la vicepresidencia, pero ella se defiende alegando su enorme carga de trabajo y los mil problemas que amueblan su cabeza…

-Pues entonces convence a Mariano para que cree de una vez una vicepresidencia económica…

Pero Soraya no quiere ceder poder, ni hablar de perder un ápice de su influencia. Dispuesta a cargar alforjas, controla el ritmo del debate legislativo en el Parlamento a través de José Luis Ayllón, antiguo letrado del bufete Garrigues, secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, del mismo modo que Alfonso Alonso mediante, portavoz del grupo parlamentario popular en el Congreso y destacado sorayo, pone el acento cada martes, como terminal de Moncloa en la Carrera de San Jerónimo, en aquellos temas de actualidad que interesan a su jefa.

Soraya y su ejército de “Sorayos”

Sus más firmes apoyos en el Consejo de Ministros son Cristóbal Montoro y, sobre todo, Fátima Báñez, su gran amiga personal, cuya asesora áulica es Celia Villalobos, a través de la cual enlaza con el polémico Arriola, el gurú del presidente, al tiempo que en Moncloa su brazo armado es Pérez Renovales, también de Valladolid, también Abogado del Estado, también número 2 de su promoción (como la propia Soraya), mientras de escudo ejerce Alvaro Nadal, el más listo entre los listos, un auténtico superlisto, jefe de la Oficina Económica del presidente y aspirante a suceder a De Guindos al frente de Economía. Mujer de nuestro tiempo, Soraya es más bien liberal en temas de libertades individuales tipo aborto, esa clase de cuestiones morales que convierte a tanto Gallardón de la derecha española en ratas de sacristía. Sí es conservadora, en cambio, en ese su sentido de pertenencia a una elite ilustrada preparada para tomar las riendas del poder, una versión actualizada de la vieja teoría de las elites de Pareto, Mosca, Michels y compañía, elite forjada a través de un proceso de selección natural -las oposiciones- a los cuerpos más elevados de la Administración del Estado. En tal sentido, ella y su grupo son tecnócratas más que políticos, dispuestos a acometer las reformas como envites administrativos desprovistos de ideología.

¿Cuál es el futuro político de esta mujer inteligente, trabajadora y ambiciosa en grado sumo? ¿Estamos ante una presidenta del Gobierno de España en ciernes, o se trata de una espejismo más a lo Fernández de la Vega, verdura de las eras que las urnas se llevaran por delante en su momento? Con Gallardón cogido en el cepo del aborto que le ha tendido Rajoy, Soraya se perfila como el aspirante con más posibilidades de suplir a su jefe como cartel electoral popular en caso de que el gallego decidiera sorprender al país un día con el anuncio de una retirada anticipada. Difícil realizar conjeturas con una mujer sin anclaje sólido en el partido, sin partido detrás. De hecho, hay quien sostiene que el incendio provocado en los últimos días con la elección de Juan Manuel Moreno -un chico bien con aspecto de señorito de Jerez, igualico que su mentor Javier Arenas– como nuevo secretario general del PP andaluz, es iniciativa de una mujer que “ha empezado a darse cuenta de que necesita base territorial, soporte para llegar al Poder a través del control del partido”. La dificultad mayor para la cábala estriba, con todo, no tanto en esa ausencia de respaldo interno como en la propia situación de un PP roto en banderías, descuadernado en opinión de muchos, hecho literalmente trizas, con una secretaria general que, lastre de marido a cuestas, no cuenta con capacidad ni prestigio para mantenerlo cohesionado; un partido que hoy se mantiene unido por la soldadura de la mayoría absoluta, y que puede saltar hecho pedazos en cuanto la pierda. En el fondo, y quizá en la forma, el PP es hoy la perfecta metáfora de España y de la situación española. Todas las hipótesis están abiertas.

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