Estreno de Tim Burton

Alicia en el Paí­s de las Maravillas

«Alicia en el Paí­s de las Maravillas», la nueva pelí­cula de Tim Burton, basada en las dos principales obras de Lewis Carroll, ha superado a «Avatar» en sus primeras tres semanas en taquilla. Sin que se espere que vaya a tener la misma repercusión social que la obra de Cameron, «Alicia» ha superado los 300 millones de dólares liderando la cartelera estadounidense, y desde su estreno, la española. ¿Qué tiene la historia de Alicia que arrastra al éxito? ¿Ha sabido Burton reflejarlo más allá de la batalla del 3D como nuevo formato?

El estreno de “Alicia en el País de las Maravillas” ha estado marcado or la apertura en EEUU de 220 nuevas salas dotadas con 3D y precisamente cuando “Avatar” reculaba ya en las listas. Inevitablemente la obra ha quedado enganchada desde su parto a la frenética carrera por hacer caja en momentos de mayor competencia, si cabe. A medida que pasan las semanas el porcentaje de beneficios crece para las salas y decrece para la compañía, por lo que es de esperar, y así se ha anunciado, que antes de lo previsto Disney lance la película en DVD. Es toda esta nube de rankines y logros tecnológicos la que ensombrece el propio valor de la película, y la que impide que se abra un debate en torno a la pericia o torpeza de Burton a la hora de reflejar lo que significa la obra de Carroll, su esencia. Habría que decantarse más por la torpeza, en todo caso. Aunque de lo que se trata, si somos justos con el maestro Burton, es de superficialidad; un mal endémico en el cine. Importan las formas, pero las más aparentes, convertir lo insulso en estridente y la expresión en colores chillones. Tim Burton, aún consagrado con magníficos largometrajes como Eduardo “Manostijeras” o de animación como “La Novia Cadáver” o “Nueve”, se pierde en las formas identificándose con un hilo conductor absolutamente pobre: la niña que no quiere hacerse mayor, el niño que todos llevamos dentro y que se rebela al mundo de los mayores… la transformación del adulto. Hasta las rígidas formas victorianas ninguneadas por Carroll aparecen pintadas en la película como una tonta historia de contrato matrimonial y falsa moral. La factoría Disney parece haber podido hundir sus garras transformando el guión en una suma de lecciones morales que nada tiene que ver con la obra de Carroll. Surrealismo en la línea de flotación Si sometiéramos la película al filtro de la justa comparación por calidad, una película como “El Concierto”, sale mejor parada. Proyectada en 62 salas frente a las 640 de “Alicia”, no para de ascender en la taquilla; esta última semana ha superado en un 25% los beneficios de la anterior, siendo ya la sexta en cartelera. Lo que quiere decir que funciona el “boca a boca” y el “no te la puedes perder”. Está a punto de alcanzar el millón de euros recaudado. Pero si la sometemos, que es lo que interesa, a la propia obra de Carroll… el abismo es aún mayor. El 24 de mayo de 1865, el matemático y escritor británico Charles Lutwidge Dodgson, publicaba “Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas”. En pleno desarrollo victoriano, con el avance de la revolución industrial, del positivismo y el mercantilismo, y un régimen puritano y represivo en el que las estructuras sociales eran enormemente rígidas y de una gran contraste en las formas y costumbres de los diferentes capas sociales, Lewis Carroll (seudónimo de Dodgson) construye un delicado entramado de paradojas lógicas, de situaciones surrealistas que ponen del revés la moral y la razón victoriana. Carroll se atreve, en boca de una niña, a mirar boca abajo el mundo y a demostrar en los hechos que no solo existía el único punto de vista del puritanismo protestante y la eficiencia positivista al servicio de la moral y los beneficios aristocráticos y de las nuevas clases gestoras. Todo puede decirse del revés, todo puede atreverse a ser imaginado, y depende del mundo al que pertenezcas y sirvas, así serán de holgadas tus fronteras. Una carrera cuyo único objetivo es correr en círculo para secarse, sin vencedores, ni vencidos; una reina déspota aficionada a ordenar arbitrariamente la decapitación de cualquiera presente sin que esta llegue nunca a producirse; una mesa preparada para el té en la que siempre es la misma hora y el sin sentido alcanza cuotas de tortura; un bebe que se transforma en cerdo, una pimienta que genera mal humor, un gato que es humo y que genera un gran debate en torno a cómo cortarle la cabeza si no tiene cuerpo…; un juicio por unas tartas robadas y un grifo durmiente amigo de una Falsa Tortuga. Burton patina y se ahorra las complicaciones. Emborrachado por la animación y la tecnología, no solo no refleja la ruptura surrealista de Carroll en plena época victoriana, sino que obvia algunas escenas claves e incluye otras totalmente inútiles. Nada se sabe en la versión de Burton de Humpty Dumpty, el “cabeza de huevo” cuya conversación con Alicia no solo rezuma un genial sin sentido, sino que arroja algunas verdades que Carroll aprovecha para hilvanar de forma sublime. Por el contrario, la Alicia de Disney sí es convertida en un fabuloso paladín que debe enfrentarse al Galimatazo, una bestia al servicio de la Reina de Corazones. El esquema maniqueo de la batalla contra el mal se convierte en el hilo conductor de la película, acabando con cualquier esperanza de encontrar algo de la genialidad de Carroll en la película. Existiendo hasta veinte versiones cinematográficas y televisivas de la obra, Burton debería haberse esmerado más en el guión, en vez de dar por sabido el argumento, y una vez “pegados” los principales pasajes, solo preocuparse por la espectacularidad de la cinta. Aún con la dificultad del formato, y sin las alharacas del 3D, mejor recomendar antes la primera versión de Cecil Hepworth, de 1903, o la versión del director checo Jan Svenkmajer, de 1988… parece mentira. Fragmento de “Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas” – No sé qué es lo que quiere decir con eso de la «gloria» –observó Alicia. Humpty Dumpty sonrió despectivamente. – Pues claro que no…, y no lo sabrás hasta que te lo diga yo. Quiere decir que «ahí te he dado con un argumento que te ha dejado bien aplastada». – Pero «gloria» no significa «un argumento que deja bien aplastado» –objetó Alicia. Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso– quiere decir lo que yo quiero que diga…, ni más ni menos. – La cuestión –insistió Alicia– es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. – La cuestión –zanjó Humpty Dumpty– es saber quién es el que manda…, eso es todo. Alicia se quedó demasiado desconcertada con todo esto para decir nada; de forma que tras un minuto Humpty Dumpty empezó a hablar de nuevo: –Algunas palabras tienen su genio… particularmente los verbos…, son los más creídos…, con los adjetivos se puede hacer lo que se quiera, pero no con los verbos…, sin embargo, ¡yo me las arreglo para tenérselas tiesas a todos ellos! ¡Impenetrabilidad! Eso es lo que yo siempre digo.

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