La finalización del gaseoducto entre Turkmenistán y la región china de Xinjiang es la constatación práctica de hasta qué punto los cálculos de los estrategas norteamericanos para Asia Central estaban equivocados. Washington siempre contó con que la penetración de China en la zona tropezaría con dos obstáculos prácticamente infranqueables. En primer lugar la oposición frontal de Moscú, que desde los tiempos de los zares ha considerado la región como uno de sus «patios traseros». En segundo lugar, que las repúblicas de Asia Central siempre mirarían con mejores ojos las ofertas económicas de Occidente y aspirarían a seguir su modelo de desarrollo.
Ambas revisiones se han demostrado completamente erradas. La alianza entre Pekín y Moscú no sólo no se ha debilitado por la rivalidad y los intereses contrapuestos de ambas potencias en Asia Central, sino que, al contrario, en la última década no ha hecho sino fortalecerse, abarcando cada vez más ámbitos de cooperación y estrechándose en campos tan decisivos como la política militar y de seguridad. Y esto es de una importancia excepcional. Puesto que la única manera para EEUU de gestionar su ocaso imperial de la forma más favorable a sus intereses, es –en expresión de Bzrezinski, jefe de seguridad nacional con Carter y máximo asesor en política internacional de Obama– “impedir la unión de los bárbaros”. Es decir, maniobrar en el plano internacional atizando las disensiones y la división entre las potencias emergentes que buscan un nuevo reparto del poder mundial en el que tratarse como iguales a EEUU. Promover un sistema de alianzas bilaterales a varias bandas, en el que por un lado EEUU constituya siempre uno de los polos, al tiempo que se crean el mayor número de disensiones entre las potencias emergentes para tratar de impedir alianzas sólidas entre ellos, o, en todo caso, cuyo eje pase obligatoriamente por Washington constituye uno de los puntos nodulares de la nueva estrategia del “multilateralismo” y la "diplomacia inteligente" de la línea Obama. Hasta el momento, está política está cosechando un sonoro fracaso en Asia Central. Un juego de suma cero, ¿con quién? Es cierto que con la apertura del oleoducto de Asia Central hacia China, el control exclusivo de Rusia de las exportaciones de gas desde Asia Central se ha terminado. Rápidamente, los estrategas estadounidenses han tratado de propagar la idea de que, en términos de ganancia, todas las ventajas que adquiere China con él, resultan en pérdidas para Rusia. Pero no es un juego de suma cero, no al menos en ese sentido y para estos jugadores. Pekín, lo que es absolutamente inusual en él, ha sido muy claro y muy directo en la discusión sobre la delicada cuestión de si China está en competencia con Rusia sobre la energía de Asia Central. Recientemente, el Diario del Pueblo, órgano oficial del Partido Comunista Chino, llegaba a la conclusión de que el oleoducto chino representa, en realidad, una oportunidad estratégica para Rusia. Algo en lo que parece coincidir el Kremlin, dada la tranquila respuesta de Vladimir Putin, cuando se le preguntó acerca de las consecuencias del gaseoducto Turkmenistán-China. “La puesta en marcha del gasoducto Turkmenistán-China no va a afectar a nuestros planes para ampliar nuestra propia red de gaseoductos, que podrían llegar también a China. Me refiero al creciente consumo de China de recursos energéticos. Mantenemos un contacto periódico y estrecho con nuestros colegas chinos sobre este tema. Sabemos de la rapidez con que la demanda está creciendo allí, y ellos también están vigilando de cerca la situación. El enlace de gas a Turkmenistán no socava nuestros planes”. El Diario del Pueblo iba todavía un paso más allá al afirmar que “el gasoducto puede conducir el gas natural producido tanto en Turkmenistán como en Rusia …, transportando principalmente el petróleo y el gas natural producido en la región de Siberia oriental. Es difícil unir esta ruta con el gas natural producido en la región de Siberia occidental y la parte europea de Rusia, por lo que el gaseoducto de gas natural entre China y Asia Central tal vez pueda actuar como ‘clave’ para resolver la cuestión”. Además, continuaba, “la cooperación de gas natural entre China y Asia Central está abierta, no es exclusiva, y no busca ni tomar el mercado de Rusia ni competir con Rusia por los recursos”. En esencia, el argumento blandido tanto por Putin como por Pekín es que mientras el oleoducto de Turkmenistán y Uzbekistán posiblemente repercuta fuertemente en las opciones para las rutas de suministro de energía de Europa, no va a dañar los intereses de Rusia. A través de su megaproyecto, Pekín ha obtenido lo que Moscú había estado buscando durante más de una década con escasos resultados. Pero con la finalización del gaseoducto –y los enormes contratos tanto de suministro energético como de inversiones chinas en la zona unidos a él–, las posibilidades de la Unión Europea para obtener suministros de Turkmenistán a través del proyecto del gaseoducto Nabucco destinado a conectar el Caspio con el sur de Europa (ver la primera entrega) parecen ahora muy disminuidas. Con lo que Moscú puede exhalar un suspiro de alivio, puesto que el proyecto Nabucco, de materializarse, sí supondría una reducción sustancial del comercio de gas entre Europa y el Mar Caspio a través de Rusia, rompiendo la situación de control prácticamente monopolista que Moscú ejerce ahora sobre el suministro de gas natural a Europa. Por lo tanto, si podemos hablar de un juego de suma cero (en el que lo que uno gana es exactamente la cantidad que otro pierde), habría que formularlo de la siguiente manera: la ganancia de China es la pérdida para Europa, lo que a su vez significa ganancia para Rusia, ya que el gas provinente de Rusia es el único que seguirá siendo seguro como fuente principal de energía para Europa en el futuro previsible. Es ocioso insistir en el valor estratégico que la continua dependencia de Europa de la energía rusa significa para Moscú en sus esfuerzos por forjar alianzas con los principales países europeos. En definitiva, el gaseoducto de China, si por un lado supone la plena instalación de Pekín como jugador activo en la región y le da el control sobre las rutas de suministro energético hacia Oriente, por el otro fortalece considerablemente la posición de Rusia en Occidente. Al dirigirse ahora de forma prácticamente exclusiva hacia China, la “pérdida” del gas turcomano para el proyecto Nabucco significa que un proyecto así ya sólo puede depender fundamentalmente del abastecimiento de gas iraní. Colocando al inmanejable Irán en un lugar prominente para cualquier proyecto de diversificación de las importaciones europeas de gas a fin de reducir la dependencia de los suministros energéticos rusos. Tarea poco menos que imposible en un período de tiempo previsiblemente largo. La madre de todas las ofertas La presencia de China en el tablero energético de Asia Central no es algo que haya ocurrido de un día para otro. Hace más de una década que un esmerado trabajo diplomático ha ido labrándola. Fue en 1997 cuando Kazajstán y China acordaron construir un oleoducto de 3.000 kilómetros y posteriormente duplicar su capacidad hasta las 20 millones de toneladas al año, el equivalente a unos 150 millones de barriles. En 2005, la Compañía Nacional de Petróleo de China (CNPC) International invirtió casi 4 mil millones de dólares por una participación del 33% en Petro-Kazakhstan. Al año siguiente, China compraba activos de petróleo kazajo valorados en casi 2 mil millones de dólares en los campos de petróleo y gas de Karazhanba (que tienen reservas probadas de más de 340 millones de barriles), acordó la compra de 30 millones de metros cúbicos de gas desde Turkmenistán (aumentado después a 40 millones de metros cúbicos), y comprometió 210 millones para buscar petróleo y gas en Uzbekistán en los próximos cinco años. En 2008, Kazajstán y China acordaron el desarrollo conjunto de la explotación de reservas de petróleo y gas en la plataforma continental del Mar Caspio, mientras que la Guangdong Nuclear Power Co y la empresa nuclear estatal de Kazajstán, Kazatomprom, crearon una empresa conjunta para aumentar la producción de uranio. En abril de 2009, China hizo “la madre de todas las ofertas” de energía, proporcionando a Kazajstán 10.000 millones de dólares en un préstamo sin precedentes por petróleo, al tiempo que firmaba un acuerdo con la estatal KazMunaiGas para comprar conjuntamente la empresa productora de petróleo MangistauMunaiGas por 3.300 millones. En 2009, China se comprometió a emitir un préstamo de otros 3.000 millones para el desarrollo del mayor yacimiento de gas de Asia central en los campos de Iolotan, en el sur de Turkmenistán, a menos de 1.000 kilómetros en línea recta de Samarkanda, que se calcula que contiene entre 4 y 14 billones de metros cúbicos de gas, lo que lo convierte en uno de los cinco depósitos de gas más grandes del mundo. Pero el compromiso de China en Asia Central ha sido completa y no se limita al petróleo y el gas. Lo que ha ocurrido en realidad –algo que empieza a suceder también hasta cierto punto en África– es que China ha impuesto unas nuevas condiciones en las relaciones económicas, políticas y diplomáticas con los países de Asia Central. Unas nuevas reglas de juego a las que ahora el resto de potencias tendrán que someterse si aspiran a disputar a Pekín la ventaja adquirida en la zona. Tema que nos ocupará en la próxima entrega.