Cortina Rasgada

Algo huele a podrido en Dinamarca

Detrás de los bucólicos decorados de la Europa civilizada existe el horror. Como Haneke, Vinterberg nos perturba al «pinchar la burbuja» y desvelar el infierno

Cuando no se cazan ciervos… sino personas

Shakespeare –quizá uno de los autores que mejor ha expresado la perversa sustancia del poder, en cuyo origen siempre encontramos un crimen- lo puso en boca de Marcelo, que dirigiéndose a Hamlet arroja la sentencia: “Algo huele a podrido en Dinamarca”.

Thomas Vinterberg parece partir de Shakespeare, y en “La caza” se entrega a la tarea de descorrer la cortina.

Lucas, el protagonista de nuestra historia, vive en un pequeño pueblo danés, enclavado en un bello y majestuoso bosque.

No es un paraíso idealizado donde no exista el conflicto. Lucas acaba de salir de un traumático divorcio, y la crisis hundió el colegio donde trabajaba como maestro.

Pero disfruta del calor de un grupo de amigos, con los que ha formado una comunidad que gira en torno a las salidas al bosque para cazar. Ha encontrado trabajo en una guardería infantil. E incluso comienza una relación sentimental.

Todo parece funcionar bien… Pero un solo episodio, trivial al principio, actúa como desencadenante.

Y comprobamos que lo que antes veíamos como un todo armónico y en paz, eran en realidad los componentes de una bomba que, cuando se aprieta el detonador, entran en combustión.«La inocente mentira de una niña se convierte en manos de los adultos en una retorcida persecución»

La inocente mentira de una niña se convierte en manos de los adultos en una retorcida persecución.

Lucas es acusado como pedófilo. Vinterberg no esconde sus cartas. No hay suspense. Desvela desde el principio al espectador que la acusación es falsa.

Pero el “falso culpable” se enfrenta a un tormento donde todos los conflictos, hasta entonces larvados, estallan.

Es perturbador que el origen de la tragedia sea precisamente la mentira de una niña. “Los niños nunca mienten”, nos dicen. Vinterberg nos recuerda que los niños crecen precisamente así, mintiendo. Esa es la “puerta de entrada” al mundo de los adultos.

Pero la mentira cambia de naturaleza dependiendo de quien la empuñe. En manos de la niña es solamente un juego, una manera de enfrentarse a unos impulsos y deseos que la superan. Cuando descubre las consecuencias de sus actos quiere retractarse, para que las cosas vuelvan a ser como antes. Pero los adultos no se lo permiten. Porque su maquinaria ya se ha puesto en marcha, triturando todo lo que encuentra a su paso.

Como si fuera un decorado que se rompe, la paz y estabilidad de ese pequeño pueblo desaparece. Y descubrimos que “algo huele a podrido en Dinamarca”.

La camaradería entre los amigos se transforma en desconfianza. El amor incondicional deviene en sospecha del otro. Las buenas relaciones entre los vecinos dan paso a una histeria violenta donde se margina socialmente al nuevo apestado.

Poniendo en marcha un perverso mecanismo que busca destruir completamente al individuo que antes era respetado como “ciudadano ejemplar”.

Ahora ya no se cazan ciervos entre amigos. Ahora se cazan personas, y todos son enemigos.

No hay posible defensa, aunque seas inocente. Sólo la dignidad y la lucha de la víctima, que no está dispuesta a doblegarse, permiten apagar el incendio.

Pero sólo aparentemente. Algo muy íntimo se ha quebrado. La última escena –deliberadamente equívoca, y por eso mismo perturbadora- nos demuestra que ya nada volverá a ser como antes. Ahora sabemos que el paraíso convive con el infierno.

De Haneke a Vinterberg

El director austríaco Michael Haneke es un especialista en retratar psicopatías e infiernos íntimos en ambientes presuntamente civilizados.

Con “La cinta blanca” nos ofrece una demoledora descripción del podrido magma ideológico larvado en unas potencias europeas –fundamentalmente Alemania-, que se presentan a sí mismas como “la máxima expresión de la civilización” –frente al capitalismo anglosajón, “mucho más salvaje”-.«“La caza” es una radiografía ideológica de ese alien interno de la “civilizada Europa”»

Un viscoso material que estallará en el horror del fascismo y la barbarie de las guerras mundiales.

Pero que permanece, actuando de forma implacable, también en los periodos “de paz y estabilidad”.

Curiosamente, también en “La cinta blanca” es la mentira de los niños –ésta mucho más inquietante que en “La caza”- el desencadenante del horror que los adultos extenderán sin detenerse ante nada.

“La caza” es también una radiografía ideológica de ese alien interno de la “civilizada Europa”.

Que encuentra en la rígida moral puritana el combustible necesario. Un protestantismo inflexible, que no ofrece, como el catolicismo, vía de escape o posibilidad de salvación, sino una fría y segura condena. Y de la que todos participan –desde los elementos más conservadores hasta los supuestamente más progresistas-. Porque Lutero renunció a los fastos religiosos públicos, pero consiguió “meter al cura” en la conciencia de cada individuo.

Vinterberg comenzó su carrera impulsando junto a Lars Von Trier el movimiento “Dogma”, que fue un saludable aldabonazo en el anquilosado cine europeo. Ahora parece querer seguir el camino abierto por Haneke. Y en ambos casos nos ofrece extraordinarios resultados.

“La caza”, como “La cinta blanca”, son películas necesarias para comprender la sustancia de esa “Europa civilizada” que ahora nos asfixia a través de recortes y ajustes sin fin.

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