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Alemania prepara su regreso al primer plano militar

La Munich Security Conference es un encuentro anual al más alto nivel de los responsables de las políticas de defensa y seguridad de Occidente, aunque cada año amplía su lista de invitados a personalidades de fuera de área. Este año cumplió su cincuentenario. En algunas ocasiones han participado ministros de Defensa españoles, pero entre el cuadro de ponentes es bastante inusual encontrar uno de nuestro país. Este año hubo una comunicación del ministro español, Pedro Morenés, pero no la he hallado ni en la página de la MSC ni en la del ministerio de Defensa. Tampoco he encontrado en esta última la entrevista dada por el ministro a un influyente diario alemán.

La pobre comunicación del ministerio de Defensa refleja el limitado interés que los problemas de defensa, seguridad y asuntos militares suscita entre nuestros políticos y clases pensantes. Además, claro está, del público en general.

Algo parecido ha venido ocurriendo con los políticos alemanes. No fue siempre así, al menos hasta la caída de la Unión Soviética. Recuerdo que en todo foro internacional al que yo asistí en los años 70s y 80s siempre había una nutrida participación del ministerio de Defensa alemán y de sus fuerzas armadas, así como de centros de estudios de seguridad. El canciller Helmut Schmidt era un auténtico beligerante en pro de la seguridad política y militar de Alemania y de Europa. Uno de sus apoyos principales era el semanario Die Zeit, cuyos más destacados editorialistas aportaban gran parte del input intelectual de las conferencias anuales del International Institute for Strategic Studies.

El fin de la Guerra Fría enfrió el espíritu bélico de los políticos alemanes, y más aún el de su población. Cuando en los años 90 y primeros del XXI los ejércitos europeos, casi unánimemente, abolieron el servicio militar Alemania aún lo conservó (hasta hace dos o tres años), como si sus gobiernos temieran más a los que profesaran pasión vocacional por el servicio de armas que a un ejército extraído involuntariamente de la vida civil.

Antes que nada, Berlín mira a Nueva York

Para decir toda la verdad, Alemania no ha rehuido obligaciones de tipo seguridad asumidas por sus aliados de la OTAN y la Unión Europea, pero lo ha hecho sólo después de emprender unos procedimientos de autorización parlamentaria que otros aliados no tenían por qué pasar, o los pasaban diligentemente bajo la convicción de que el tema en cuestión interesaba a su seguridad y a la de sus alianzas. En Alemania todo era mirar al consejo de seguridad de la ONU (CS) para ver si daba o no una autorización de intervención, a su propio tribunal constitucional, a la opinión de los partidos de la oposición (y más si el gobierno era de coalición) y, sobre todo, a la última encuesta de opinión.

La agilidad con que el presidente Sarkozy metió a los aliados en la empresa de Libia, para impedir que el coronel Gadafi siguiera asesinando a su pueblo, representaba el estilo opuesto al alemán. Sarkozy no sólo obtuvo el consentimiento del CS, sino que armó una coalición de aliados e hizo cambiar de idea al presidente Obama, que primero se oponía a la intervención pero que al final se avino a prestar recursos logísticos sin los cuales la operación de derribo de Gadafi no hubiera sido posible.

Como se recordará, la canciller Merkel se negó a que Alemania interviniera en Libia, a pesar de que ésta tenía la bendición del CS. Los alemanes explican la actitud de la canciller por su irritación por no haber sido consultada previamente por Sarkozy, pero esto, aunque hubiera sido verdad, era magra excusa para no acompañar la empresa militar de unos aliados y una Alianza que habían garantizado la seguridad alemana por más de medio siglo.

Es más, la intervención en Libia se llevó a cabo bajo el principio internacional de Obligación de Proteger, con el que los alemanes estaban bien familiarizados puesto que Peter Wittig, embajador ante la ONU en el tiempo de la crisis, había publicado en Alemania, pocos años antes, un artículo explicando los fundamentos legales del principio.

Estrechado a preguntas sobre por qué Alemania sí se acogió al principio de protección de la población en el caso de Kosovo pero no para el de Libia, el ministro de Exteriores, Guido Westerwelle, dio una respuesta que parecería cínica si no supiéramos que, dado el personaje, podía tomarse por ingenua. Alemania intervino en Kosovo, explicó el ministerio de Exteriores, por su proximidad territorial, lo que no era el caso de Libia, que está tan lejos. Pasó por alto el ministro que Libia sí está próxima de algunos de los aliados de Alemania, o que el Reino Unido y Estados Unidos, a pesar de estar lejos, sí intervinieron en cumplimiento del principio de obligación de proteger.

Y no es que Alemania haya abandonado todo sentido de obligación respecto de sus aliados. Nada más lejos de la verdad. Un fuerte contingente alemán ha estado y está todavía presente en Afganistán, su marina participa en el patrullaje de las aguas del Cuerno de África contra la piratería, y apoya logísticamente a Francia en sus operaciones en África subsahariana, aparte de prestar servicios de entrenamiento y formación militar en esos países.

El problema no es ése. El problema es que Alemania, a pesar de que es la mayor potencia económica y demográfica de la Unión, no ha mostrado hasta ahora deseos de propiciar para sí misma un papel más central en la formulación de las políticas de seguridad y defensa de la Unión y de la OTAN, funciones que recaen principalmente en Francia y Reino Unido, potencias menores que Alemania en ambos respectos.

No habrá más retraimiento alemán

Parece que la crítica ‘sotto voce’ a Alemania por parte de los aliados va surtiendo efecto. Un indicio lo ofreció el presidente alemán, Joachim Gauck en la conferencia de Munich. Alemania, dijo, debería actuar «antes y de forma más decisiva y sustancial» en la escena mundial. Gauck, que no tiene poderes ejecutivos pero que debe saber hasta dónde puede llegar en sus relaciones con el gobierno de Merkel, dio seguridades de que el retraimiento de Alemania en Libia no se repetiría (The New York Times).

En el mismo tono se expresó la nueva ministra de Defensa, Ursula von der Leyen. Confirmó la decisión alemana de continuar la presencia en el norte de Afganistán (operación Resolute Support) y el Cuerno de África, así como prepararse para una misión europea en la República Centroafricana y la destrucción de las armas químicas sirias.

Esta ministra ha tenido el cacumen suficiente para sacar del cajón un programa de doctrina militar que puede ser de gran interés para los aliados. Lo dejó escrito el anterior ministro de Defensa, Thomas de Maiziére (hijo de un antiguo inspector general de la Bundeswehr). Se trata del Framework Nations Concept (para decirlo en parla OTAN), consistente en «grupos de naciones, grandes y pequeñas, que se unen voluntariamente para un trabajo conjunto en el desarrollo de agrupaciones de fuerzas y capacidades, así como para entrenamiento y ejercicios». Alemania, dijo, está dispuesta a actuar como «framework nation» o bien colaborar con otras. En todo caso, von der Leyen aseguró que, en Alemania, «como economía mayor y país de tamaño significativo, tenemos un fuerte interés en la paz y la estabilidad, y a ese fin el gobierno federal está dispuesto a reforzar sus responsabilidades internacionales».

El secretario de Defensa de los Estados Unidos, Chuck Hagel, dio en su discurso a la conferencia su respaldo al Framework Nations Concept, y señaló diversos casos en que los EEUU son «framework nation» de los europeos. En referencia directa a España, señaló el reciente desplazamiento de un contingente de marines a Morón, Sevilla, en el cuadro de la seguridad de África del Norte y Oriente Medio, así como la próxima llegada a Rota del USS Donald Cook, como primera unidad de un grupo de cuatro destructores, que en dos años constituirán el contingente naval de la defensa antimisiles europea.

El aparente cambio de actitud de Alemania parece ser su reconocimiento de las nuevas realidades estratégicas del mundo, caracterizadas por una debilitación diplomático-militar de Europa causada por su crisis económica; un desplazamiento del poderío de los Estados Unidos al Pacífico, debido precisamente al desplazamiento del foco de probables conflictos entre grandes potencias desde Europa a Asia oriental; el desentendimiento occidental respecto de los problemas políticos y de seguridad de los países de Oriente Medio, que se consideran por ahora irresolubles, y desde luego no aptos para su tratamiento militar por Occidente, y la primacía de los aspectos políticos y económicos sobre los de seguridad en relación con Rusia.

Falta ver si las fragmentadas instituciones de seguridad y militares de la Alianza y de la UE son capaces de ponerse a sí mismas bajo el patrón común de una «nations framework», una estructura o marco que reúna las capacidades de unos y otros como propiamente «europeas» y no meramente nacionales.

En realidad, esta propuesta se parece bastante a la del euro cuando se formuló hace quince o veinte años. ¿Nos meteremos en ella tan improvisada e impensadamente como hicimos con la moneda común, para al final caer en la cuenta de que Alemania es la «framework nation» de la moneda europea por excelencia? Quién sabe, los alemanes parecen deseosos de ponerse a pensar en ello. ¡Hay que espabilarse…!

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