El Observatorio

¿Agur, y ya está?

La derrota polí­tica del nacionalismo vasco, la salida del PNV de Ajuria Enea, la retirada polí­tica de Ibarretxe, ¿zanjan el problema de las tres décadas de terror y nacionalismo étnico en Euskadi? ¿Basta con que los lí­deres cojan sus bártulos y se vayan tranquilamente a sus caserí­os a rumiar su derrota? ¿Pueden quedar impunes de todo lo que han hecho?

En los últimos años, la justicia esañola, y sobre todo una serie de magistrados de la Audiencia Nacional, han venido sentando las bases de una actuación judicial basada en la persecución activa de genocidios y actividades políticas criminales, incluso fuera de nuestras fronteras. Ello ha llevado a encausar a Pinochet, a perseguir a militares argentinos, a abrir procesos sobre los genocidios de El Salvador y Guatemala, y últimamente se han abierto diligencias para investigar matanzas de Israel en Gaza, la represión de China sobre el Tibet o las torturas de Guantánamo.Todo esto está indudablemente muy bien, y ya era hora de que no haya impunidad para ningún golpista, torturador, represor o genocida, ¿pero no sería lo lógico empezar por “barrer la propia casa”, empezar por nuestro “genocidio local”, comenzar por llevar a los tribunales al “Milosevic vasco”? Mil asesinatos, más de diez mil heridos, 200.000 exiliados, miles de millones de euros en destrozos, la implantación de un régimen que practicaba la limpieza étnica… ¿no hay con todo esto materia judicial suficiente para sentar en el banquillo a los principales “capos” de este horror?Durante 30 años Euskadi ha vivido un genocidio a pequeña escala. Pero basta con cambiar la escala para advertir su magnitud. Sobre una base de población de dos millones de personas, 200.000 exiliados es nada menos que el 10% de la población: ¡más de los que provocó la guerra de Irak! Y lo mismo ocurriría si cambiamos la escala de los muertos, los heridos, los amenazados de muerte, los sometidos a acoso, los agredidos, los insultados, los reducidos al silencio, los desplazados de su trabajo, … los que han sufrido en carne y hueso cualquiera de los mecanismos de “limpieza étnica e ideológica” practicados por los nacionalistas “moderados” o por los “radicales”. Cientos de miles de personas llevan decenas de años en Euskadi soportando amenazas sobre su vida y sobre su libertad.Esas amenazas son fruto de una estrategia de “complementariedad” fraguada en las filas del nacionalismo vasco bajo el liderazgo de Arzallus, y que éste describió con notable precisión con su simil de las nueces: “unos golpean el árbol y otros recogen las nueces”. Y que se complementa con el simil de la “diana”: él ponía “blancos” en la diana, y ETA los ejecutaba.¿Si se está juzgando a los líderes y militantes de ETA, por qué no se juzga también al jefe supremo del nacionalismo étnico? ¿Si se persigue a los Karadjic, por qué aquí no se hace lo mismo con el Milosevic vasco? ¿No es, en definitiva, el estratega y jefe supremo mucho más responsable que cualquier brazo ejecutor? ¿No era Pinochet mucho más responsable que cualquiera de sus torturadores a sueldo? No puede caber la impunidad. Y menos aún, cuando el “jelkide” etnicista, en vez de limitarse a cultivar berzos, sigue llamando públicamente a “la rebelión” y amenazando con provocar “los sucesos más graves desde el comienzo de la Transición”.¿Incitar a la rebelión contra el orden democrático por quien ya tiene los precedentes que tiene Arzallus tampoco es un delito del que deba dar cuenta a los tribunales?

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