Adiós y gracias, maestro

Con Forges no solo se nos ha ido uno de los más grandes humoristas que ha dado nuestro país. Se va un hilandero que ha venido tejiendo a contracorriente la historia viva de España de los últimos 60 años y devolviédonosla viñeta a viñeta, a veces como caricia y otras como colleja, pero siempre con una sonrisa.

Con Forges no solo se nos ha ido uno de los más grandes humoristas que ha dado nuestro aís. Se va un hilandero que ha venido tejiendo a contracorriente la historia viva de España de los últimos 60 años y devolviédonosla viñeta a viñeta, a veces como caricia y otras como colleja, pero siempre con una sonrisa.«Que se te reconozca a 15 metros»Antonio Fraguas «Forges» nació el 17 de enero (día de San Antón) de 1942. Un día le dijo a su padre que quería ser «dibujante de chistes en serio». A pesar de no saber dibujar, una limitación sin importancia reconocida por él mismo y por sus «ceros» en la asignatura de dibujo, su padre lo aceptó con una condición: «que se reconozca un dibujo tuyo a 15 metros». Lo que parecía una anécdota influyó poderosamente en su búsqueda de un estilo propio, que perfeccionaría gráficamente con el tiempo. Esas curvas omnipresentes, esa ausencia de sombras y volúmenes, esa batalla absoluta –y victoriosa– contra cualquier atisbo de perspectiva y esos «bocadillos» de poderosos perfiles redondeados a modo de esquelas «déco» dotaron sus viñetas de un estilo personalísimo, inconfundible, «forgiano».-«¿Se reconocen?».-«Ahora sí!», le gritó un día su padre desde la distancia.Un humorista renacentista…Forges no fue un simple humorista gráfico. Aunque fuera su faceta más conocida, trabajó de joven como técnico de imagen en la primera Televisión Española, dirigió películas («País, S.A.» y «El bengador gusticiero y su pastelera madre»), escribió una novela y dos libros («Doce en Babilonia», «La posguerra vista por una particular y su marido» y «Del guateque al altar»), colaboró en programas de radio y televisión, entre otros con Luis del Olmo, Javier Sardá, Gemma Nierga… participó o colaboró con los más relevantes periódicos y revistas de las últimas décadas. Desde que se iniciara con Pueblo en 1964 hasta El País, pasando por el irrepetible Hermano Lobo, Por Favor, Informaciones, Interviú, El Mundo o El Jueves, entre otros. Una trayectoria y una obra que le llevarían no solo al reconocimiento nacional e internacional, con multitud de premios y homenajes, sino a la dirección técnica del Instituto Quevedo del Humor, el primer centro universitario en España para el estudio del humor. Porque Forges fue ante todo un humorista comprometido, el humor era su medio natural. Tenía mucho que contarnos y aunque su arma era un lápiz muy afilado, no fue la única.En ese terreno apuntó también unas reflexiones acerca del humor mismo. Obligado por la misma naturaleza de su trabajo (una viñeta diaria) a estar pegado a la actualidad, la ecuación académica de «humor = tragedia + tiempo», generalizada tras el 11-S, carecía de sentido. «Se debe hacer humor de todo, sin excepción, aunque el humor no tenga gracia, humor y gracia son dos cosas diferentes. El humor debe tener dos cosas: inteligencia y compasión». Aunque se trate de una tragedia, o un crimen. Al referirse, por ejemplo, al chiste de Charlie Hebdo sobre la tragedia del terremoto en Italia, comentó: «es una viñeta sin inteligencia y sin compasión». Añadiendo a continuación: «Yo nunca la haría pero tampoco la censuraría». Siempre se negó a cualquier tipo de censura.…y cervantinoEstos días se ha recordado que Forges creó un mundo propio. Él mismo dijo una vez que «hay dos tipos de humoristas gráficos: los que crean un universo de personajes y los que no». Al margen de la importancia esencial que pueda tener esa clasificación, no cabe duda de que él pertenece al primer grupo. Forges no solo creó su estilo gráfico, también creó una serie de personajes arquetípicos que nos han acompañado y han evolucionado desde los años del desarrollismo franquista hasta ayer mismo, y en los que es imposible no vernos reflejados. ¿Cómo no entrever en sus primeros «marianos y conchas» (o romerales) a personajes del cine español costumbrista como López Vázquez o Florinda Chico, o en sus abuelas de pueblo a la Blasa de José Mota… como arquetípicos también son los «blasillos» del campo, los náufragos que reproducen en su soledad isleña los defectos más ridículos de la vida urbanita, los borrachos de bar de vocalización ininteligible y pensamientos surrealistas, los hinchas futboleros unineuronales, los autónomos de sofá de psicoanalista… Pero la creación de Forges no consiste solo en la creación de esa colección de personajes, sino en que consiguió formar con ellos un coro de voces, a modo de tragicomedia, desde donde nos muestra (o nos devuelve, como el símil del espejo) nuestra propia realidad. Al modo de Cervantes, un diálogo coral entre el Quijote y Sancho Panza donde, en función del tema o el humor, dialogan ora los blasillos, ora las viejas del pueblo, o los náufragos, o Mariano y Concha, a veces como Quijote y Sancho, a veces como dos Sanchos o dos Quijotes… Y cuando se habla con el poder (el cura, el posadero o el barbero) aparecen el señor gordo de las gafas oscuras, el funcionario de la ventanilla, el policía… La creación de Forges sería así al humor gráfico lo que el Quijote a las novelas de caballería. Su expresión más tragicómica, pero también más elevada. Y hacerlo con diálogos más cortos que un twit y sin saber dibujar es una proeza digna de elogio.Armado con un lápizAntonio Fraguas fue sobre todo un humorista militante y un militante con humor («Si no te ríes de ti mismo no puedes reírte de nada»). Insobornablemente comprometido con las causas de los más desfavorecidos, de los humillados por el poder. Como ya se ha dicho, el humor gráfico –para él– se compone de dos elementos primordiales: las neuronas y la compasión. El humor consiste en pensar en primerísimo lugar y en ser capaz de plasmar ese pensamiento. Y lo hacía de forma tan fluida y natural que llegó a decir que sus viñetas salían en realidad de su lápiz. Y en segundo lugar en compadecer (etimológicamente, «padecer con», estar al lado del que padece). Se posicionó incansablemente, en persona y como dibujante, contra las reformas laborales que empobrecen al pueblo, contra las guerras, por los derechos y la igualdad de la mujer, por los inmigrantes y los refugiados (no nos olvidemos de Haití), por la protección del medio ambiente, contra la corrupción, contra la explotación capitalista y de forma muy destacada contra la censura y por la libertad de expresión.Y siempre desde el humor. A veces amable, a veces amargo, a veces surrealista hasta el punto de inventar un nuevo lenguaje cuando topaba con la burocracia del poder, allá donde la censura señalaba una línea roja. Tanto en las formas (gráficas) como en el fondo. No hay una viñeta que no presente conflicto. No hay dibujo que no muestre antagonismo, que no denuncie, que no presente batalla, en que afirme su pertenencia a un bando y señale al otro. Y lo hizo maravillosamente durante décadas sin conseguir que hasta los personajes más horribles dejaran de parecer, a lo sumo, patéticos monigotes. Los representantes del poder, señores orondos con gafas oscuras. Los poderes malignos, representados a menudo como vampiros, más parecidos al Drácula de barrio Sésamo que a Bela Lugosi. Por mucho que añadiera colmillos, cejas hirsutas, colas de demonio o alas de vampiro, podríamos reunir a todos sus monstruos y no alcanzarían la negrura de una sola viñeta de El Roto. Y lo fascinante es que lo hizo sin rebajar ni un ápice su afilada mordacidad. Porque, como también insistía a menudo, el humor gráfico no existe sin el lector, y mientras una viñeta de El Roto es una piedra de realidad que lanzamos contra el escaparate del poder, un dibujo de Forges es un espejo al que nos asomamos.Posiblemente, esa forma de expresión gráfica bebiera, según reconoció alguna vez, de la perspectiva que da el tiempo y la edad, y el conocimiento de nuestra historia; y por qué no decirlo, de esa enorme capacidad de empatía que demostró a lo largo de toda su vida. A los jóvenes (personas y partidos) recordaba que la primera crisis que pasó, la de la posguerra, duró 24 años de miseria más absoluta, o que durante la dictadura se conocía el nombre de 80 generales, cómo regían las leyes más absurdas como la prohibición de pasear con camisa y corbata, o las minifaldas y escotes. Que para todas las generaciones todos los momentos son críticos o históricos. Y todo ello sin mermar su clarividencia, dignidad y radicalidad en su lucha por lo que consideraba justo. Con una sonrisa siempre. A los periodistas: «Si no os dejan preguntar en una rueda de prensa ¿a qué vais?». «Se están haciendo cosas en España que no se atrevía Franco, con una desfachatez nunca vistas». «La inteligencia y el humor siempre han jodido al poder». «En nosotros está el poder salir de la crisis». Forges estaría hoy en las manifestaciones de los pensionistas indignados, pletórico y feliz.Adiós y gracias, maestro.

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