28 años después...

1981: Sí­ndrome tóxico, la epidemia olvidada (IV)

Junio de 1981. Anunciada la culpabilidad del aceite y ante la imposibilidad de demostrar que éste contiene sustancia alguna que justifique la agresividad del sí­ndrome tóxico, los agentes de la CDC de Atlanta (EEUU) falsean, bajo la absoluta permisividad del Director General de Salud Pública Luis Valenciano, los estudios epidemiológicos y la curva de incidencia de la enfermedad para construir artificialmente la relación causa-efecto. Para ello, utilizaron al director del Hospital del Niño Jesús, Juan Manuel Tabuenca, (que sospechaba un cuadro tóxico alérgico), al cual encumbraron a padre oficial de la teorí­a del aceite.

Navas del Marqués A rimeros de junio de 1981 hay ya 21 muertos y más de 2.500 hospitalizados por el síndrome tóxico. En un solo día se registraban sólo en Madrid trescientos cuarenta nuevos casos. A pesar de la creciente presión social sobre un gobierno incapaz de frenar la enfermedad, este sigue enrocado en que se trata de una infección pulmonar contagiosa no más grave que la gripe. Se podría pensar que por este motivo la Dirección General de Salud Pública llevaba una semana retrasando el permiso al Dr. Tabuenca para analizar muestras de aceite comprado en mercadillos que sospechaba había producido un cuadro tóxico alérgico a los niños afectados a su cargo. Retraso por otro lado gravísimo puesto que estamos hablando de una auténtica emergencia nacional. Pero no era sólo por eso. Por las mismas fechas y en el pequeño pueblo de Navas del Marqués (Ávila), un equipo de tres epidemiólogos de los CDC norteamericanos sí tenían permiso para indagar sobre la hipótesis alérgica. Sus conclusiones, presentadas el 2 de junio mostraban indicios estadísticos de cinco posibles causas: los pinos que crecen en las cercanías de las casas con enfermos, los pececillos de los riachuelos, un nuevo champú, un nuevo detergente y, finalmente, lejía. Todas ellas inservibles para achacarles el síndrome tóxico.Es llamativo que los super expertos de Atlanta no hicieran ¡ni una sola pregunta sobre hábitos alimentarios! a los afectados. Pero más llamativo todavía es que justo al día siguiente el doctor Valenciano da luz verde a que el Dr. Tabuenca analice las muestras de aceite en laboratorios públicos. El anuncioLas pruebas sobre el aceite se realizaron en el laboratorio de Aduanas a partir del 5 de junio, y para el día 9 se confirma la presencia de anilidas. En ese lapso de tiempo se sabe que el gobierno recibe una comunicación de INTERPOL (tal como relató el abogado Juan Francisco Franco ante el Parlamento Europeo) en relación a la entrada por la frontera francesa de aceite para uso industrial (siderurgia) desnaturalizado con anilinas para impedir su uso humano y que era posteriormente renaturalizado en España eliminando la mayoría de dichas anilinas para ser vendido fraudulentamente como aceite de oliva. Esto podría explicar la extraña precipitación de la dirección general de Salud Pública al anunciar por TVE el día 10 de junio la relación entre aceite y enfermedad a sabiendas de que la intoxicación por anilinas no produce los síntomas del síndrome tóxico y no había evidencia científica ninguna de su culpabilidad.El periodista Jesús de las Heras, que hizo un excelente seguimiento de la enfermedad, menta de nuevo la bicha en El País: “En diferentes estamentos médicos circuló ayer la noticia de que el Centro de Control de la Enfermedad, de Atlanta, había llegado a la conclusión de que la causa de la denominada neumonía atípica era una mezcla de aceite a granel con aceite de motor, presumiblemente de avión.” O sea, en poco más de un mes y con el único hilo conductor de evitar la investigación independiente sobre el origen alimentario de la enfermedad, los CDC trataron primero de demostrar que era una neumonía atípica. Como no lo consiguieron, pasaron a postular una reacción alérgica a una sustancia química (no alimentaria claro). Y, por último, una vez no les queda otra que admitir la intoxicación alimentaria, convierten un aceite fraudulento en el asesino número uno de España, sin tan siquiera demostrarlo o excluir de forma rigurosa el resto de alimentos que se venden y consumen junto a dicho aceite. El encomiable espíritu de seriedad científica del señor ministro Querido Sr. Ministro: Hasta este momento llevamos estudiados más de 210 niños (…) He de hacerle patente mi más cordial y sincera felicitación a Vd. y a las restantes autoridades sanitarias que las han creado con tan encomiable espíritu de seriedad científica, sin cuyo positivo intercambio de ideas poco podríamos hacer aisladamente cada grupo (…) apunté a mi grupo la posibilidad de que pudiera tratarse de un cuadro tóxico alérgico, diagnóstico que fue asumido unánimemente. Por ello y sin abandonar una etiología por agentes vivos que predominaba en el grupo de expertos ministeriales, y colaborando fielmente en este sentido, iniciamos sin embargo esta otra línea de trabajo sin otro interés que el de aportar a Vd. todo lo que pudiéramos hallar en este sentido (…) le comuniqué nuestras impresiones al Sr. Secretario de Estado un sábado por la mañana (creo que el 23-V), al que debo agradecerle profundamente el interés con el que acogió mis sugerencias, así como sus vivos deseos de ayudarnos en todo (…) Investigué todos los alimentos y condimentos que ingerían, llegando a descubrir que todas los encuestados sin excepción ingieren aceite a granel comprado a vendedores o mercadillos ambulantes(…) Hasta el momento debo hacerle constar que no poseemos la prueba definitiva del hallazgo del tóxico en el aceite, ni en la sangre, u otras muestras biológicas de los enfermos, ni los resultados de la encuesta en sanos, ni resultados valorables de la experimentación animal. Sin embargo, (…) me creo en el deber de poner a su disposición todos nuestros modestos hallazgos sin excepción, estando dispuesto a ampliárselos cuando desee, como ya hice personalmente y por teléfono al Sr. Secretario de Estado, en la seguridad de que estoy a su total disposición para cumplir cuantas órdenes me dé en cualquier sentido. Sin más le saluda muy cordialmente y queda a sus siempre gratas órdenes su incondicional amigo J. M. Tabuenca. Extractos de la carta del director del Hospital del Niño Jesús al ministro de sanidad datada del 9 de junio de 1981, reproducida del libro EL montaje del síndrome tóxico, que desmiente al pediatra cuando afirma: “tengo un bebé en mi hospital con los síntomas típicos y siempre cuando el bebe lloraba su mamá le daba una cucharadita para calmarlo. Esto era lo único que no encajaba en su dieta".Visitada la madre de la niña, pues se trataba de una, esta afirmación nos fue desmentida categóricamente. Lo cierto es que los datos brutos de las encuestas de Tabuenca no pudieron ser nunca contrastados (incluso se duda de que llegaran a hacerse). De los 210 niños que llegó a tener Tabuenca a su cargo, se dice que el 100% de 62 tomaron sin excepción el aceite. Esto era desmentido por la madre de uno de ellos: “Daniel no podía tomar, al ser diabético, otro aceite que no fuera de maíz…” (entrevista a Pilar Pans, vicepresidenta de la asociación de afectados Fuentox. De Verdad, mayo 2001) El fraude de los caso-control Una web de los CDC reconoce años después que el anúncio público por TVE sobre la culpabilidad del aceite introdujo lo que en epidemiología se denomina un sesgo. O sea, que el conocimiento público de dicha culpabilidad ya predispone al encuestado a asociar aceite con enfermedad. Aún admitiendo que los afectados habrían consumido dicho aceite, no se contrastó con el consumo de ensaladas u otros alimentos que se solían mezclar con él. Al contrario, justo al día siguiente del anuncio televisivo los expertos de los CDC volvieron a Navas de Marqués con la única pregunta sobre el aceite, para presentar como evidencia incontestable de que la compra de aceite de colza coincidía al 100% con las familias afectadas. Esta estadística ocultaba que el 73% de todas las familias (sanas y enfermas) de este pueblo de casi 4.000 habitantes habían comprado el aceite de venta ambulante. Muchos de los sanos habían consumido muchísimo más de este aceite que los enfermos. Los americanos concluyeron que la toxicidad aumentaba al consumirlo en crudo, lo cual cuadraba con que los enfermos habían comido más ensaladas que los sanos. Incluso, al darse cuenta de que muchos sanos habían consumido más aceite que sus familiares enfermos, lo achacaron a diferencias inmunológicas o genéticas.El hecho es que, científicamente, cuando existe una discriminación intrafamiliar tan marcada (en el 49% de las familias estaba afectado la mitad de sus miembros) es obligatorio estudiar las coincidencias y discrepancias en los hábitos alimentarios de sus individuos, cosa que nunca se hizo. Por el contrario, los expertos de Atlanta usaron ‘la forma de compra familiar’ para establecer de forma artificial la causalidad de la epidemia en aceite comprado en mercadillo. Al reevaluar los trabajos del Dr. Muro años después, lo primero que hizo la epidemióloga Mª Jesús Clavera “fue revisar los trabajos epidemiológicos oficiales. Resulta que los estudios llamados caso-control demostraban que era el consumo de ensalada y no de aceite lo que permitía distinguir enfermos de sanos. Además, los circuitos de distribución del aceite no explicaban ni por asomo la distribución geográfica de la epidemia.” (entrevistada De Verdad, junio 2001). Además, un equipo del periódico británico The Guardian afirma (5 de mayo 2001) haberse entrevistado con las familias supuestamente encuestadas en estos estudios. La conclusión que presentan es que las encuestas son falsas y que incluso algunas de las personas no recuerdan haber sido entrevistadas jamás. Curvas engañosas Otro falseamiento fue el de la relación entre la disminución de casos y el canje del supuesto aceite tóxico realizado el 30 de junio. Hay que saber que en los ochenta se vendían anualmente en España unos cien millones de litros, cien mil toneladas, de aceite en ventas ilegales. La producción de aceite de oliva anual de España rondaba las 450.000 Tm., cantidad de la que se exportan unas 100.000. Como los españoles consumíamos unas 800.000 Tm. de aceite de oliva, es obvio que la diferencia era importada por la frontera y una parte del supuesto aceite de oliva no lo era. De ahí que la cantidad de aceite retirado por orden gubernamental fuera de 500000 litros (datos oficiales) y hasta cinco millones de litros según otras fuentes. La retirada del aceite fue un auténtico galimatías que impidió un estudio de su relación con el síndrome tóxico. No se anotó si el aceite venía de familias afectadas o no, si se habían adquirido en las fechas de la enfermedad o no. La población echó mano de cualquier aceite y lo cambió por el aceite de oliva que ofrecía el gobierno. Eso sí, para poder presentar que la retirada del aceite provocó un descenso espectacular de le enfermedad tuvieron que falsear la curva de incidencia de la misma. ¿Cómo? Utilizando los datos de la hospitalización del enfermo y no los del comienzo de su afección, no discriminando entre si era la primera hospitalización o rehospitalización, y agrupando los datos por semanas representándolos al final de cada una en vez de tomar el día central de cada período semanal. Con lo cual desplazaron artificialmente la curva hacia la derecha (ver gráficos) e hicieron coincidir el canje del aceite con el descenso de casos. La Comisión de Investigación Epidemiológica del año 83 tabuló por provincias y fechas el registro de nuevos casos partiendo del dato de los primeros síntomas, con lo que demostraron que la epidemia había remitido en la segunda quincena de mayo, once días antes del anuncio oficial que asociaba la enfermedad al aceite de colza, independizando y desvinculandola del consumo de aceite, resultado que la OMS no tuvo más remedio que reconocer. Una vez el Dr. Muro descartó definitivamente el aceite (20 de junio) entraría a investigar las dos últimas hortalizas que le quedaban (tomates y pimientos), lo que le llevaría a descubrir que secreto de estado era guardado con tanto ahinco.

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