En los siete años que van de diciembre de 1973 hasta 1981, una combinación de condiciones excepcionales harán que nuestro país se enfrente a una encrucijada que decidirá su destino por largas décadas. La sustitución de la dictadura por el nuevo régimen democrático, unido a las dificultades del imperio por la derrota en Vietnam, la dimisión de Nixon y la débil presidencia de Carter van a presentar ante España la oportunidad de redefinir su papel y su colocación en el tablero mundial.
A lo largo de todos esos años, y en una situación definida or su fluidez se van a abrir dos caminos posibles para España.O el de avanzar en dotar a nuestro país de una voz propia en el mundo sobre la base de acentuar la dimensión iberoamericana y mediterránea de su política exterior, como primer paso para convertirse en cabeza de una plataforma hispánica capaz de ser un actor relevante y de peso en la escena internacional.O, por el contrario, la de resignarse a seguir colocado como un peón de Washington, buscando únicamente un mejor acomodo y un mayor equilibrio en esa órbita a través de un nuevo sistema de alianzas con las burguesías monopolistas europeas, pero sin alterar los alineamientos básicos y la posición subordinada y dependiente de EEUU heredada del franquismo.Esta encrucijada, y la aguda lucha que se va a desatar en torno a ella, va a estar en el centro del desarrollo de la Transición que acaba en los 6 primeros meses de 1981 con la abrupta defenestración de Suárez, el golpe del 23-F y el ingreso en la OTAN. La historia oculta Hoy en día prácticamente todo el mundo da por hecho que la integración de España en la UE y en la OTAN fue el corolario lógico e inevitable de la transición, instalándose en la conciencia de la mayoría la visión de que no había otra opción posible para el desarrollo y la consolidación del nuevo régimen. Los acontecimientos históricos de aquel período nos muestran, por el contrario, una realidad bien distinta.Por un lado, la liquidación del régimen franquista que durante casi 40 años había mantenido a España en una posición marginal, relativamente aislada y de escaso prestigio y relevancia en el sistema internacional obligaba en aquellos años a repensar y definir el nuevo papel que España podía, quería y debía jugar en el mundo.Por el otro, la llegada de Carter a la presidencia de EEUU con una línea de distensión y defensa de los derechos humanos permitía, hasta cierto punto, un mayor margen de maniobra, audacia y ambición en la política internacional.Y de la misma forma que en el plano interno se habían ido tomando opciones que permitieron pasar de un régimen dictatorial a tener una de las Constituciones más avanzadas y democráticas de Europa en un tiempo inauditamente breve; también en el plano de su proyección internacional, ante la nueva España democrática se presentaba una encrucijada que, básicamente, se decidía en torno a dos polos bien definidos.O bien que la proyección exterior de España estuviera dirigida de acuerdo a sus propios intereses, destinada a desplegar las potencialidades que le permitieran disponer de una voz propia en la escena internacional y encaminada a explorar y explotar las vías y posibilidades que posee –y que están fundamentalmente ancladas a su dimensión iberoamericana y mediterránea y a su indudable valor geoestratégico– para convertirse en un actor regional destacado.O bien, por el contrario, renunciar a cualquier protagonismo exterior y desistir de poseer una voz propia en aras de las posibilidades de bienestar y progreso económico que ofrecía su plena incorporación –y por lo tanto el reforzamiento de los vínculos de alianza y dependencia– al sistema de alianzas políticas y militares de las burguesías monopolistas occidentales encabezadas por EEUU. Las distintas fuerzas políticas del momento se verán obligadas a tomar una opción u otra sobre la posición, las necesidades y los intereses de España en el mundo, convirtiéndose en la principal línea de demarcación que dividirá a unas fuerzas de otras.Y dándose la singular paradoja de que mientras Suárez, un hombre de la derecha y proveniente del franquismo –donde ha sido director de Televisión Española y ministro secretario general del Movimiento–, mantiene una posición cada vez más radicalmente patriótica y democrática que le lleva enfrentarse a las exigencias y los planes de Washington para España, Felipe González –la figura emergente de la izquierda, con un discurso situado incluso a la izquierda del PCE en los primeros años de la Transición– será el “hombre en la recámara” de EEUU destinado a acabar con aquel para alinear plenamente a nuestro país en la órbita del imperio.Paradoja sólo en las formas, pues hunde sus raíces en el hecho esencial de que no va a ser derecha o izquierda, sino la posición ante las exigencias de Washington, su actitud prohegemonista o antihegemonista, la principal línea de demarcación que dividirá a las fuerzas políticas de la Transición, colocándolas en el lado de los amigos o de los enemigos del pueblo. Suárez y la búsqueda de una mayor autonomía Tras su victoria en las primeras elecciones democráticas de junio de 1977, la política exterior de Suárez empieza a dotarse de unos acusados rasgos de autonomía que apuntan de forma cada vez más consistente hacia el mantenimiento de una política neutralista de España frente a las dos superpotencias.Los tres hitos que marcarán esta dimensión neutralista de Suárez van a ser su visita, en septiembre de 1978, a Cuba, convirtiéndose en el primer jefe de gobierno de un país occidental que lo hace; el recibimiento con honores de jefe de Estado al líder de la OLP Yasser Arafat en Barajas en septiembre de 1979 –cuando entonces Arafat está catalogado en todas las cancillerías occidentales como un líder terrorista– y, lo que posiblemente sea lo más significativo, el envío de una delegación diplomática de alto nivel a La Habana, donde España acude como observadora a la VIª Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, gesto verdaderamente insólito en un país que mantiene bases militares norteamericanas en su territorio.Durante esos años, España se alinea repetidamente en la ONU en contra de las propuestas de EEUU y de las principales potencias europeas, votando sistemáticamente a favor de las propuestas del bloque iberoamericano, de los países árabes en los asuntos relacionados con la cuestión palestina –España es el único país occidental que sigue negándose de forma reiterada al establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel– y del Movimiento de Países No Alineados en los asuntos donde se juega la disputa entre el bloque soviético y el norteamericano.Es lo que el propio Suárez va a denominar “la tercera vía” de la diplomacia española: la búsqueda de una política de equilibrio que pretende escapar a la rigidez del encuadramiento en el bloque soviético o norteamericano.Es desde esta perspectiva, que no supone un cuestionamiento de la pertenencia de España a la órbita norteamericana, pero sí la búsqueda de un espacio autónomo donde poder desplegar los intereses propios y revaluar al alza el papel de España en la escena internacional, que la política exterior española durante la presidencia de Suárez cobra una nueva dimensión.Pese a estar sometido a intensísimas presiones de Washington y los poderosos sectores proyanquis de su gobierno y su partido, en las elecciones de 1979, la entrada en la OTAN desaparece del programa electoral de UCD. Y en la sesión de investidura, Suárez reitera de forma genérica la vocación occidental de su partido, anunciando a continuación de forma tajante que la integración en la OTAN no está en la agenda de su gobierno para los siguientes 4 años. Llega Reagan. ¡Firmes, ar! Las posibilidades de desarrollo de esta política exterior autónoma y neutralista se van a ver truncadas de raíz por la nueva situación internacional creada por la invasión soviética de Afganistán. El brusco cambio de línea que a lo largo de 1980 se va a producir en el centro del imperio –y que queda certificado con la abrumadora victoria de Reagan– va a alterar profundamente las claves de la situación interna en España.El rumbo de la política española dirigida por Suárez empieza a marchar a contrapelo de las exigencias norteamericanas derivadas de esta nueva situación mundial. Las promesas de una futura integración, pero sin concretar ni dar pasos prácticos en ese sentido, ya no son suficientes para Washington.Las cada vez más apremiantes exigencias de EEUU de una España “segura”, estable y sometida a sus dictados; una España dentro de la OTAN, dócilmente alineada en la lucha contra la otra superpotencia, sin veleidades neutralistas y plenamente integrada en su sistema de alianzas militares van a servir de catalizador para todas las fuerzas –franquistas o democráticas, o de derechas o de izquierdas, o reaccionarias o “progresistas”–, dispuestas a llevar adelante los dictados norteamericanos.A medida que Suárez ofrece crecientes resistencias a ese cambio de rumbo, EEUU se va a lanzar a convulsionar y desestabilizar a través de múltiples canales la situación en España. Todos los mecanismos de intervención interna que los servicios de inteligencia norteamericanos han ido construyendo en paralelo e incrustando en el seno del nuevo régimen democrático se activan con el objetivo de derribar los obstáculos que se oponen a la nueva urgencia de sus planes, Suárez y su política el primero de ellos.En el otoño de 1980, cuando ya es claro que Reagan y su línea dura van a dirigir las riendas del imperio, en los círculos políticos, económicos y mediáticos de Madrid empiezan a alternarse los rumores de sables con los de una posible solución “extra-constitucional” que ponga fin “al desgobierno”.Y en esa solución intervienen desde representantes de la derecha (Fraga, Osorio, Oscar Alzaga, Herrero de Miñón, Rupérez,…) hasta cualificados líderes de la izquierda socialista (González, Guerra, Múgica, Raventós…) y comunista (Tamames, Solé Turá,…) Mientras la cúpula del PSOE se reúne con el general Armada, el embajador norteamericano, Terence Toddman, almuerza con una frecuencia inusitada con el general Milans del Bosch.El cerco y derribo contra Suárez empieza a adquirir una virulencia extrema y se produce en todos los frentes: medios de comunicación, Iglesia, cúpula militar, CEOE, la gran banca, distintas familias de la UCD, dirigentes de PSOE y PCE convergen hacia un mismo objetivo. El terrorismo, tanto de extrema derecha como de extrema izquierda, y la desproporcionada actuación de las fuerzas represivas hacen de ese año el más violento en la reciente historia de España.Suárez se ve obligado a suspender el congreso de UCD previsto en Mallorca en diciembre de 1980 –del que esperaba salir fortalecido dirigiéndose directamente a las bases del partido para debilitar a las camarillas de conspiradores– por una inesperada huelga de controladores aéreos que impide que la mayoría de los delegados se puedan desplazar a él. Todavía hoy, 29 años después, no se sabe ni quién convocó esa huelga ni por qué motivos lo hizo. Dimisión de Suárez y 23-F Acosado desde todos los frentes, Adolfo Suárez dimite el 29 de enero de 1981. Días antes ha sido convocado por el rey para tener una entrevista con dos generales del Alto Estado Mayor. Cuando el rey sale del despacho para dejarles hablar a solas, lo primero que hacen los generales es sacar sus pistolas y ponerlas encima de la mesa. No hace falta ser muy perspicaz para intuir los términos de la conversación que se desarrolla posteriormente.Su sustituto, Calvo Sotelo, no tarda ni un minuto en poner fecha a la exigencia que el nuevo secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig, había hecho sólo unas semanas antes: “España debe fijar un calendario para su integración en la OTAN”. Su programa de gobierno responde punto por punto al giro a la derecha que los círculos oligárquicos y Washington venían reclamando imperiosamente.Sin embargo, la trama de presiones y conspiraciones que se ha ido tejiendo en los meses anteriores ha ido muy lejos, y mientras una parte de ella se detiene una vez alcanzado el objetivo, otra parte toma sus deseos por realidades y continúa con sus preparativos.La amenaza del ruido de sables en los cuarteles, que era una parte de la sinfonía puesta en marcha por EEUU para desestabilizar al país y obligar a Suárez a capitular, desemboca el 23-F, en plena votación para la investidura de Calvo Sotelo, con Tejero irrumpiendo en el Congreso con sus tropas, mientras el capitán General de la IIIª Región Militar, Jaime Milans del Bosch, decreta el Estado de Guerra en Valencia y saca los tanques a la calle.El intento de golpe es rápidamente abortado: con el relevo de Suárez por Calvo Sotelo, Washington ya tiene en sus manos las bazas que necesitaba y no es necesario ni deseable llegar más lejos.Pero el posterior conocimiento que de su gestación saldrá a la luz pública, nos permite entender hasta qué punto han llegado los mecanismos de control, subversión, chantaje e intervención de los que se ha dotado Washington en el nuevo régimen democrático. Tema que nos ocupará en la siguiente entrega.