SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

15-M, tres años después

El 15 de mayo del 2011, en pleno shock anafiláctico de la deuda y en vísperas de unas elecciones locales y regionales muy adversas para el Partido Socialista, miles de jóvenes se reunieron en la Puerta del Sol con la intención de iniciar una acampada de protesta en el centro de Madrid. Hubo movimientos similares en Barcelona y en otras ciudades. Un brote. Un experimento. Una dramatización. Una imitación de la plaza Tahir de El Cairo. Un desafío al ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, que ya despuntaba como líder de emergencia del PSOE. Un revulsivo con más lemas de Nietzsche que de Marx y Lenin (en Sol). Situacionismo. Recuerdo la llamada de Pedro Vallín, periodista de La Vanguardia en Madrid, atento a los pálpitos de su generación: “Hay un movidón en la Puerta del Sol, ojo, que esto no es una protesta más”.

El ministro del Interior imaginó su rostro en los carteles del PSOE –en los meses venideros– y no quiso imágenes agresivas de la Policía española de gira por el mundo. Rubalcaba rodeó la plaza con un cordón y dejó hacer. Al cabo de unos días, las televisiones norteamericanas descubrían el exotismo de los planos cenitales madrileños. Una plaza atiborrada de gente, unos toldos, aquí y allá, con formas arabizantes. ¡Qué interesante! Un Tahir en el país de los toreros y de las mujeres de ojos oscuros. The party’s over había titulado en portada la revista The Economist, unos meses antes. La fiesta se ha acabado. España, en serias dificultades. La marea árabe llega a Europa. ¡Oh!

La Puerta del Sol se convirtió en fast-food informativo. En los ascensores de los grandes hoteles de Nueva York, Hong-Kong y Singapur, las pantallas de plasma ofrecían las imágenes del centro de Madrid, después del Dow Jones y del Nikkei. De Sol salió disparada la palabra indignados alrededor de la Tierra. Contribuciones hispánicas al lenguaje internacional: guerrilla, siesta, sangría e indignado. Nadie se acordó, aquellos días, de las grandes manifestaciones en Lisboa de la geração à rasca (la generación precaria), en marzo del 2011, dos meses antes de la movida de Madrid. Geração à rasca, un epigrama lusitano, difícil de pronunciar para los anglosajones y con la tilde reflexiva de la vida portuguesa. Los indignados torean con más garra en el mundo mundial.

En un principio fue la Imagen y después vino la reflexión. Surgió entonces el Partido de la Revolución Pendiente, otro clásico de la vida española. Gentes de la generación del 68 se sintieron interpeladas y en pleno retour d’age empezaron a escribir artículos y ensayos sobre la inminencia del estallido social. El régimen estaba a punto de desmoronarse –siempre hay un régimen a punto de caer en España– y se aproximaba, a toda velocidad, un cambio de civilización de 140 caracteres.

Han pasado mil años y el 15-M parece haberse evaporado. Sólo lo parece. Sol no se ha transformado, de manera nítida, en un partido a la izquierda de la izquierda tradicionalmente existente, pero ahí está Podemos, una CUP madrileña –con especial audiencia en Madrid, quiero decir–, encarnada por el joven Pablo Iglesias. El sondeo del CIS le asigna un eurodiputado. Ha emergido Anova, el retorno de los irmandiños gallegos, con Xosé Manuel Beiras al piano. Y Compromís levanta la bandera de la primavera valenciana con más izquierda y menos pancatalanismo. En Catalunya, la radiación del 15-M ha sido especialmente intensa, tan intensa que la CUP ha renunciado a presentarse a las elecciones europeas, ante la mirada atónita de sus consejeros con más horas de lectura.

El 15-M ha introducido cambios importantes en la mirada política. Ha acentuado el criticismo social. Ha incidido en la agenda pública (incorporación de la palabra transparencia en el lenguaje oficial, una cierta atenuación de los desahucios…). Y ha generado personajes de relieve, como Ada Colau. La forja de un Frente Amplio a la izquierda del PSOE no puede descartarse en España. La radiación de fondo del 15-M también influirá en las primarias socialistas de noviembre, si es que llegan a celebrarse. Indignación es emulsión.

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