Elecciones en Sudafrica

Zuma el nuevo presidente de Sudafrica

Polí­gamo, astuto, cambiante, imbatible en eso de ganar internas, el primer presidente zulú es un enigma polí­tico. Veterano de la lucha contra el apartheid, con diez años de prisión rigurosa, fue un hábil organizador de la resistencia. En el poder, quedó en medio del peor caso de corrupción jamás visto y hasta tuvo que pasar por una acusación por violación.

Sudáfrica acaba de elegir a uno de los olí­ticos más pintorescos, polémicos y contradictorios que tiene este ancho mundo, alguien que hasta en Africa sobresalta. Jacob Zuma, 67 años recién cumplidos, es un veterano militante contra el apartheid, un hombre con muchos años de prisión en el lomo, con cinco esposas, once hijos reconocidos y varios más que no, y la inveterada costumbre de decirle a cada audiencia exactamente lo que quiere oí­r. Famoso seductor, de mujeres y de públicos, Zuma acaba de zafar de una causa graví­sima por un negociado millonario y de otra aun peor por violar a la amiga de su hija. Jacob Zuma es el primer presidente zulú de un paí­s siempre gobernado por boers o por la etnia mayoritaria, los xhosa. Nació en 1942, primer hijo de la segunda esposa de Nobhekisisa, un miembro del clan Zuma en las montañas de Nkandla, la mí­tica región de Kwa-Zulu-Natal que resistió al rey Shaka y fue el último refugio del mí­tico Cetshwayo y de incontables rebeldes. El pequeño Jacob estaba destinado a una vida de pastorcito nativo, pero recibió un segundo nombre legendario, Gedleyihlekisa, que es el resumen de la frase «no me quedo callado si alguien se hace el amigo con una sonrisa falsa».El pequeño Jacob era demasiado pobre como para ir a la escuela rural pero, al terminar el dí­a de pastorear las cabras familiares, se juntaba con amigos más afortunados y les curioseaba los libros y los cuadernos. Jugando, le enseñaron las primeras letras. Zuma cuenta siempre que es «autodidacta» y que su única maestra fue una pariente lejana que habí­a terminado el secundario y le daba clases nocturnas. Fue en Robben Island, la prisión en el Cabo, donde Zuma terminó formalmente de alumno en la «Universidad Mandela» y el actual canciller sudafricano le terminó de enseñar realmente a leer y escribir en inglés.La adolescencia de Zuma coincidió, en los años cincuenta, con el Alto Apartheid, el momento en que lo que era racismo duro pero informal se codificó en la ley y la Constitución. Sudáfrica era efectivamente independiente desde 1948, cuando por primera vez los nacionalistas afrikaner llegaron al poder, y en los años siguientes se creó el sistema de pases, el etiquetado étnico y las prohibiciones sistemáticas, detallistas y violentas para «apartar» a las razas. Fue cuando Zuma comenzó a despertar a la polí­tica.Así­ como los cincuenta vieron el endurecimiento del apartheid, los sesenta vieron nacer la resistencia masiva y organizada. En 1960, el ANC y otros partidos negros lanzaron una campaña de repudio a las leyes de pases, que imponí­an pasaportes internos y permisos de residencia por zona para los negros. La represión fue feroz y terminó con la policí­a abriendo fuego contra una marcha en el pequeño pueblo de Sharpeville, al sur de Johannesburgo, y matando a sesenta y nueve personas desarmadas. Al dí­a siguiente se declaró el estado de emergencia, dos mil militantes fueron arrestados -entre ellos el joven Nelson Mandela- y todos los partidos negros fueron declarados ilegales y pasaron a la clandestinidad.Al año siguiente, Sudáfrica se declaraba república y salí­a de la Mancomunidad Británica de Naciones, que le criticaba el apartheid. El ANC decidí­a que la lucha polí­tica no era suficiente y creaba su rama armada, Umkhonto weSizwe, la Lanza de la Nación. El joven Zuma, que se habí­a mostrado como un buen organizador sindical, se uní­a de inmediato.La lucha armada nunca fue el fuerte del ANC, un partido profundamente polí­tico y poco militar, y los comienzos de la supuesta guerrilla fueron un desastre. Las redadas fueron incesantes y la organización estaba completamente infiltrada. Zuma fue arrestado en 1963, cuando trataba de salir del paí­s con un grupo de militantes para entrenarse en el extranjero. La policí­a lo llevó a una notoria comisarí­a, la Hércules, especializada en casos polí­ticos, y usando las flamantes leyes antiterroristas lo tuvo noventa dí­as en solitario, en un í­nfimo calabozo sin ventanas, en la oscuridad. Zuma recuerda que cada vez que lo sacaban del tabique, para interrogarlo, no podí­a enfocar la vista y no aguantaba la luz.Los interrogatorios eran simples y brutales. Como Zuma no hablaba afrikaans, un policí­a nativo le traducí­a las preguntas. Nativos o blancos, los agentes de la seguridad interior le pegaban por igual. El ahora presidente electo recuerda que la primera frase que aprendió de la lengua boer era algo que un interrogador le decí­a siempre: Kaffir, hierdie is Pretoria. Dis is nie Durban nie. Wat dink jy, kaffir? Hier gaan jy praat. (Negro, esto es Pretoria. Esto no es Durban. ¿Qué te parece? Aquí­ vas a hablar). A los tres meses, Zuma fue a juicio en la Corte de la Vieja Sinagoga, donde el juez Steyn, un halcón jurí­dico, lo condenó a diez años de prisión. Así­ fue que, a los 21 años, el preso I/5268 llegó a Robben Island.La isla es hoy una atracción turí­stica de las más extrañas, con souvenirs como una camiseta con el número de prisionero de Mandela, cuya celda es un altar. La terminal de ferries es un museo de la lucha por la liberación y todo el conjunto es una suerte de templo polí­tico. A quince años del fin del régimen blanco, no extraña: todas las grandes figuras polí­ticas de Sudáfrica o pasaron por Robben Island o estuvieron añares en el exilio. Zuma, de hecho, pasó por las dos experiencias.En prisión, los prisioneros educados enseñaban a los analfabetos. El sistema educativo interno incluí­a debates, exámenes y hasta graduaciones para los que terminaban la «primaria» y la «secundaria». Más de uno tuvo tiempo de «graduarse» de abogado o economista en las noches del penal. De dí­a, todos picaban piedras, fabricando escombro y adoquines que todaví­a pavimentan calles del Cabo. El castigo por no cumplir la pena era un domingo sin la única comida que se comí­a en la isla, polenta frí­a.Con treinta años cumplidos, Zuma fue liberado a fines de 1973 y pasó dos años rearmando las castigadas redes del partido en su provincia. Ya era un militante de rango, un veterano con una formación polí­tica enfocada e ideas afiladas en debate con los grandes del ANC: Mandela, Mac Maharaja, los hermanos Ebrahim. Exactamente qué hizo Zuma en esos años y después de 1975, cuando básicamente se muda a Mozambique, es un misterio. Mientras otros nombres se hací­an famosos y simbólicos, como Chris Hani y Joe Slovo, el zulú se mantení­a en la mayor clandestinidad. Lo que se sabe es que logró finalmente mejorar el sistema de entrada y salida clandestina de armas y militantes, y que se casó por primera vez, con Sizakele Khumalu, una vecina de su pueblo.Para los noventa, cuando el régimen comenzó a negociar en serio, el zulú era uno de los interlocutores principales, junto a Thabo Mbeki. Curiosamente, ambos fueron aliados por largos años en la feroz interna que pasa por vida partidaria dentro del ANC desde que llegaron al poder, en 1994. Diez años después, Mbeki era presidente y Zuma uno de sus vicepresidentes. Al mismo tiempo, estallaba el mayor caso de corrupción jamás visto en Sudáfrica, un paí­s que puede ser injusto hasta el asombro pero es notablemente legalista y, a su manera, honesto.A finales de la era Mandela, el gobierno decidió comprar cinco mil millones de dólares de armas, buena parte en fragatas y tanques pesados. El proceso de adjudicación terminó en un escándalo trinacional -sudafricano, alemán y británico- renuncias hasta en el Parlamento y una estela de procesos legales que todaví­a continúa atormentando al partido. Con Mbeki presidente, en 1999, Zuma terminó en el centro del problema, con su contador personal detenido y eventualmente condenado a quince años por mediar coimas. Los dos viejos aliados eran ahora enemigos y el presidente querí­a librarse de quien percibí­a como un rival particularmente riesgoso. Es que Zuma tiene algo que Mbeki -atildado, intelectual, frí­o- casi ni puede definir. El zulú es carismático, seductor, un encanto. Mbeki logró hacerlo renunciar a su puesto como uno de los vicepresidentes.Zuma pasó a ser uno de los hombres más poderosos de Sudáfrica y a tener gestos de gran señor. Por ejemplo, se compró un rebaño de cuernilargos, sí­mbolo tradicional de riqueza, y se casó con otras dos mujeres más jóvenes que él. Las bodas, a fines de 2007 y de 2008, fueron en el más tradicional estilo zulú, con los novios bailando cubiertos con cueros, esgrimiendo un escudo y una lanza de combate.Las elecciones de esta semana mostraron el formidable poder del aparato partidario que Zuma tanto hizo por construir. También mostraron que la oposición todaví­a no tiene un candidato que le haga sombra a la mí­stica del ANC. Ni la pobreza, ni el desempleo, ni la corrupción, ni la vida irregular del candidato le bajaron el voto. Zuma es ahora el presidente de un paí­s con desempleo astronómico, 18.000 asesinatos por año y una economí­a en el punto justo en que crece o cae. Ya se sabe que es un personaje, falta ver si es un estadista.

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